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De la unión eterna de los espíritus bienaventurados con Dios en la visión del nacimiento eterno del Hijo de Dios

Nuestro entendimiento, Teótimo, verá a Dios; pero, como he dicho, le verá cara a cara, contemplando, merced a la visión de su verdadera y real presencia, la propia esencia divina, y, en ella, sus infinitas bellezas, la omnipotencia, la suma bondad, la omnisciencia, la justicia infinita y todo el abismo de perfecciones.

Verá, pues, claramente, este entendimiento, el conocimiento infinito que, desde toda la eternidad, el Padre ha tenido de su propia hermosura, y cuya extensión, en Sí mismo, pronuncia eternamente el Verbo, palabra y dicción absolutamente única e infinita, que abarcando y representando toda la perfección del Padre, no puede ser sino un mismo y único Dios con Él, sin división ni separación alguna.

Luego este hijo, infinita imagen y figura de su Padre infinito, es un solo Dios absolutamente único e infinito con el Padre, sin que exista ninguna distinción o diferencia de sustancia de personas. Así Dios, que es sólo, no es, por esto, solitario; porque es solo en su única y simplicísima divinidad; pero no es solitario, porque es Padre e Hijo en dos personas. ¡Qué gozo, qué alegría, al celebrar este nacimiento eterno, que se hace en los esplendores de los santos180; o, mejor dicho, al verlo.

El dulcísimo San Bernardo, mozo todavía, estaba, la noche de Navidad, en la iglesia de Chatillón, junto al Sena, aguardando el comienzo de los divinos oficios. Durante esta espera, durmióse ligeramente el buen jovencito, y vio en sueños, en espíritu, pero de una manera muy clara y distinta, como el Hijo de Dios, desposado con la naturaleza humana y hecho niño en las entrañas de su purísima Madre, nacía virginalmente de su sagrado seno con una humilde suavidad mezclada con majestad celestial.

Visión, que de tal manera llenó de gozo el corazón amante de San Bernardo, que conservó de ella, durante toda su vida, un recuerdo en extremo emocionante, de suerte que, si bien durante toda su vida, como una abeja sagrada, recogió siempre de todos los misterios divinos la miel de mil suaves y celestiales consuelos, todavía la solemnidad de este nacimiento le llenaba de una suavidad particular, y hablaba con un placer sin igual de la natividad de su Maestro. Pues bien, si una visión mística e imaginaria del nacimiento temporal y humano del Hijo de Dios, por el cual nacía hombre de una mujer, y virgen de una virgen, arrebató y conmovió tan fuertemente el corazón de un niño, ¿qué ocurrirá, cuando nuestros espíritus gloriosamente iluminados con la claridad de la bienaventuranza, verán aquel nacimiento eterno, por el cual el Hijo procede Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, divina y eternamente? Entonces nuestro espíritu se juntará, por una incomprensible complacencia, a este objeto tan delicioso, y, por una inmutable atención, permanecerá unido a él eternamente.

San Francisco de Sales, Tratado del Amor de Dios

Libro Tercero, cap. XII

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Comentarios 3

  1. Mirta dice:

    Gracias gracias gracias. Bendiciones

  2. Maria Victoria Cano Roblero dice:

    Buenos dias. Deseo darle gracias al Padre Eterno por haberle reveldo todas estas cosas a los mas pequeños y humildes. Que con la Santisima Trinidad cada uno de nosotros logremos no con nurstras fuerzas sino con la del Espiritu Santo ser una viva imagen de nuestro Señor Jesucristo.

  3. Tatiana Bethsabéth Camacho Sylva dice:

    La verdad es el Misterio más hermoso que nos dio nuestro Único Amor, Nuestro Último Fin… y todo por AMOR…cuando estemos ante Ël cara a cara…….

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