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La Sagrada Eucaristía es la prolongación de la Encarnación de Cristo en la tierra, y gracias a este misterio podemos sentir la alegría de la Navidad todos los días. Cuando venimos al Santísimo Sacramento, venimos a Belén cuyo nombre significa “casa de pan”.

Jesús quiso nacer en Belén porque quería quedarse para siempre con nosotros como el “Pan Vivo” (Jn.6, 51) bajado del cielo.

Cuando los pastores y los magos fueron a adorarlo le dieron tanta alegría con su humilde visita, que este hecho ha sido recordado y alabado a través de los siglos. Dios nunca ha dejado de honrarlos, porque ellos honraron a su hijo en Belén. Así también tu humilde visita de hoy a Jesús en el Santísimo Sacramento le da tanta alegría, que será recordada por toda la eternidad, y hará que su promesa de paz en la tierra se cumpla más pronto.

Es un gran privilegio el ser llamados para adorar a Jesús aquí, donde se prolonga su encarnación, como lo adoraron María, José, los pastores y los magos de Belén.

Jesús nos ama con todo su Corazón y en la Eucaristía expresa este amor infinito, totalmente desinteresado y perfecto por el hombre. De nuevo la Palabra se hace carne y habita entre nosotros, velada bajo las especies de la Sagrada Hostia, en la que el mismo Jesús, que nació hace dos mil años como un tierno niño en Belén, se hace presente a nosotros, real y verdaderamente, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad en el Santísimo Sacramento.

Pidámosle a Dios que nos dé pobreza de espíritu como la de María, a quien no le importó la pobreza material ni las humillantes circunstancias del nacimiento de su divino Hijo.

Tampoco le importó el rechazo del mundo porque Ella encontró toda su riqueza en el Amor Divino y todos sus tesoros en la presencia real de Jesús.

“Tú eres mi Señor, mi bien, nada hay fuera de Ti… El Señor, la parte de mi herencia… tengo siempre presente al Señor… por eso se me alegra el corazón” (Sal.16).

¡Esto es vivir las bienaventuranzas, esto es la alegría de la adoración a Cristo!

Pidámosle al Señor que nos ayude a desprendernos espiritualmente de todo, para que Jesús en la Eucaristía sea nuestro mayor tesoro, nuestra “perla de gran valor” (Mt.13,46), “nuestra riqueza” (Flp 3,8). La palabra Eucaristía, que significa acción de gracias, enfatiza los sentimientos que debemos tener.

“Estad siempre alegres. Orad constantemente. En todo dad gracias, pues esto es lo que Dios, en Cristo Jesús, quiere de vosotros” (1 Ts. 5,16-18).

Que el amor eucarístico de Jesús sea el centro y la alegría de todo nuestro ser. “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí” (Jn. 16,33).

Cuando Jesús llega a ser en verdad todo para nosotros, Él es nuestra paz. “Tú eres mi Señor, sólo Tu eres mi recompensa” (Sal.119).

Así como a María no le importó el frío ni las lastimosas condiciones del establo, así también no pongamos nuestra atención en la frialdad ni en la miserable condición de nuestra alma. Más bien, que nuestro espíritu “se alegre en Dios nuestro Salvador” (Lc. 1, 47).

“¡Oh, qué alegría cuando me dijeron vamos a la Casa del Señor!” (Sal. 122, 1). María nos inspira el deseo de alejarnos de nuestras miserias y enfermedades espirituales para contemplar a Jesús, en quien encontraremos nuestra verdadera identidad, nuestra dignidad y nuestra seguridad, en el amor sin límites que Él nos tiene en la Sagrada Eucaristía. “La insondable riqueza de Cristo” (Ef.3,8), es el amor eucarístico de Nuestro Señor, “al cual hizo Dios para nosotros, sabiduría de origen divino, justicia, santificación y redención” (1 Co.1,30).

La historia de amor más grande que ha existido está en la Hostia Santa. En ella contemplamos la gloria del Señor en lo más profundo de su humildad. Aquí Dios, que creó el mundo entero, y a quien el mundo no puede contener, se contiene a Sí mismo en el Santísimo Sacramento por amor a nosotros, para ser nuestro Buen Pastor que “los guiará a los manantiales de las aguas de la vida” (Ap. 7,17), nuestro médico divino “que viene a vendar los corazones rotos” (Is.61,1), nuestro divino compañero en nuestro peregrinar en esta vida.

Aquí puedes contemplar su gloria en el milagro de su amor, porque en la Sagrada Hostia se hace pequeño para poder darse a nosotros y para que nos vayamos “llenando hasta la total plenitud de Dios” (Ef.3,19). En el Santísimo Sacramento Jesús se hace pobre, “se despojó de sí mismo” (Flp.2,7), de su gloria y majestad para hacernos ricos con la abundancia de su gracia, y “somos transfigurados a su propia imagen, con un esplendor cada vez más glorioso” (2 C o 3,18), y haciendo nuestra alma más bella con cada Comunión y con cada visita que le hacemos en el Santísimo Sacramento.

“Siendo rico, por vosotros se hizo pobre, a fin de que os enriquecierais con Su pobreza” (2 Co.8,9).

La Eucaristía es el amor divino hecho visible en la Sagrada Hostia. Por eso los ángeles cantan hoy aquí lo mismo que en Belén: “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace” (Lc.2,14).

Venid adorémosle, porque aquí Jesús continúa viniendo a nosotros “lleno de gracia y de verdad” (Jn. 1,14). Él es la Palabra que se hace carne en la Sagrada Eucaristía y pone su Morada entre nosotros. “Él es nuestra paz” Ef. 2,14).

 

Oración al Santísimo Sacramento

¡Oh Jesús!, con cada “Avemaría” que rezamos nos unimos a la perfecta adoración que María te ofreció en Belén, para poder darte en este momento toda la alegría y toda la ternura que Ella te dio la primera noche de Navidad, cuando te estrechó en sus brazos y te acercó a su corazón.

Te alabamos y te damos gracias, con todo el afecto de María por haber nacido en Belén haciéndote como nosotros, y porque en el Santísimo Sacramento prolongas tu encarnación. Enséñanos a apreciar y agradecer debidamente el inmenso valor de tu Presencia Eucarística, y que tu amor eucarístico haga que todos nuestros pensamientos, palabras y obras estén dirigidos a adorarte y amarte, hasta que toda nuestra vida sea adoración “en espíritu y en verdad” (Jn. 4, 24).

En las “Meditaciones del Rosario” de Santa Teresa de Calcuta.


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