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El sínodo alemán ha quemado las naves con que aun podía, si bien remando contra la corriente que él mismo había agitado hasta convertirla en un torrente turbio, volver a navegar hasta Roma. Ya no puede. Dios puede hacer milagros y los hace más a menudo de lo que creemos. Pero, si no media un milagro, la mayoría de los obispos alemanes no podrá ya evitar el porrazo que se dará al fondo del barranco al que ha saltado en su insensatez; y solo Dios sabe cuántos fieles terminarán compartiendo su suerte. Han quemado las naves. Pero no estaban, como Cortez, pisando tierra firme; se habían lanzado al agua para darse un baño de mundanidad, y se han quedado flotando en el torrente turbio del cisma, que más que cisma es herejía, y sin tabla a la que asirse. Si Dios no los saca del agua, los veremos pasar ahogados corriente abajo. Como sucedió con Lutero hace cinco siglos. Las decisiones tomadas por los miembros sinodales en el cierre de sus sesiones son cismáticas si las miramos con un solo ojo, y heréticas si abrimos los dos. La decisión de bendecir parejas homosexuales, concubinarias, adulterinas y fornicarias, su pedido de reconsiderar el celibato sacerdotal —tanto para futuros ordenandos como para los ya ordenados que lo soliciten— bajo el argumento de que “los pilares que lo sostenían han caído”, el reclamo de la ordenación de mujeres (inicialmente solo para el diaconado), la exigencia de reformar la moral sexual católica, etc., los pone —al menos en estos argumentos— en las antípodas de la fe y de la moral católicas. Han quemado las naves que se llaman Nuevo Testamento, Tradición católica, Magisterio  plurisecular, para montarse en una tabla que flota como el plomo, llamada “opinión del mundo”.

Que la autoridad pertinente de la Iglesia declare que se han marchado de casa es una mera formalidad (con implicaciones canónicas, sin embargo). En el caso de Lutero pasaron varios años antes de que esto sucediera; y no por ello durante ese tiempo el ex monje agustino continuó siendo católico. Cuando una persona da un sonoro portazo, nada cambia las cosas el que alguno de adentro diga, o no, “se ha ido”: en casa, de hecho, hay uno menos. No sé si en este caso lo van a decir o no. Por ahora vemos mucho silencio; y un silencio generalizado. Pero nadie puede dudar de que ya no podemos recitar juntos (los que firmaron las conclusiones del Sínodo y los que se negaron a hacerlo) el Credo y los Diez mandamientos. Porque hay pastores y teólogos y sacerdotes y laicos y laicas que no creen todo lo que dice el Credo ni aceptan que nos obliguen los diez mandamientos divinos. Si en un bautismo, el que se bautiza se niega a hacer esto, no se lo puede bautizar porque no quiere ser católico. Cuando un bautizado cambia la fe que profesó, también deja de ser católico.

Lo peor de todo es que esta brasa encendida no ha caído solo en el pajar alemán; el fuego que acaba de afirmarse con todas sus fuerzas en tierras germanas no hay Rin que lo detenga. Recemos por la Iglesia. Cuando los hombres no hacen nada, porque no quieren o porque no pueden, solo nos queda clamar al cielo. Y el cielo tiene a veces métodos muy particulares para defender a los suyos. El Faraón de Egipto lo aprendió muy tarde.

 

P. Miguel Ángel Fuentes, IVE

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Comentarios 3

  1. silvio o medina dice:

    Muchas gracias P Miguel, excelente y necesario comentario que rompe con el silencio del que Vd. habla.

  2. Felipe Moron dice:

    Pidamos a Dios por estas personas, que obre un milagro y los haga recapacitar

  3. Cindy Rodríguez dice:

    Gracias Padre por su artículo, sigamos orando para que esta mala semilla no se propague, y más bien la buena noticia se plante bien fuerte en nuestros corazones con un sentido común y coherencia entre lo que creemos y el testimonio que damos.

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