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Hoy es el día de Jueves Santo, y con él se da inicio al Triduo Pascual, momento culmen de la semana más santa del año. El Evangelio que nos presenta la Iglesia el día de hoy es el del “Lavatorio de pies” que Jesús llevó a cabo antes de celebrar la Pascua e instituir la Eucaristía.

El Evangelio de Juan narra: “Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo.

Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido”.

Llegado el momento más importante en la vida de Jesús, aquello por lo que Dios se hizo hombre, dice que amó hasta el extremo, y ese amor lo llevó a lavarle los pies a sus discípulos, dando la magistral enseñanza que amar es estar al servicio del otro, con una actitud sincera de humildad.

Junto con esto, este día destaca lo siguiente: Jesús sabía que Judas lo traicionaría, y aun sabiendo eso, le lavó los pies. Es decir, Jesús responde a la traición de quien fue su amigo por tres años, de trato diario y cotidiano, con amor.  El amor de Jesús no retrocede ante la traición; el gesto de servicialidad y humildad del lavatorio no está reservado solo para los limpios y puros, sino que alcanza al que lo iba a vender por 30 monedas de plata, y entregar mediante un falso beso.

Pero, veamos un segundo a Judas. ¿Por qué Judas traicionó a Jesús hasta venderlo por 30 monedas a sus enemigos? ¿En qué momento decidió que era suficiente de aquella amistad diaria que tuvo con el Nazareno durante tres años? Los motivos para abandonar a un amigo de tanto tiempo, con quien se paseó por toda Judea y Galilea, deben ser graves.

Los teólogos dicen que uno de los motivos posibles es porque el Mesianismo de Jesús no satisfizo las expectativas que él tenía. Judas es el único Apóstol Judío –los demás eran de Galilea-, y se presume que pertenecía al grupo de los “zelotes”, quienes esperaban un Salvador de corte nacionalista, que expulsaría a los extranjeros, los libraría del yugo romano, mediante la fuerza e incluso la violencia. Jesús por su parte predicaba un Reino que no es de este mundo, como dirá a Pilato cuando lo interroga. El mesianismo de Cristo no es nacionalista, ni violento. No tiene que ver con la política.

Por tanto, la idea que tiene Judas sobre Jesús, el esquema mental de Judas no coincide con las palabras y obras del Maestro. Y como Jesús no se comporta ni hace lo que Judas espera, se decepciona. Judas quisiera que el mensaje de Jesús fuera lo que él espera que sea, y no lo que es.

Judas espera algo parecido a lo que Dostoievski pondrá en boca del Gran Inquisidor, la queja del porqué Jesús no aceptó en el desierto la tentación de satanás de convertir las piedras en pan, de convertirse en un político que asegure las condiciones materiales de la existencia a costa de la libertad, una religión del pan, de la materia, de este mundo:

“… Quieres presentarte al mundo con las manos vacías, anunciándoles a los hombres una libertad que su tontería y su maldad naturales no lo permiten comprender, una libertad espantosa, ¡pues para el hombre y para la sociedad no ha habido nunca nada tan espantoso como la libertad!, cuando, si convirtieses en panes todas esas piedras peladas esparcidas ante tu vista, verías a la Humanidad correr, en pos de ti, como un rebaño, agradecida, sumisa, temerosa tan sólo de que tu mano depusiera su ademán taumatúrgico y los panes se tornasen piedras.” Pero tú no quisiste privar al hombre de su libertad y repeliste la tentación; te horrorizaba la idea de comprar con panes la obediencia de la Humanidad, y contestaste que “no solo de pan vive el hombre”, sin saber que el espíritu de la tierra, reclamando el pan de la tierra, había de alzarse contra ti, combatirte y vencerte… nos buscarán en los subterráneos, en las catacumbas donde estaremos escondidos – huyendo aún de la persecución, del martirio –, para gritarnos: “¡Pan! ¡Los que nos habían prometido el fuego del cielo no nos lo han dado!” Y nosotros acabaremos su Babel, dándoles pan, lo único de que tendrán necesidad. Y se lo daremos en tu nombre. Sabemos mentir. Sin nosotros, se morirían de hambre. Su ciencia no les mantendría. Mientras gocen de libertad les faltará el pan; pero acabarán por poner su libertad a nuestros pies, clamando: “¡Cadenas y pan!” Comprenderán que la libertad no es compatible con una justa repartición del pan terrestre entre todos los hombres, dado que nunca – ¡nunca! – sabrán repartírselo”.

Por lo que Judas aun siendo testigo presencial de grandes prodigios y milagros: ciegos ver, paralíticos caminar, muertos resucitar, no soportó la decepción de que Jesús no respondiera a su concepto de Mesías salvador en clave política / religiosa. Jesús lo decepcionó, y ante la decepción lo abandonó, traicionó y vendió. Prevaleció el desencanto.

El contraste no puede ser más grande:

– Judas ante la decepción que le provocó Jesús lo abandona, lo deja solo, huye, lo traiciona, vende y entrega a sus enemigos.

– Jesús ante la traición de Judas, y la consecuente decepción que eso le provoca, le lava los pies. Jesús lavó los pies de Judas sabiendo que lo iba a traicionar, lo dice el Evangelio explícitamente. Y Jesús no retrocede, no lo abandona ni traiciona, no lo ata para siempre a la bajeza y finitud, sino que le lava los pies. El amor de Cristo supera la decepción y alcanza al traidor. El encanto del amor hacia Judas, de su amistad, se sobrepone.

Cuanto nos parecemos a Judas (yo el primero), cuan propensos estamos siempre de vender al divino maestro. Cuán lejos nos queda el ejemplo sublime de Cristo de lavar los pies al que da inicio a su calvario.

Un amor así sabemos y recordamos estos días que Jesús tiene por nosotros, por eso “su carga es suave y su yugo ligero”. Y un amor así debemos pedir a Jesús, amar a los demás con espíritu servicial: lavarles los pies, y que ese espíritu no desfallezca ni se apague aún en medio de las decepciones, tal como hizo él un Jueves Santo hace más de dos mil años.

 

Dejo unos versos de Lope de Vega:

¡Ay si los clavos vuestros

llegaran a mí tanto

que clavaran al vuestro

mi corazón ingrato!

¡Ay si vuestra corona,

al menos por un rato,

pasara a mi cabeza

y os diera algún descanso!

 

Miguel Ángel Contreras C.

 

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