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📖 Ediciones Voz Católica

Una luciérnaga que yacía en un jardín, se estremeció de envidia ante el efecto de las luces de un árbol de Navidad cercano y, con un estado de ánimo melancólico, se quejó de la debilidad de su propio esplendor; “¿Cómo es posible que algo pueda brillar con tanta intensidad?”, se preguntó. Su amigo miró atentamente el árbol y le dijo a la luciérnaga: “Espera… espera aquí… vuelvo en unos segundos” y dejó a la luciérnaga sola. Un par de segundos después, el árbol se apagó; él lo había apagado. Luego regresó y le dijo a la luciérnaga “ahora eres la luz más brillante que hay, esas estúpidas luces se apagaron”. Y la luciérnaga volvió a ser feliz.

Esta breve fábula puede ayudarnos a entender una verdad muy importante: soy lo que soy sin importar lo que sean los demás. ¿La amiga de la luciérnaga cambió algo en ella? ¿La luciérnaga se volvió más brillante? Sin embargo, volvió a ser feliz porque era la luz más brillante que había a su alrededor.

Esto es la envidia. San Ambrosio dice: “En vano puedes esperar el auxilio de la misericordia divina, si niegas a los demás los frutos de su virtud. El Señor desprecia a los envidiosos y retira los milagros de su poder a quienes son celosos de sus beneficios divinos en los demás… Mira, pues, qué males produce la envidia” (Catena Aurea).

Santo Tomás dice que la envidia es la tristeza que sentimos cuando consideramos el bien del otro como nuestro mal. Este es un error muy común. Cuando consideramos el bien del otro como mal, tratamos de rebajarlo en lugar de hacernos mejores nosotros mismos. La envidia no aumenta las virtudes, las habilidades, la gracia, la santidad. La envidia es una actitud fácil, ya que es mucho más fácil ver que soy mejor que los demás (esto implica que no tengo que esforzarme por mejorar o crecer en virtud, gracia, santidad) que tratar de ser mejor, que vencer mis defectos e imperfecciones. Cuando lleguemos al cielo y nos enfrentemos al Juez, el juicio particular no será sobre los demás, sino sobre nosotros mismos y sobre lo que hicimos o dejamos de hacer para ser santos.

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Comentarios 1

  1. Avatar Maria Inés Groppi dice:

    La luciérnaga envidiosa
    Muy bueno! Pienso en Jesús a Pedro:”A ti que? Tu sígueme”.

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