1. “Creemos que este Dios (Ser) único es absolutamente uno en su esencia infinitamente santa al igual que en todas sus perfecciones, en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y en su amor.
Él es el que es, como lo ha revelado a Moisés; y Él es Amor, como el Apóstol Juan nos lo enseña; de forma que estos dos nombres, Ser y Amor, expresan inefablemente la misma Realidad divina de Aquel que ha querido darse a conocer a nosotros y que habitando en una luz inaccesible está en Sí mismo por encima de todo nombre, de todas las cosas y de toda inteligencia creada” (Insegnamenti de Paolo VI, VI, 1968, pág. 302).
2. El Papa Pablo VI pronunciaba estas palabras en el 1900 aniversario del martirio de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, el 30 de junio de 1968, durante la profesión de fe llamada “El Credo del Pueblo de Dios“. Expresan de manera más extensa que los antiguos Símbolos, aunque también de forma concisa y sintética, aquella verdad sobre Dios que la Iglesia profesa ya al comienzo del Símbolo: “Creo en Dios”: es el Dios que se ha revelado a Sí mismo, el Dios de nuestra fe. Su nombre: “Yo soy el que soy”, revelado a Moisés desde el interior de la zarza ardiente a los pies del monte Horeb, resuena, pues, todavía en el Símbolo de fe de hoy.
Pablo VI une este Nombre —el nombre “Ser”— con el nombre “Amor” (según el ejemplo de la primera Carta de San Juan). Estos dos nombres expresan del modo más esencial la verdad sobre Dios. Tendremos que volver de nuevo a esto cuando, al interrogarnos sobre la Esencia de Dios, tratemos de responder a la pregunta: quién es Dios.
3. Pablo VI hace referencia al Nombre de Dios “Yo soy el que soy”, que se halla en el libro del Éxodo. Siguiendo la tradición doctrinal y teológica de muchos siglos, ve en él la revelación de Dios como “Ser”: el Ser subsistente, que expresa la Esencia de Dios en el lenguaje de la filosofía del ser (ontología o metafísica) utilizada por Santo Tomás de Aquino. Hay que añadir que la interpretación estrictamente lingüística de las palabras “Yo soy el que soy”, muestra también otros significados posibles, a los cuales aludiremos más adelante. Las palabras de Pablo VI ponen suficientemente de relieve que la Iglesia, al responder al interrogante: ¿Quién es Dios?, sigue, a partir del ser (esse), en la línea de una tradición patrística y teológica plurisecular. No se ve de qué otro modo se podría formular una respuesta sostenible y accesible.
4. La palabra con la que Dios se revela a sí mismo expresándose en la “terminología del ser”, indica un acercamiento especial entre el lenguaje de la Revelación y el lenguaje del conocimiento humano de la realidad, que ya desde la antigüedad se calificaba como “filosofía primera”. El lenguaje de esta filosofía permite acercarse de algún modo al Nombre de Dios como “Ser”. Y, sin embargo —como observa uno de los más distinguidos representantes de la escuela tomista en nuestro tiempo, haciendo eco al mismo Santo Tomás de Aquino (cf. Contra Gentes, I, cc. 14, 30)—, incluso utilizando este lenguaje podemos, al máximo, “silabear” este Nombre revelado, que expresa la Esencia de Dios (cf. E. Gilson, Le thomisme, París 1944, ed, Vrin, págs. 33, 35, 41, 155-156). En efecto, ¡el lenguaje humano no basta para expresar de modo adecuado y exhaustivo “Quien es” Dios!, ¡nuestros conceptos y nuestras palabras respecto de Dios sirven más para decir lo que Él no es, que lo que es! (cf. Summa Th., I, q. 12, a. 12 s).
Dios como “Ser”: el Ser subsistente, que expresa la Esencia de Dios en el lenguaje de la filosofía del ser (ontología o metafísica) utilizada por Santo Tomás de Aquino. La Iglesia, al responder al interrogante: ¿Quién es Dios?, sigue, a partir del ser (esse), en la línea de una tradición patrística y teológica plurisecular. No se ve de qué otro modo se podría formular una respuesta sostenible y accesible.
5. “Yo soy el que soy”. El Dios que responde a Moisés con estas palabras es también “el Creador del cielo y de la tierra”. Anticipando aquí por un momento lo que diremos en las catequesis sucesivas a propósito de la verdad revelada sobre la creación, es oportuno notar que, según la interpretación común, las palabra “crear” significa “llamar al ser del no-ser“, es decir, de la “nada“. Ser creado significa no poseer en sí mismo la fuente, la razón de la existencia, sino recibirla “de Otro”. Esto se expresa sintéticamente en latín con la frase “ens ab alio“. El que crea —el Creador— posee en cambio la existencia en sí y por sí mismo (“ens a Se“).
El ser pertenece a su substancia: su esencia es el ser. Él es el Ser subsistente (Esse subsistens). Precisamente por esto no puede no existir, es el ser “necesario”. A diferencia de Dios, que es el “ser necesario”, los entes que reciben la existencia de El, es decir, las creaturas, pueden no existir: el ser no constituye su esencia; son entes “contingentes”.
6. Estas consideraciones respecto de la verdad revelada sobre la creación del mundo, ayudan a comprender a Dios como el “Ser”. Permiten también vincular este “Ser” con la respuesta que recibió Moisés a la pregunta sobre el Nombre de Dios: “Yo soy el que soy”. A la luz de estas reflexiones adquieren plena transparencia también las palabras solemnes que oyó Santa Catalina de Siena: “Tú eres lo que no es, Yo soy El que Es” (S. Catharinae Legenda maior, I, 10). Esta es la Esencia de Dios, el Nombre de Dios, leído en profundidad en la fe inspirada por su auto-revelación, confirmado a la luz de la verdad radical contenida en el concepto de creación. Sería oportuno cuando nos referimos a Dios escribir con letra mayúscula aquel “soy” el que “es”, reservando la minúscula a las criaturas. Ello sería además un signo de un modo correcto de reflexionar sobre Dios según las categorías del “ser”.
En cuanto “ipsum Esse Subsistens” —es decir, absoluta plenitud del Ser y por tanto de toda perfección— Dios es completamente trascendente respecto del mundo. Con su esencia, con su divinidad El “sobrepasa” y “supera” infinitamente todo lo que es creado: tanto cada criatura incluso la más perfecta como el conjunto de la creación: los seres visibles y los invisibles.
Se comprende así que el Dios de nuestra fe, El que es, es el Dios de infinita majestad. Esta majestad es la gloria del Ser divino, la gloria del Nombre de Dios, muchas veces celebrada en la Sagrada Escritura.
“Yavé, Señor, nuestro, ¡cuán magnífico es tu nombre/ en toda la tierra!” (Sal 8, 2)
“Tú eres grande y obras maravillas/ tú eres el solo Dios” (Sal 85, 10).
“No hay semejante a ti, oh Yavé.” (Jer 10, 6).
Ante el Dios de la inmensa gloria no podemos más que doblar las rodillas en actitud de humilde y gozosa adoración repitiendo con la liturgia en el canto del Te Deum: “Pleni sunt caeli et terra maiestatis gloriae tuae… Te per orbem terrarum sancta confitetur Ecclesia: Patrem inmensae maiestatis”: “Los cielos y la tierra están llenos de la majestad de tu gloria… A ti la Iglesia santa, extendida por toda la tierra, te proclama: Padre de inmensa majestad”.