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Ayer vivimos una experiencia fuerte como comunidad. La alerta de tsunami llegó aproximadamente a las 3 de la tarde, al menos a nuestros oídos. Tal vez se había emitido antes, pero fue en ese momento cuando nos enteramos. Justo estábamos comenzando el oratorio con los niños, como cada semana.

A eso de las 3:30 o 4:00, los chicos ya estaban divididos por grados y trabajando en sus actividades. Yo tenía a los más pequeños, los de primer grado. De a poco empezaron a llegar hermanos y padres a buscar a los niños. Muchos papás se llevaron a sus hijos del jardín. Comenzó a correr la voz: “viene el tsunami, viene el tsunami”, y se decía que llegaría a las 7 de la tarde.

                     
Los niños, lógicamente, estaban asustados y venían a preguntarnos si era cierto. Todos nosotros, los misioneros, tuvimos la misma reacción: no alarmarlos. Les respondíamos con sinceridad: “No lo sabemos, pero si quieren pueden ir a preguntarle a sus papás.” Seguimos como si nada, trabajando, confiando en la Divina Providencia.
Es que, en estos lugares, el misionero lo es todo para la gente: para los más pequeños, los jóvenes, los adultos y los ancianos. Lo que dice el padre, lo que dicen las hermanas, es ley. Por eso supimos que debíamos mantener la paz y no sembrar miedo.

                     
Fue muy impresionante ver a las familias viniendo con todos sus hijos, cargando bolsos, frazadas, ollas, todo lo que podían. Se dirigían hacia las zonas más altas de la isla —que aquí no son montañas propiamente dichas, sino los sectores más internos—, o bien venían a refugiarse a la misión. Tuvimos mucha gente con nosotros.
La misión está muy cerca del mar. Al lado de nuestra casa hay un río que desemboca en él, y vimos algo totalmente inusual: el río subía rápidamente y, en cuestión de minutos, bajaba. Este fenómeno se repitió cuatro veces. Algo que nunca había pasado.

                     
Aunque la alerta continuó hasta pasada la medianoche, gracias a Dios no sucedió nada. Nosotros, después de asegurarnos de que todo estaba en calma, nos fuimos a dormir. La gente, al ver nuestra tranquilidad, también se serenó.

Muchas familias aún permanecen en el “maneaba” —un gran quincho comunitario típico de su cultura— con colchones, por temor a que algo pueda pasar. Pero nosotros seguimos bien, dándolo todo, confiando plenamente en Dios.

Madre María del Rocío, SSVM, misionera en Islas Salomón

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Comentarios 1

  1. María Victoria Cano Roblero dice:

    Los momentos de Dios son perfectos y no nos manda pruebas de la cual no podemos soportar. Estamos en sus manos.

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