📖 Ediciones Voz Católica

Más leído esta semana

Decía Antonine de Saint-Exupéry “El hombre no es más que un nudo de relaciones. Sólo las relaciones cuentan para el hombre”[1] y si esto es verdad, lo es porque él, es imagen de Aquél que es relación por antonomasia, es decir nuestro Creador. De hecho, cada divina Persona es una relación subsistente. «En efecto, “en Dios todo es uno, excepto lo que comporta relaciones opuestas”[2]. Por otra parte el «“Padre”, “Hijo”, “Espíritu Santo” no son simplemente nombres que designan modalidades del ser divino, pues son realmente distintos entre sí: “El que es el Hijo no es el Padre, y el que es el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu Santo el que es el Padre o el Hijo”[3]. Son distintos entre sí por sus relaciones de origen: “El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu Santo es quien procede”[4]. La Unidad divina es Trina»[5].

Existe entonces, podríamos decir un “Nudo Trinitario” que “es el misterio de Dios en sí mismo”[6] de ahí que «la distinción personal del Verbo con el Padre y el Espíritu Santo nos impele a que toda nuestra vida lleve la impronta trinitaria, que es el máximo misterio de Dios, es plenitud del hombre y es “la sustancia del Nuevo Testamento”, en la que los hombres por medio del Hijo hecho carne tienen acceso en el Espíritu Santo al Padre y se hacen partícipes de la naturaleza divina (2 Pe 1,4). Debe ser un timbre de honor el confesar “la distinción de las personas, la unidad de su naturaleza y la igualdad en la majestad”[7]»[8].

Por otra parte a la pregunta ¿Qué es ser hombre? Recordemos la respuesta  del aviador francés “El hombre es un nudo de relaciones”. Es decir, lo que nos define son los vínculos con la realidad, que son invisibles. Y lo que construye nuestra realidad humana es cómo nos relacionamos con el mundo con los demás y con Dios. Todo depende de nuestras relaciones: La vida, la muerte, la familia, los amigos, etc. De ahí que  Saint-Exupéry escribía “Lo que causa tus sufrimientos más graves es lo mismo que te aporta tus alegrías más altas. Porque sufrimientos y alegrías son frutos de tus lazos”.

Estos lazos son los que nos hacen “ser”. Pero no sólo en las relaciones humanas, sino también los lazos que establecemos con los bienes materiales, con la tradición y sobre todo con Dios. «Origen primero y fin último de todo cuanto existe. Principio y fundamento, en especial, de todo hombre y mujer creados a su imagen y semejanza»[9].

Ahora, el hombre, como afirmó el Concilio Vaticano II, «no puede encontrar su plenitud sino en la entrega sincera de sí mismo a los demás». Entonces, se sigue que el amor es la vocación humana y todo nuestro comportamiento, para ser verdaderamente humano, debe manifestar la realidad de nuestro ser, realizando la vocación del amor. Como escribió Juan Pablo II: «El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida queda privada de sentido si no se le revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente ».

Entonces la experiencia del amor es esencial al hombre y el amor es, en palabras del autor galo, «el nudo divino que anuda las cosas» (Citadelle ). Por esto, Saint-Exupéry subraya incesantemente que el hombre sólo llega a plenitud cuando participa de algo que lo desborda y, en casos, supera. De ahí la significación de clave de bóveda que otorga en Citadelle al concepto de “intercambio”. “Yo no amo a los sedentarios de corazón. Los que no intercambian nada no llegan a ser nada. Y la vida no habrá servido para madurarlos. Y el tiempo corre para ellos como un puñado de arena y los pierde”[10].

De lo expuesto anteriormente, si sostenemos que “El hombre es un nudo de relaciones” se sigue que cada hombre se define, dignifica y llega a su plenitud en sus relaciones o mejor dicho religaciones hechas por amor, teniendo en cuenta que lo “más propio de la  caridad es querer amar que querer ser amado”[11]. Ahora bien, los votos religiosos son los lazos humanos que nos unen con lo divino, en realidad directamente con Dios, por medio de ellos queremos ligarnos a Él, Uno y Trino y sólo de Él depender. Los votos son entonces el mayor acto de amor que podemos hacer para vincularnos, atarnos, ligarnos raigalmente a nuestro Dios, por eso le dijimos o nos preparamos para decirle de lo más profundo de nuestro corazón: “Al Padre, origen primero y fin supremo de la vida consagrada; a Cristo, que nos llama a su intimidad; al Espíritu Santo, que dispone el ánimo a acoger sus inspiraciones”[12]. Por lo cual como dice el P. Nieto: «No hay palabras, quizás en toda nuestra vida, que tengan más seriedad e importancia como aquellas que pronunciamos el día de nuestra profesión. Es a la Trinidad a la que correspondemos porque es el mismo Dios quien nos ha llamado. “Dios llama a quien quiere, por libre iniciativa de su amor”[13] y –quién podría dudarlo– cada una de nuestras vocaciones ha sido el fruto de “la acción divina”[14]. Más aún, es “una iniciativa enteramente del Padre[15], que exige de aquellos que ha elegido la respuesta de una entrega total y exclusiva… debiendo responder con la entrega incondicional de su vida, consagrando todo, presente y futuro, en sus manos… totalidad… equiparable a un holocausto”[16]. De aquí que en la fórmula de renovación mensual de los votos decimos hermosamente que hemos sido llamados a ser “los incondicionales de Dios”, poniendo de relieve la totalidad, el alcance pleno y la perpetuidad del amor que se profesa. Por eso explicaba San Juan Pablo II: “Los votos religiosos tienen la finalidad de realizar un vértice de amor: de un amor completo, dedicado a Cristo bajo el impulso del Espíritu Santo y ofrecido al Padre por medio de Cristo. De ahí el valor de oblación y de consagración de la profesión religiosa, que en la tradición cristiana oriental y occidental es considerada como un baptismus flaminis”[17]. Muchas veces, la claudicación en la profesión religiosa tiene su fundamento en esto: en querer nosotros poner condiciones a Dios pensando que esto redundará en un beneficio personal. “Buscarse a sí mismo” no es jamás un buen negocio en la vida espiritual»[18].

«Debemos tener profunda y raigal devoción a la Santísima Trinidad»[19].  Como el principito que trascendía lo visible para llegar a lo esencial, los “nudos divinos”[20] que buscamos realizar con el Padre, el Hijo y Espíritu Santo pidámosle a la Mujer Trinitaria que estreche (aprete-una-ligue) estos nudos cada día más, siempre más!

Referencias

[1] Cf. Pilote de guerre, p. 154; Piloto de guerra, p. 147.. Los conceptos de “relación” y “vínculo” van estrechamente unidos, en Saint-Exupéry, con el de “participación”: «EI oficio de testigo me ha causado siempre horror. ¿Qué soy yo si no participo? Para ser, necesito participar. Yo me alimento de la calidad de los compañeros (…). Forman, con su trabajo, su oficio, su deber, una red de vínculos (…). Y yo me embriago con la densidad de su presencia». «Admiro las inteligencias límpidas. Pero ¿qué es un hombre si le falta sustancia, si no es más que una mirada y no un ser?» (Pilote de guerre, p. 166; Piloto de guerra, pp. 158-159).

[2] Concilio de Florencia, año 1442: DS 1330. “A causa de esta unidad, el Padre está todo en el Hijo, todo en el Espíritu Santo; el Hijo está todo en el Padre, todo en el Espíritu Santo; el Espíritu Santo está todo en el Padre, todo en el Hijo” (Concilio de Florencia, año 1442: DS 1331) Cf. Catecismo de la Iglesia Caólica, 255.

[3] Concilio de Toledo XI, año 675: DS 530

[4] Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804

[5] Cf. Catecismo de la Iglesia Caólica, 254.

[6] Catecismo de la Iglesia Caólica, 234.

[7] Misal Romano, Prefacio de la Santísima Trinidad.

[8] Directorio de Espiritualdad, 9.

[9] Buela C. M., Sacerdotes para Siempre (New York – 2011) p. 549.

[10] Cf. Citadelle, Gallimard, Paris, 1948, p. 38. Versión española: Ciudadela, Círculo de lectores, Barcelona, 1992; Alba, Barcelona 1997, p. 38.

[11] Summa Theologiae, II-II, q. 27, art. 1, ad. 2.

[12] Vita Consecrata, 21: “la vida consagrada está llamada a profundizar continuamente el don de los consejos evangélicos con un amor cada vez más sincero e intenso en dimensión trinitaria: amor a Cristo, que llama a su intimidad; al Espíritu Santo, que dispone el ánimo a acoger sus inspiraciones; al Padre, origen primero y fin supremo de la vida consagrada”; cf. Ibidem, 14; Juan Pablo II, Discurso en la Audiencia General (09/11/1994).

[13] Directorio de Espiritualidad, 290.

[14] Cf. Directorio de Vida Consagrada, 10; op. cit. CIVCSVA, Elementos esenciales de la doctrina de la Iglesia sobre la vida religiosa, 5.

[15] Cf. Jn 15, 16.

[16] Cf. Directorio de Vocaciones, 5 a.

[17] SAN JUAN PABLO II, Discurso en la Audiencia General, (26/10/1994).

[18] Nieto, G. Circular XVI ‘Sobre nuestra formula de profesión’ 01/04/2018, p. 6.

[19] Constituciones, 9.

[20] Cf. Citadelle, p. 263; Ciudadela, p. 243.

Seguir Leyendo

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.