MEDITACIONES PARA RECTIFICAR LA IDEA QUE TENEMOS DE NOSOTROS MISMOS
Enlaces a las anteriores publicaciones:
- Quién soy, qué soy.
- Lo que soy: hecho a imagen de Dios
- En quién y en qué me he convertido. “He pecado”.
- Mi realidad personal pecadora
- Soy un ser caído…
- …Pero no soy un ser abandonado
- Los dones que he recibido: el fondo luminoso del alma
- No soy un extraño para Dios
- Lo que “no” soy
- Incluso el más débil es un tesoro a los ojos de Dios
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Incluso el más débil es un tesoro a los ojos de Dios
- Ningún hombre es despreciable a los ojos de Dios. Todos son capaces de Dios y por ese motivo son valiosos a sus ojos.
- También los débiles en la fe y en la vida cristiana forman parte de la arquitectura de la Iglesia: «Es verdad que son imperfectos y pequeños, pero, en la medida en que logran comprender, aman a Dios y al prójimo, y no dejan de realizar el bien que pueden. A pesar de que aún no llegan a los dones espirituales hasta el punto de abrir el alma a la acción perfecta y a la ardiente contemplación, no se apartan del amor a Dios y al prójimo, en la medida en que son capaces de comprenderlo. Por eso, sucede que también ellos, aunque estén situados en un lugar menos importante, contribuyen a la edificación de la Iglesia, pues, si bien son inferiores por doctrina, profecía, gracia de milagros y completo desprecio del mundo, se apoyan en el fundamento del temor y del amor, en el que encuentran su solidez» (San Gregorio Magno). Esta reflexión de san Gregorio es un gran consuelo para nosotros que a menudo avanzamos con dificultad por el camino de la vida espiritual y eclesial. El Señor nos conoce y nos envuelve con su amor.
- Doña Magdalena de Ulloa (madre adoptiva de Don Juan de Austria) le enseñaba a éste el valor de todo hombre comparándolo con un crucifijo: «Jamás deja un crucifijo de ser el símbolo de la redención, y aunque manos aleves le profanen y arrojen en un muladar, siempre será susceptible de limpieza y pulimento, y siempre merecerá la misma veneración. Pues de la misma manera, jamás deja de ser ningún hombre el redimido por Cristo; y por mucho que le deslustre la infamia y le manche el crimen, será siempre susceptible de arrepentimiento y perdón, y siempre merecerá el respeto de lo que ha costado la sangre de todo un Dios» (lo transcribe Luis Coloma en su obra «Jeromín»).
P. Miguel A. Fuentes, IVE