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  1. ‘Dios es Amor.’: estas palabras, contenidas en uno de los últimos libros del Nuevo Testamento, la Primera Carta de San Juan (4, 16),constituyen como la definitiva clave de bóveda de la verdad sobre Dios, que se abrió camino mediante numerosas palabras y muchos acontecimientos, hasta convertirse en plena certeza de la fe con la venida de Cristo, y sobre todo con su cruz y su resurrección. Son palabras en las que encuentra un eco fiel la afirmación de Cristo mismo: ‘Tanto amó Dios al mundo, que dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en Él no perezca sino que tenga la vida eterna'(Jn 3, 16).

La fe de la Iglesia culmina en esta verdad suprema: “Dios es amor!. Se ha revelado a Sí mismo de modo definitivo como Amor en la cruz y resurrección de Cristo. ‘Nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene -continúa diciendo el Apóstol Juan en su Primera Carta-. Dios es amor, y el que vive en el amor permanece en Dios, y Dios está en él’ (4,16).

  1. La verdad de que Dios es Amor constituye como el ápice de todo lo que fue revelado ‘por medio de los profetas y últimamente por medio del Hijo’, como dice la Carta a los Hebreos (1, 1). Esta verdad ilumina todo el contenido de la Revelación divina, y en partícula la realidad revelada de la creación y de la Alianza. Si la creación manifiesta la omnipotencia del Dios-Creador, el ejercicio de la omnipotencia se explica definitivamente mediante el amor. Dios ha creado porque podía, porque es omnipotente; pero su omnipotencia estaba guiada por la Sabiduría y movida por el Amor. Esta es obra de la creación. Y la obra de la redención tiene una elocuencia aún más potente y nos ofrece una demostración todavía más radical: frente al mal, frente al pecado de las criaturas permanece el amor como expresión de la omnipotencia. Sólo el amor omnipotente sabe sacar el bien del mal y la vida nueva del pecado y de la muerte.
  2. El amor como potencia, que da la vida y que anima, está presente en toda la Revelación. El Dios vivo, el Dios que da la vida a todos los vivientes es Aquel de quien nos hablan los Salmos: ‘Todos ellos aguardan a que les eches comida a su tiempo; se la echas y la atrapan, abres tu mano, y se sacian de bienes; escondes tu rostro, y se espantan, les retiras el aliento, y expiran, y vuelven a ser polvo’ (Sal 103, 27-29). La imagen está tomada del seno mismo de la creación. Y si este cuadro tiene rasgos antropomórficos (como muchos textos de la Sagrada Escritura), este antropomorfismo posee una motivación bíblica: dado que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, hay una razón para hablar de Dios ‘a imagen y semejanza’ del hombre. Por otra parte, este antropomorfismo no ofusca la trascendencia de Dios: Dios no queda reducido a dimensiones de hombre. Se conservan todas las reglas de la analogía y del lenguaje analógico, así como las de la analogía de la fe.
  3. En la Alianza Dios se da a conocer a los hombres, ante todo a los del Pueblo elegido por El. Siguiendo una pedagogía progresiva, el Dios de la Alianza manifiesta las propiedades de su ser, las que suelen llamarse atributos. Estos son ante todo atributos de orden moral, en los cuales se revela gradualmente el Dios-Amor. Efectivamente, si Dios se revela -sobre todo en la alianza del Sinaí- como Legislador, Fuente suprema de la Ley, esta autoridad legislativa encuentra su plena expresión y confirmación en los atributos de la actuación divina que la Sagrada Escritura nos hace reconocer.

Los manifiestan los libros inspirados del Antiguo Testamento. Así, por ejemplo, leemos en el libro de la Sabiduría: ‘Porque tu poder es el principio de la justicia y tu poder soberano te autoriza para perdonar a todos. Tú, Señor de la fuerza, juzgas con benignidad y con mucha indulgencia nos gobiernas, pues cuando quieres tienes el poder en la mano’ (12, 16.18).

Y también: ‘El poder de tu majestad ¿Quién lo contará, y quién podrá enumerar sus misericordias’ (Sir 18, 4).

Los escritos del Antiguo Testamento ponen de relieve la justicia de Dios, pero también su clemencia y misericordia.

Subrayan especialmente la fidelidad de Dios a la alianza, que es un aspecto de su ‘inmutabilidad’ (Cfr., p.ej., Sal 110, 7-9; Is 65, 1-2, 16-19).

Si hablan de la cólera de Dios, ésta es siempre la justa cólera de un Dios que, además, es ‘lento a la ira y rico en piedad’ (Sal 144, 8). Si, finalmente siempre en la mencionada concepción antropomórfica, ponen de relieve los ‘celos’ del Dios de la Alianza hacia su pueblo, lo presentan siempre como un atributo del amor: ‘el celo del Señor de los ejércitos’ (Is 9, 7).

Ya hemos dicho anteriormente que los atributos de Dios no se distinguen de su Esencia; por eso, sería más correcto hablar no tanto del Dios justo, fiel, clemente, cuanto del Dios que es justicia, fidelidad, clemencia, misericordia, lo mismo que San Juan escribió que ‘Dios es amor’ (1 Jn 4, 16).5.

El Antiguo Testamento prepara a la revelación definitiva de Dios como Amor con abundancia de textos inspirados. En uno de ellos leemos: ‘Tienes piedad de todos, porque todo lo puedes. Pues amas todo cuanto existe y nada aborreces de lo que has hecho; pues si hubieses odiado alguna cosa, no la habrías formado. ¿Y cómo podría subsistir nada si Tú no quisieras?. Pero a todos perdonas, porque son tuyos, Señor amigo de la vida’ (Sab 11, 23-26).

¿Acaso no puede decirse que en estas palabras del libro de la Sabiduría, a través del ‘Ser’ creador de Dios, se transparenta ya con toda claridad Dios-Amor (Amor-Caritas)?.

Pero veamos otros textos, como el del libro de Jonás: “Sabía que Tú eres Dios clemente y misericordioso, tardo a la ira, de gran piedad, y que te arrepientes de hacer el mal’ (Jon 4, 2).

O también el Salmo 144: ‘El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con sus criaturas’ (Sal 144, 8-9).

Cuanto más nos adentramos en la lectura de los escritos de los Profetas Mayores, tanto más se nos descubre el rostro de Dios-Amor. He aquí cómo habla el Señor por boca de Jeremías a Israel: ‘Con amor eterno te amo, por eso te he mantenido con fervor (hesed) (Jer 31, 3).

Y he aquí las palabras de Isaías: ‘Sión de Cía: el Señor me ha abandonado, y mi Señor se ha olvidado de mí. Puede acaso una mujer olvidarse de su niño, no compadecerse del hijo de sus entrañas?. Aunque ellas se olvidaran, yo no te olvidaría’ (Is 49, 14-15). Qué significativa es en las palabras de Dios esta referencia al amor materno: la misericordia de Dios, además de a través de la paternidad, se hace conocer también por medio de la ternura inigualable de la maternidad. Dice Isaías: ‘Que se retiren los montes, que tiemblen los collados, no se apartará de ti mi amor, ni mi alianza de paz vacilará, dice el Señor que se apiada de ti’ (Is 54, 10).

  1. Esta maravillosa preparación desarrollada por Dios en la historia de la Antigua Alianza, especialmente por medio de los Profetas, esperaba el cumplimiento definitivo. Y la palabra definitiva del Dios-Amor vino con Cristo. Esta palabra no se pronunció solamente sino que fue vivida en el misterio pascual de la cruz y de la resurrección. Lo anuncia el Apóstol: ‘Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, y estando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio vida por Cristo: de gracia habéis sido salvados’ (Ef 2, 4-5).

Verdaderamente podemos dar plenitud a nuestra profesión de fe en ‘Dios Padre omnipotente, creador del cielo y de la tierra’ con la estupenda definición de San Juan ‘Dios es amor’ (1 Jn 4, 16).

Audiencia de S. Juan Pablo II, 2 Octubre 1985

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