Aceptar la voluntad de Dios y confiar en su Providencia es algo que supera nuestras fuerzas humanas. Necesitamos de su ayuda para no renegar de Él, sobre todo, en los momentos más difíciles de nuestra vida. De modo que podamos decir de corazón, aunque con lágrimas en los ojos aquello de Job 1,21: “Desnudo salí del vientre de mi madre y desnudo volveré. El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea el nombre del Señor”.
Aquellos que han pasado por esta noche de purificación pueden dar testimonio de las palabras del P. Garrigou Lagrange, en su obra Providencia y Confianza en Dios (p. 215): “No hay fe más grande y viva que la de quien cree que Dios dispone todo para nuestro bien espiritual, cuando parece que nos destruye y trastorna nuestros planes, cuando permite que nos calumnien, cuando altera nuestra salud de un modo irremediable, o permite cosas aún más dolorosas”.
1. Oración con la Sagrada Escritura
Dios se nos revela a través de la Sagrada Escritura, la Tradición y el Magisterio. De manera particular en la Sagrada Escritura está Su Palabra, por medio de la cual podemos interpretar nuestra realidad cuando no alcanzan los juicios humanos.
Sobre todo te recomiendo meditar el pasaje emblemático de San Pablo (Rom 8,28): “Todo sucede para el bien de los que aman a Dios”. Pide a Dios que aumente nuestra confianza en s Providencia. Que te dé la gracia de estar convencido de que es Él quien guía los acontecimientos, permitiendo aún los más dolorosos, incluso (como dice San Agustín) los pecaminosos. Todo eso para tu propio bien espiritual.
2. Actitud activa: discernimiento y acción
Aceptar la voluntad de Dios no quiere decir quedarte con los brazos cruzados esperando a que todo pase. Con mayor razón en los momentos más complicados, necesitas tomar una actitud activa, ya que es indispensable que trates de querer lo que Dios quiere. Esto requiere una gran fuerza interior, determinación y perseverancia cada vez que vienen las tentaciones de desánimo.
En primer lugar, debes estar con los ojos de la inteligencia y de la voluntad muy atentos para discernir qué es lo que Dios te pide que hagas para afrontar esa situación. Para esto necesitas oración (el punto 1) y ejercitar el discernimiento de espíritus que aprendiste en los Ejercicios Espirituales. No te dejes engañar por el demonio, por tu sensibilidad, ni tomes decisiones apresuradas (todo parecerá aún peor). Es una oportunidad única para que aprendas a morir a ti mismo para que Cristo viva.
En segundo lugar, una vez que hayas descubierto lo que Dios te pide, trata de ponerlo inmediatamente por obra. Esto requiere la virtud de la devoción: “no es otra cosa que una voluntad pronta de entregarse a todo lo que pertenece al servicio de Dios” (II-II, 82, 1). Esto incluiría hacer lo posible por remediar aquellas situaciones adversas. Por ejemplo, si recibes la noticia de una enfermedad grave, hacer lo posible por sanar; o si recibes una ofensa injusta, buscar la justicia recurriendo a medios penales. Es importante aclarar esto, porque hay algunos católicos que piensan que está mal defenderse, interpretando erróneamente aquello de Lc 6,29: “Al que te pegue en una mejilla ofrécele también la otra, y al que te quite el manto no le niegues tampoco la túnica”.
3. Amar a Dios
Finalmente, lo más importante. Recuerda que Rom 8,28 dice “Todo sucede para el bien de los que aman a Dios”. Por lo tanto, para que las desgracias actuales nos sirvan para el bien, hay que buscar amar a Dios más que nunca. Es decir, tratar de alejarnos del pecado, incluso venial, y acudiendo a la confesión frecuentemente. Esto debe hacerlo por amor a Dios y no tanto por temor. Si rechazas de esta forma los pecados y te vuelves a Dios con mucha fuerza, seguramente Él podrá encontrar en ti más disposición para recibir las gracias que necesitas para afrontar este momento difícil.
Que hermoso sería que podamos decir como el salmista (Salmo 17,3): “Examina mi corazón, obsérvalo de noche; pruébame al fuego. No encontrarás malicia en mí; mi boca no ha faltado”.
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Estas son algunos consejos sacados de la sabiduría de Job y la experiencia de almas que pasas por purificaciones realmente dolorosas: oración, actitud activa de discernimiento y mucho, pero mucho amor a Dios. Pidamos a María la gracia de que cuando pase esa tormenta, podamos escuchar de sus labios lo que el Espíritu Santo dijo del profeta: “En todo esto Job no pecó ni cometió necedad alguna contra Dios” (Job 1,22).