A propósito del libro de Phillipe de Villiers Mémoricide (2024)
Francia ha estado el año pasado en la portada de las noticias mundiales con los juegos olímpicos y con la reapertura de la Catedral de Notre Dame. Estos dos eventos han mostrado dos Francia que luchan entre sí: la Francia que ha olvidado su identidad, en la apertura de los juegos olímpicos y la Francia y su identidad propia con Nôtre Dame de Paris.
La apertura de los juegos olímpicos ha motivado a Phillipe de Villiers a expedirse sobre el tema con su libro titulado, Mémoricide, (Fayard, Paris 202, 382 pgs). El autor percibe en la apertura de los juegos olímpicos, gestos que pretende resetear el pasado e iniciar una nueva. En abrir nuevas eras, construir nuevos hombres y crear liturgias secularizadas, Francia es experta.
Phillipe de Villiers, con conocimiento de causas próximas, por su desempeño en el mundo de la política y de la economía y, con conocimiento de causas profundas, por su formación teológica, filosófica e histórica, nos muestra en grandes trazos, pero no por eso menos profundo, las dos caras de Francia.
El autor titula el libro Memoricide, es decir, la muerte de Francia como producto de un olvido de sus raíces, de su pasado, en otras palabras, de su identidad. El autor divide la obra en tres partes: la memoria penitencial, la memoria invertida y la memoria salvadora. Presento en tres artículos una síntesis apretada del libro, donde el lector no solo encontrara eventos presentes y pasados, sino también principios filosóficos y teológicos que tienen carácter universal y son aplicables a otras realidades.
La memoria penitencial
El autor considera que Francia vive un segundo memoricidio comenzado en Mayo del ’68 profundizado hoy con el Wokismo. La expresión memoria penitencial hace referencia al perdón que Francia debe pedir por lo que ha sido y ha hecho. El wokismo, si bien es creación americana, ya Francia hace siglos, produjo un wokismo avant la lettre con la Enciclopedia, cuya pretensión fue borrar el pasado y construir un hombre nuevo a partir de una nueva ciencia.
Esta cultura de la cancelación ha producido una sociedad temerosa. Este temor pasa a la escuela, espejo caleidoscopio de la sociedad, donde los maestros tienen miedo de enseñar, de transmitir. Asi, tienen que elegir lo que enseñan. Tienen que separar entre el halal, la enseñanza autorizada, y el haram, la enseñanza prohibida, porque temen ser proscriptos, degollados o señalados a causa de una palabra de más.
Francia ha eliminado la tradición, pero también sigue eliminando a los que no piensan igual. Francia fuel el modelo de matar al enemigo ideológico. Francia creo la Guillotina. Ella no ha perdido actualidad. El signo estuvo presente en los juegos olímpicos con la representación de la decapitación de la reina. Esta presente nuevamente la venganza política para todos los que no sigan el aire de los tiempos, cuya interpretación está reservada a un grupo de iluminados.
Francia vive el divorcio de lengua e idioma. La lengua son los signos, pero el idioma indica la idiosincrasia, es decir, lo propio, como indica el sufijo griego, idio. Detrás de la lengua hay costumbres, hay un arte de vivir, hay un arte de reír, hay un arte de llorar . La nación es espiritual y se resuelve en compartir el mismo imaginario, los mismos recuerdos, los gustos de las mismas palabras; perdida la idiosincrasia, queda solo lengua y desaparece el idioma. Francia ha perdido su unidad espiritual. Solo queda un collage heterogéneo de comunidades formados por hombres de antiguas colonias.
Se pierde la talla humana de la sociedad. Es en esa pequeña nación que se aprende a amar la grande. Los poderes naturales a medida humana desaparecen para centralizarlos en el Estado, y este a su vez sometido a los burócratas, de cara oculta de Bruselas. Por lo tanto, la democracia desaparece, pues el demos ya no existe, y el kratos, el poder, se ha quedado solo. En esto de centralizar el poder, también Francia es modelo político, comenzado en la monarquía de Luis XIV y profundizado por el republicanismo francés.
El Estado Providencia que es también creación francesa, es un aparato cada vez mayor al que es preciso alimentar. El francés promedio trabaja hasta junio para el Estado y el resto para su provecho. Es decir el 50% va para las arcas del Estado Providencia. Además, una deuda insoportable de interés a pagar, primer lugar en el presupuesto Por su parte, los servicios públicos cada vez más se tercermundisan.
La pérdida de la solidaridad. La disociación hace morir la sociedad. La sociedad se forma de lazos donde el vecino (voisin), viene después del primo (cousin). Francia de otra época era el vecino que estaba presente y no el Estado providencia, estaba el small brother y no el Big Brother que todo lo vigila. Se ha fabricado un hibrido de solidario-solitario. Una sociedad fría, una sociedad impersonal. Se han perdido las tres paternidades, magistrales, paternales y reales.
Solón insistía a sus conciudadanos que la democracia presupone un espacio común. En las diferencias de un ser tiene que haber un principio, un alma que unifique las diferencias. El autor constata que en esta Francia desmembrada no hay espacio común, lo cual significa la muerte de una nación.
Si la democracia es el poder del pueblo, el poder se diluye si no hay un pueblo. Un pueblo está dotado de alma pero también de su elemento material que es la población. La población se avejenta, la natalidad, sin contar el número récord de abortos, desciende llegando a niveles históricos.
Francia sufre un recambio de población. La política actual, como afirma el autor, tiene dos objetivos: la esterilización de un pueblo y la migración de reemplazo. Mas allá de la identidad de un pueblo que es lo más importante, tiene también efectos económicos: un Estado que tiene que mantener una masa de 500.000 que ingresan por año, sin trabajo y sin hogar.
El autor constata tres Francia. La Francia de la creolisación: la Francia nutrida de habitantes de colonias de antanio francesas que llegan por año en numero de 500.000. La Francia de la uberización, un lugar solo de negocios donde todo es sustituible, intercambiable, virtual y nómade. Finalmente la Francia de los sobrevivientes, comprendida por quienes quieren mantener las tradiciones. No de volver al pasado en cuanto tal, sino que como dice Paul Valery “la tradición no consiste en hacer lo que los otros han hechos sino de encontrar el espíritu que les hizo hacer otras cosas en otras circunstancias”.
La pérdida de los límites, de las fronteras. Una nación tiene necesidad de conteurs (recitadores) y de contours (contornos), unos para que mantenga el alma del pueblo, sus tradiciones, y el otro para que protejan el lugar físico; las fronteras son paredes protectores contra las concupiscencias exteriores.
La pérdida del sentido del limes, la frontera, es provocado por el iluminismo político en sus dos formas, capitalista y socialista. Pero además, es la mentalidad liquida del hombre de ciudad que ha perdido el sentido de lo propio, de los límites. Los actuales dirigentes, salidos de las grandes urbes no han adquirido nunca ese esquema que da el campo donde proteger el ganado requiere los alambrados. La nación es como un barco: tiene que tener compartimentos estancos, límites y separaciones. Ellos mantienen el barco a flote. Un barco se hunde cuando desaparecen esos compartimientos, una nación, cuando desaparecen las fronteras.
Se vive en una Europa sin fronteras. Se ha inmolado su ropaje carnal. Es una Europa sin cuerpo. Sin embargo, se han corrido las fronteras hacia el interior. Un signo manifiesto es el control y la vigilancia interna. En los aeropuertos hay que desnudarse; para entrar en los barrios hay que pasar controles y así, la Francia se ha convertido en un pequeño Kosovo, donde el poder de la droga balcaniza el territorio urbano.
El lugar más importante de cualquier civilización son los limes. Roma cayo porque descuido las fronteras. Advertido el emperador y haciendo oídos sordos a tal peligro, en poco tiempo Roma caía en manos de los barbaros. La diferencia entre la muerte de un hombre y una civilización es que, en el hombre la corrupción viene después de la muerte, mientras en la civilización la corrupción se produce antes de la muerte.
Dos expoliaciones sufre el pueblo francés: por un lado, Francia ha dejado de ser un pueblo productor para ser un pueblo consumidor. Desaparece la clase agrícola. Por otro lado, el fin de la clase media. Ella tiene que cargar con el peso de la transición, es decir, dejar de ser un pueblo contaminante para ser un pueblo climatófilo. La nueva clase revolucionaria ya no es el Khmers Rojo sino el Khmers Verde
El autor nota que las manifestaciones callejeras son diferentes desde hace dos años no solo por la cantidad sino sobre todo, por su naturaleza. El autor ve signos tenues de una partición naciente, de una balcanización de Francia. Tres hechos manifiestan, según el autor, la pérdida de la soberanía de Francia: un hechos es la intervención del gobierno turco y argelino advirtiendo al gobierno francés de no “inmiscuirse” con personas de esos países que viven en suelo francés. En este mismo terreno, el gobierno francés ha permitido, al presidente argelino organizar, en suelo galo, meetings con “franceses” argelinos. Otro hecho es, por parte de los manifestantes, la reivindicación de soberanías territoriales usando una terminología similar a la de conflictos internacionales. Finalmente, el hecho que el Estado soberano francés no tiene ya el poder, pues hay situaciones que no puede prevenir.
Frente a la infiltración del Islam, el autor siente que, a diferencia de otras invasiones en las que Francia se recuperó, de esta invasión hay miedo de desaparecer. El Islam es una patria la Oumma, y es un código, La Charia. La única patria que debe existir es ella. Francia, un territorio con dos pueblos, dos sociedades antagónicas difícilmente mezclables, la arabo-musulmana y la cristiano-occidental. Una, más joven, numerosa, orgullosa de su identidad y la otra, que envejece y que no sabe ni de dónde viene ni a dónde va.
En 2070 el pueblo histórico francés será minoritario en su casa. Hay dos guerras santas, la Jiddah guerrera y la Jiddah pacífica con su arma silenciosa: la natalidad. La islamización de Francia tiene por un lado, el soporte intelectual de la izquierda islamista que ha penetrado en las universidades y en los barrios de la periferia. Y por otro lado, un Estado de derecho que usa todos los conceptos jurídicos de minoridad, inclusividad, de no discriminación y borra con ello las diferencias entre ciudadano y extranjero.
Francia sufre la cultura del crimen y una violencia inusitada. La sociedad francesa se ha transformado en una sociedad de vigilancia, donde pronto, por la ausencia de Justicia, el ciudadano deberá transitar armado para hacer justicia por mano propia. Es un neo-feudalismo: nuevos señores, nuevos vasallos, nuevas fortalezas. Por un lado, no se quiere señalar a los delincuentes, (extranjeros en gran parte). Por otro lado, se psiquiatriza los casos de violencia alegando que son personas con problemas mentales y así, con la locura se despolitiza el asunto.
Francia sufre la quiebra del Estado que mira para otro lado, la quiebra de la escuela que no afrancesa más, la quiebra de la justicia que fabrica de reincidentes, la quiebra de las elites que quieren reemplazar una población por otra.
En las sociedades tradicionales la dirección estaba compuesta por jóvenes. Era una aristocracia joven. Los grandes hombres del pasado realizaron gestas y tomaron responsabilidades entre los 15 y 30 años, como es el caso de Alejandro Magno, Julio Cesar, Clodoveo y Francisco I, entre tantos. Era una sociedad con una gran proporción de jóvenes frente a una ancianidad poco numerosa. Una juventud impregnada de tradición. El caso paradigmático es la joven Antígona que se para delante del rey Creonte, el hombre maduro, para exigirle el derecho que le dan las leyes antiguas de enterrar a los muertos. La juventud y la aristocracia son un elemento esencial de toda sociedad. Si no existe la auténtica, será reemplazada por otra artificial. Las revoluciones que han intentado crear un hombre genérico sin ninguna raíz se han nutrido de jóvenes; así en 1793 el hombre sin herencia, en 1917 el hombre sin propiedad, en 2020 un hombre sin cuerpo.
Chateaubriand decía: “la aristocracia tiene tres edades: la edad de la superioridad, la edad de los privilegios, la edad de las vanidades. Salida de la primera, ella degenera en la segunda y se apaga en la tercera”. Esta tercera es la nueva aristocracia joven francesa los “bobo”, Bourgeois-bohème, con el bolsillo a la derecha y la cabeza a la izquierda, no es la aristocracia que sirve sino la aristocracia que se sirve.
Como conclusión a esta primera parte, puede iluminar un principio que el padre Castellani evoca y que es una ley para toda nación: existe un orden natural de realidades, con un orden de jerarquía y subordinacion: “el orden jurídico es un instrumento para el orden político; el orden político es un instrumento para la moral, la moral es máquina para la religión, la religión para la mística, aunque cada una de esas máquinas sea (diferentemente) viva y normalmente todas se compenetren. Toda ruptura de una máquina viene en el fondo de una desconexión con el orden superior y se cura solo con una nueva información por él”.[1] Francia ha perdido ese orden jerárquico y solo cosecha desorden.
[1] Leonardo Castellani, Decíamos ayer.