Una mujer llena de santidad…
La Iglesia desde muy antiguo ha querido unir esta súplica a la salutación angélica para honrar a la Madre de Dios. Se dice que ya desde el siglo XII los cristianos la usaban, aunque su uso universal data del siglo XVI cuando la Iglesia la introduce en el rezo oficial de sus ministros.
SANTA MARÍA. En esta invocación van unidas dos palabras que son inseparables y convertibles. En primer lugar, inseparables porque donde está María está la santidad. Es un adjetivo inseparable del nombre María… También convertibles porque María es la santidad y la santidad es María. No hay criatura que se compare en santidad.
Veamos por separado éstas dos palabras y apliquémosla a aquella que es la poseedora de este título.
SANTA. El fin último de todo cristiano, es decir, la razón última para la que Dios nos ha creado es glorificarlo y mediante esto salvar la propia alma, o sea, la santificación. Dice el catecismo que el hombre ha sido creado para conocer, amar y servir a Dios en esta vida y así gozarlo en el Cielo.
El mismo Dios ha mandado “Sed santos, porque yo, Yahveh, vuestro Dios, soy santo”[1]. Este mandato es imperativo y nadie está exceptuado de cumplirlo. Es voluntad de Dios que seamos santos y en esto consiste nuestra felicidad.
María es la que mejor ha cumplido este precepto de Dios. Después de su Hijo Jesucristo ninguna criatura ha sido, es, ni será, más santa que ella.
Santa en su concepción, en su vida y por los siglos.
Pero, ¿cómo nos hacemos santos? Es una gracia. Por nuestra parte debemos ser cada vez más imagen de Dios. ¿Cómo se logra eso? Creciendo a cada momento en el regalo más precioso que Dios ha hecho a los hombres, creciendo en la gracia santificante.
María es nuestro ejemplar. Ella fue llamada por el mismo Dios “llena de gracia”[2]. Ella es la Hija predilecta de Dios Padre. Es la obra maestra de Dios Espíritu Santo. Preparada por Dios para una misión especial: ser su Madre. “Dios da a cada uno la gracia según la misión para que es elegido”[3], por lo cual hizo a María la “santa entre los santos”, pues iba a ser su madre.
MARÍA. Este es el nombre que el evangelista San Lucas le da a la Madre del Redentor. Dice el Evangelio “el nombre de la Virgen era María”[4].
“Dios Padre es glorificado por el nombre de Jesús, o sea, por la persona de su Hijo, por su poder y por su misión salvífica[5], pero también es glorificado por el nombre de María, o sea, por la persona de la Madre de Cristo y por su misión en la historia de la salvación. El nombre de la Bienaventurada Virgen María es celebrado en cuanto es:
Glorioso, porque Dios la ha glorificado de tal modo, que su alabanza esté siempre en la boca de todos, como glorificó el nombre de Judit, que prefiguraba a la Virgen María[6].
Santo, porque designa la Mujer, que fue toda llena de gracia y que encontró gracia ante Dios[7] para concebir y dar a luz al Hijo de Dios[8].
Maternal, porque el Señor Jesús a punto de expirar en la cruz, quiso que la Santísima Virgen María, a quien había elegido como Madre suya, fuese también Madre nuestra para que los fieles sean confortados al invocar su nombre maternal.
Providente, porque los fieles en cuya boca resuena asiduo el nombre de la beatísima Virgen María, la miran confiados, cual brillante estrella, la invocan como Madre en los peligros, y en las necesidades a ella se acogen seguros”[9].
¿Qué significa el nombre “María”? Muchos significados se han dado de este nombre, pero parece ser que los más importantes son: Señora, Estrella del mar y Ser Bella.
Respecto a los dos primeros dice San Beda “la palabra María en hebreo quiere decir “estrella del mar” y en siríaco “Señora”. Y con razón, porque mereció llevar en sus entrañas al Señor del mundo y a la luz constante de los siglos”[10].
SEÑORA. Se refiere principalmente a la maternidad divina de María, pero también al título que lleva como consecuencia de ser Reina y Señora de todo el universo; título que también es premio de los sufrimientos padecidos por María en su vida, sobre todo, al pie de la cruz.
ESTRELLA DEL MAR. María es para todo cristiano modelo de fe. Ella peregrinó primero que nosotros en la fe por el camino que conduce hacia la Patria. Ella es, desde el cielo, la estrella que ilumina nuestro peregrinar hacia el puerto de salvación.
Así como los marinos que navegaban en el mar se guiaban, en la antigüedad, por las estrellas en la oscuridad de la noche, también nosotros, marinos que navegamos en la barca de la Iglesia, debemos guiarnos por ésta Estrella en nuestro navegar en la noche de la fe para llegar seguros al Cielo. “Tú, quienquiera que seas y te sientas arrastrado por la corriente de este mundo, náufrago de la galerna y la tormenta, sin estribo firme, no apartes tu vista del resplandor de esta estrella si no quieres sumergirte bajo las aguas. Si se levantan los vientos de las tentaciones, si te ves arrastrado contra las rocas del abatimiento, mira a la estrella, invoca a María […]
Si la sigues no te desviarás; si recurres a ella, no desesperarás. Si la recuerdas, no caerás en el error. Si ella te sostiene, no vendrás abajo. Nada temerás si te protege; si te dejas llevar por ella, no te fatigarás; con su favor llegarás a puerto”[11].
Pero también María es ejemplo de todas las virtudes y modelo de vírgenes: “Efectivamente, es correctísimo compararla con una estrella. Porque si todo astro irradia su luz sin destruirse, la Virgen dio a luz sin lesionarse su virginidad. Los rayos que emite no menguan a la estrella en su propia claridad, como no menoscaba a la Virgen en su integridad el Hijo que nos da. María es la estrella radiante que nace de Jacob, cuya luz se difunde al mundo entero, cuyo resplandor brilla en los cielos y penetra los abismos, se propaga por toda la tierra, abriga no tanto los cuerpos como los espíritus, vigoriza las virtudes y extingue los vicios. María es, repito, la estrella más brillante y más hermosa. Ahí está el mar ancho y dilatado, sobre el que se levanta infaliblemente, esplendorosa con sus ejemplos y titilante con sus méritos”[12].
SER BELLA. Y tan bella que conquistó el corazón de Dios que admirado la llamó la “llena de gracia”. Y si Dios que es la Suma Belleza se dejó cautivar por María, ¡cuánto más nosotros pobres criaturas afeadas por el pecado!
Que su belleza nos conquiste y nos lleve a imitarla para que imitándola agrademos también a Dios como Él lo espera de nosotros.
P. Gustavo Pascual, IVE.
[1] Lv 19, 2
[2] Lc 1, 28
[3] Cf. Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, IIIª p., q. 27, a.5 ad 1. En adelante III, 27, 5 ad 1
[4] Lc 1, 27
[5] Cf. Hch 4, 12; Flp 2, 10
[6] Cf. Jdt 13, 20
[7] Cf. Lc 1, 30
[8] Cf. Lc 1, 31
[9] Cf. Comisión Episcopal de liturgia del Perú, Colección de misas de la bienaventurada Virgen María, Avanzada Lima 1987, 85. En adelante, Colección de misas de la bienaventurada Virgen María…
[10] Santo Tomás de Aquino, Catena Áurea, Lucas (IV), Cursos de Cultura Católica Buenos Aires 1946, San Beda a Lc 1, 27, 16. En adelante Catena Áurea…
[11] San Bernardo, En alabanza a la Virgen Madre, homilía II, 17, O.C., t. II, BAC Madrid 19942, 639
[12] Ibíd., 638