Más leído esta semana

📖 Ediciones Voz Católica

Reflexión para los adoradores de Jesucristo Sacramentado

Cuando vamos a adoración y nos arrodillamos frente a la custodia, bien podría decirnos Nuestro Señor como a Felipe “Tanto tiempo que estoy con vosotros, ¿y no me habéis conocido?”

Los verdaderos adoradores ¿ante quien se arrodillan?, ¿ante la custodia que significa, representa o recuerda a Jesús; o frente a Cristo mismo, Señor del cielo y de la tierra, que se ha hecho sacramento por nosotros?: ¿qué significa para nosotros realmente la adoración?

Cuántas veces oímos decir después de la adoración, ¡qué calor que hacía adentro! O qué frío, o quizás cómo se movía tal, qué distraído aquel, ¿viste cómo se dormía…? Etc, etc, etc; y cuán poco decimos acerca de la paz interior que nuestro Señor otorga al alma, o de las gracias  y especiales luces que nos ha concedido. No digo que hablemos de nuestras conversaciones con Él, sino que nos examinemos seriamente: ¿vamos a mirar la custodia, la capilla, las personas, o a entablar  amistosa y confiada oración con nuestro Dios sacramentado?

Dice San Alberto Hurtado: “colócate delante del Señor, déjate mirar por Él y descansa en Él”; esta es justamente la actitud pasiva que ha de tener el alma frente a Jesucristo sacramentado pero que no significa “exclusiva pasividad”, pues además el alma debe tender constantemente hacia Él: se encuentra ante su Dios y Señor en la actitud de escucha y respeto, pero también lo está delante de su amigo fidedigno por antonomasia que a tal punto la ama que siendo Dios se entregó por ella a precio de su sacratísima sangre.

Jesucristo es el Señor de la justicia ante quien hay que prosternarse en total reverencia y humildad, pero también es el amante amigo del alma que espera paciente y como ansioso en el sagrario aquella nuestra visita para acrecentar  su amistad con nosotros, para entablar un familiar y sincero diálogo, para reconfortarnos  y aliviar nuestras penas, para oír nuestras alegrías y alegrarse con nosotros, para escuchar nuestras aflicciones y otorgarnos su compasión; para secar nuestras lágrimas con el pañuelo de su misericordia, para animarnos con su ejemplo de completo abandono a la voluntad del Padre, para recibir tiernamente nuestras oraciones, para concedernos abundantemente sus gracias, para corregir nuestros defectos; en fin, para conducir nuestros pasos en esta vida por la senda que conduce hacia Él. “Se esconde” en el sacramento para que lo busquemos, “se hace” sacramento a fin de acrecentar nuestra fe, “se nos entrega” en el sacramento para unirse efectivamente a nuestras almas, y quiere que lo adoremos en el sacramento para que podamos llegar a contemplarlo después cara a cara en la eternidad.

Jesucristo nos espera continuamente, quiere estar a solas con nosotros, quiere revelarnos sus misterios, quiere que lo visitemos tan sólo para demostrarle que no lo hemos olvidado y que no ignoramos su augusto sacrificio. Vayamos, pues, a visitarlo en la custodia; acudamos a compenetrarnos profundamente en su amistad para que no puedan pesar sobre nosotros aquellas tristes palabras que dirige a sus apóstoles: tanto tiempo estoy con vosotros ¿y no me habéis conocido?; sino más bien aquellas otras de su sermón de despedida en la última cena: “…ya no os llamo siervos, sino amigos…” (Jn 15,16);y que a tal punto le sean gratas nuestras visitas que vayamos a su encuentro animados por aquella hermosa y definitiva invitación que ha reservado para sus elegidos en el día de su regreso: “venid a mí, benditos de mi padre…”, como si nos dijera, venid a verme en la custodia, venid a acompañarme, venid que vuestras visitas aquí en la tierra me son tan agradables que yo mismo haré eco de ellas para la eternidad.

 P. Jason.

Seguir Leyendo

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.