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 Hablar de san Benito es hablar de monacato, es decir, de una vida consagrada totalmente al servicio de Dios dedicada particularmente a la oración y el trabajo. Pero en el caso de san Benito, debemos resaltar de manera particular su fecundidad espiritual, enraizada firmemente en su íntimo e intenso trato con Dios, y de la cual se desprende su aun palpable paternidad espiritual que a tantos monjes, aun hoy en día, sigue iluminando y atrayendo hacia las soledades de los monasterios para vivir sólo para el Todopoderoso.

Ofrecemos una semblanza de este padre de monjes, con el mejor prólogo que de ella se ha escrito, el de san Gregorio Magno, otra gran figura de la Iglesia.

Hubo un hombre de vida venerable, por gracia y por nombre Benito, que desde su infancia tuvo cordura de anciano. En efecto, adelantándose por sus costumbres a la edad, no entregó su espíritu a placer sensual alguno, sino que estando aún en esta tierra y pudiendo gozarlibremente de las cosas temporales, despreció el mundo con sus flores, cual si estuviera marchito. Nació en el seno de una familia libre, en la región de Nursia, y fue enviado a Roma a cursar los estudios de las ciencias liberales. Pero al ver que muchos iban por los caminos escabrosos del vicio, retiró su pie, que apenas había pisado el umbral del mundo, temeroso de que por alcanzar algo del saber mundano, cayera también él en tan horrible precipicio. Despreció, pues, el estudio de las letras y abandonó la casa y los bienes de su padre. Y deseando agradar únicamente a Dios, buscó el hábito de la vida monástica…(Del prólogo de la vida de San Benito)

Más adelante, como a no pocos grandes monjes les aconteció, san Benito comenzó a atraer otras almas para el servicio de Dios.

Atraídos por su santa vida, algunos monjes que moraban en los alrededores, le requieren con insistencia como su superior y maestro: Benito acepta, pero en cuanto trata de corregir su conducta, no muy ejemplar, atentan contra su vida con una copa envenenada que él rompe al bendecirla con el signo de la cruz.

Una anécdota 

En uno de aquellos monasterios fundados por él, había un monje que no podía permanecer en oración, sino que no bien los monjes se disponían a orar, él salía fuera del oratorio y se entretenía en cosas terrenas y fútiles. Después de haber sido amonestado repetidamente por su abad, finalmente fue enviado al hombre de Dios, quien a su vez le reprendió ásperamente por su necedad. Vuelto al monasterio, apenas hizo caso un par de días de la corrección del hombre de Dios, pero al tercer día volvió a su antigua conducta y comenzó de nuevo a divagar durante el tiempo de la oración. Habiéndolo comunicado al hombre de Dios, el abad que él mismo había puesto en el monasterio, dijo: “Iré y le corregiré personalmente”. Fue el hombre de Dios al monasterio, y cuando a la hora señalada, concluida ya la salmodia, los monjes se ocuparon en la oración, vio cómo un chiquillo negro arrastraba hacia fuera por el borde del vestido a aquel monje que no podía estar en oración. Entonces dijo secretamente a Pompeyano, el abad del monasterio, y al monje Mauro: “¿No veis quién es el que arrastra fuera a este monje?”. “No”, le respondieron. “Oremos, pues, para que también vosotros podáis ver a quién sigue este monje”.

Después de haber orado dos días, Mauro lo vio, pero Pompeyano, el abad del monasterio, no pudo verlo. Al tercer día, concluida la oración, al salir del oratorio el hombre de Dios encontró a aquel monje fuera. Y para curar la ceguera de su corazón le golpeó con su bastón, y desde aquel día no volvió a sufrir más engaño alguno de aquel chiquillo negro y perseveró constante en la oración. Así, el antiguo enemigo, como si él mismo hubiera recibido el golpe, no se atrevió en adelante a esclavizar la imaginación de aquel monje.        (De la “vida de san Benito”, de san Gregorio Magno)

Después de haber constituidos doce pequeños monasterios, San Benito deja Subíaco y se dirige hacia el sur, acompañado por algunos discípulos. No se conocen las razones por las cuales selecciona el monte «en el cual Cassino está: En la costa» (Dante, XXII, 37), aun cuando puede pensarse en la generosidad de algún benefactor patricio.

Dotado de sentido práctico, Benito, en la zona del actual claustro de acceso, adapta el templo pagano a oratorio de su comunidad y utiliza los restantes edificios como habitaciones de monjes y peregrinos y también como áreas para las diferentes actividades de trabajo.

En la cima del monte, donde surgía un bosquecito pagano, es construido un pequeño oratorio en honor a San Juan Bautista, destinado para fines de camposanto. Aún hoy en día el venerado sitio del sepulcro de San Benito y de su hermana Santa Escolástica corresponde exactamente a la parte inferior Altar mayor, Basílica.

A la obra de la implantación monástica, San Benito une el anuncio del Evangelio entre los pobladores de la llanura de abajo. Esta misión está aún hoy día encomendada a la comunidad monástica, por lo cual la ciudad de Cassino y las veinte comunidades aledañas forman parte de la jurisdicción pastoral del abad de Monte Cassino.

En Monte Cassino, San Benito completa la implantación de su Regula monachorum, o Regla de los monjes; «pequeño compendio del Evangelio», como la definió Bossuet. Siempre en Monte Cassino, el gran Patriarca, cercano a los setenta años, cerrará su existencia terrenal. Apenas antes de su muerte, sintiendo flaquear sus fuerzas, se hará llevar al oratorio de San Martín y allí, con los brazos tendidos hacia el cielo, después de haber recibido el Cuerpo de Nuestro Señor. La fecha de su muerte ha sido fijada por la tradición en el día 21 de marzo del 547.

 

ORACIÓN PARA PEDIR SU PROTECCIÓN

Santísimo confesor del Señor; Padre y jefe de los monjes, interceded por nuestra santidad, por nuestra salud del alma, cuerpo y mente.

Destierra de nuestra vida, de nuestra casa, las asechanzas del maligno espíritu. Líbranos de funestas herejías, de malas lenguas y hechicerías.

Pídele al Señor, remedie nuestras necesidades espirituales, y corporales. Pídele también por el progreso de la santa Iglesia Católica; y porque mi alma no muera en pecado mortal, para que así confiado en Tu poderosa intercesión, pueda algún día en el cielo, cantar las eternas alabanzas. Amén.

Jesús, María y José os amo, salvad vidas, naciones y almas.

Rezar tres Padrenuestros, Avemarías y Glorias.

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