Desprendimiento de los parientes, máxime en lo tocante a la vocación – San Alfonso María de Ligorio

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Para llegar, pues, a la perfecta unión con Dios, es necesario un total desprendimiento de las criaturas, y, para descender a cosas particulares, lo primero que debemos hacer es despojarnos del afecto desordenado a los parientes.

Dice Jesucristo: Si uno viene a mí y no aborrece a su padre y a su madre, a su mujer y a sus hijos, a sus hermanos y hermanas y hasta su propia vida, no puede ser mi discípulo [1]. Y ¿por qué este odio a los parientes? Porque a menudo los mayores enemigos de nuestro aprovechamiento espiritual son nuestros parientes: Y los enemigos del hombre serán los de su casa [2]. Decía San Carlos Borromeo que cada vez que volvía de casa de sus parientes, siempre era con el espíritu más resfriado. Y cuando el P. Antonio de Mendoza le preguntaron por qué no quería siquiera reposar en casa de sus parientes, respondió: «Porque la experiencia me enseña que no hay lugar donde más pierda la virtud y devoción del religioso que en casa de sus parientes».

Si se trata de la elección de estado, es cierto, como enseña Santo Tomás, que no estamos obligados a obedecer a los parientes. Si un joven se siente llamado a la vida religiosa y se oponen los padres, está obligado a obedecer a Dios y no ya a los parientes, quienes por intereses y fines particulares se oponen al bien espiritual de los hijos. «Frecuentemente los amigos carnales -dice Santo Tomás- se oponen al adelantamiento espiritual». Y antes prefieren que los hijos se condenen, escribe San Bernardo, que dejen la casa.

Es cosa que espanta ver a ciertos padres y madres que, no obstante ser temerosos de Dios, alucinados por la pasión, se fatigan e inventan mil trazas para impedir la vocación del hijo que quiere ser religioso. Esta manera de obrar, fuera de algún caso rarísimo, no puede excusarse de pecado mortal. Quizás diga alguien: Pero ¿es que no puede salvarse ese joven si no entra religioso? Pero ¿es que todos los que quedan en el mundo se condenan? Respondo: Quienes no están llamados por Dios al estado religioso, se salvarán en el mundo cumpliendo con las obligaciones de su estado; pero quienes se sienten llamados y no obedecen a Dios, sí pueden salvarse, pero se salvarán difícilmente, puesto que les faltarán los auxilios especiales que Dios les tenía preparados en la religión, sin los cuales no llegarán a salvarse. Escribe el teólogo Habert que el que desobedece a la divina vocación queda en la Iglesia como un miembro fuera de su lugar y con mucha dificultad podrá desempeñar su oficio y, por consiguiente, alcanzar la salvación. Por lo que luego concluye: «Aun cuando, absolutamente hablando, este tal se pudiera salvar, sin embargo difícilmente entrará en la senda de la salvación y escogerá los medios a ella conducentes».

El P. Granada llamaba a la elección de estado la rueda maestra de la vida. Cuando se gasta la rueda maestra del reloj, queda éste desconcertado, y así queda desconcertada toda la vida, errada la vocación, respecto a la salvación eterna. ¡Cuántos desgraciados jóvenes perdieron la vocación por causa de sus padres y acabaron con mal fin, después de haber arruinado a la familia! Cierto joven perdió la vocación religiosa por instigación de su padre; tuvo luego con él no pocas pendencias, terminó asesinándolo y murió ajusticiado. Un seminarista fue también llamado al estado religioso; descuidó el llamamiento divino, abandonó la vida fervorosa que vivía, dejó la oración y la comunión, y de ahí cayó en los vicios, y, finalmente, cierta noche que salía de casa de una mujer perdida, le asesinó un rival suyo; acudieron al punto varios sacerdotes, pero lo hallaron ya muerto. Y ¡cuántos ejemplos semejantes pudiera aducir aquí!

Mas volvamos a nuestro propósito. El angélico Santo Tomás exhorta a los que se sienten llamados a vivir vida más perfecta que no pidan parecer a sus parientes, ya que en tal materia se convierten en sus enemigos. Y si para seguir la vocación a estado más perfecto no están obligados los hijos a pedir el consejo de los padres, menos lo están a pedir su consentimiento o alcanzar su licencia, mayormente cuando hay fundadas sospechas de que injustamente les negarán la demanda, impidiendo así la vocación. Santo Tomás de Aquino, San Pedro de Alcántara, San Francisco Javier, San Luis Beltrán y muchos más entraron en religión sin avisarlo siquiera a sus padres.

Advirtamos aquí que, así como se exponen a gran riesgo de condenarse los que, por complacer a sus parientes, desoyen el llamamiento de Dios, lo corren igualmente quienes, por no disgustarlos, abrazan sin vocación divina el estado eclesiástico. Tres son las señales principales por donde se puede venir en conocimiento de la verdadera vocación a estado tan sublime: ciencia, recta intención de buscar sólo a Dios y bondad de vida.

Práctica del amor a Jesucristo – San Alfonso María de Ligorio – Capítulo XI

[1] Laudabilem invoco Dominum, et ab inimicis meis salvus ero (Ps., XVII, 4).

[2] Prope est Dominus omnibus invocantibus eum (Ps., CXLIV, 18).

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