El Divino Corazón de Jesús, horno ardentísimo de amor a su Santísima Madre

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📖 Ediciones Voz Católica

Verdad evidente ésta. Las maravillosas e inconcebibles es que nuestro Salvador colmó a su Bienaventurada Madre, ponen de manifiesto su amor sin límites ni medida. Ella constituye el primero y más digno objeto, después de su divino Padre, de su amor, puesto que la ama infinitamente más que a todos sus Ángeles, Santos y criaturas juntas.
Los extraordinarios favores con que la honró y los maravillosos privilegios con que la distinguió de todas las criaturas, son pruebas de esta verdad.

Veamos estos privilegios:

El primero es la elección que de ella hizo el Hijo de Dios, desde toda la eternidad, para elevarla sobre toda criatura, para establecerla en el más alto trono de gloria y de grandeza y para darle la más admirable de todas las dignidades cual es la de ser Madre de Dios. Vengamos de la eternidad a la plenitud de los tiempos y veremos que esta Sagrada Virgen es la única entre las hijas de Adán, preservada, por un privilegio especialísimo de Dios, del pecado original. En testimonio de lo cual la Iglesia celebra cada año la fiesta de su Inmaculada Concepción.

El amor del Hijo de Dios a su dignísima Madre, no sólo la preservó del pecado original, sino que la colmó desde su Concepción, de la tan eminente, que según muchos teólogos, sobrepasó a la gracia del primero de los Serafines y a la del mayor de los Santos. Entre todos los hijos de Adán, sólo ella disfruta de este privilegio.

También es ella la única privilegiada desde el primer momento de su vida, con la luz de ‘la razón y de la fe, por la cual comenzó a conocer desde entonces a Dios, a adorarle y a entregarse a Él.

Por otro privilegio, comenzó desde el primer momento de su vida a amar a Dios y más ardientemente que los misma Serafines. Sólo ella lo amó sin interrupción alguna durante todo el tiempo de su vida. Razón por la cual dícese que no hizo sino un sólo acto de amor desde el primero hasta el último momento de su vida. Acto que jamás fue interrumpido. Sólo ella cumplió siempre perfectamente el primero de los mandamientos divinos: « Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas» . De aquí que muchos Doctores de la Iglesia aseguren que su amor aumentaba cada hora; cada momento según algunos, pues cuando un alma, dicen, hace un acto de amor con todo su corazón y con toda la gracia que en si tiene, su amor e rece. De suerte que como esta sagrada Virgen amaba a Dios continuamente con todo su corazón y con todas sus fuerzas, si tuvo diez grados de amor en el primer instante de su vida, en el segundo tendría veinte, cuarenta en el tercero y así iba creciendo su amor, duplicándose cada momento o por la menos cada hora durante toda su vida. Juzgad por esto, qué incendio de amor divino abrasaría a este corazón virginal los últimos días de su vida en la tierra!

Pero sigamos considerando los privilegios singulares con que el Unigénito enriqueció a su divina Madre. Solamente ella pudo merecer con sus oraciones y lágrimas, según algunos doctores, el anticipar la Encarnación de su Hijo. Nada más que ella hizo nacer de su propia substancia, al Nacido desde toda la eternidad en el seno de Dios. En efecto, dio parte de su substancia virginal y de su purísima sangre para formar la Humanidad santa del Hijo de Dios. Y no sólo esto, sino que cooperé con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo a la unión que se hizo de su substancia con la persona del Hijo de Dios; cooperando así a la realización del misterio de la Encarnación, el mayor milagro que Dios hizo, hará y pueda hacer.

He aquí otro privilegio maravilloso de esta divina Virgen: su sangre purísima y su carne virginal, quedaron unidas para siempre, por la unión hipostática, a la Persona del Verbo Encarnado. Razón por la cual la carne y sangre virginales de María son adorables en la humanidad del Hijo de Dios, con la misma adoración debida a esta humanidad y serán objeto de las adoraciones de todos los Ángeles y Santos!

Oh privilegio incomparable! ¡Oh inefable amor de Jesús a su Santísima Madre! Aún más. Esta Madre admirable dio también la carne y sangre de que fue formado el corazón admirable del Niño Jesús; y este corazón recibió alimento y crecimiento de esa sangre durante los nueve meses que vivió en las purísimas entrañas de la bienaventurada Virgen y después, durante unos tres años, de su leche virginal.

Esta incomparable Virgen es la única que ocupa el lugar de padre y Madre respecto a Dios y por consiguiente la única que tiene sobre El autoridad de tales, la que es obedecida por el Monarca del Universo, teniendo por ello derecho a los honores de todas las cosas que Dios pudiera crear.

Únicamente ella es a la vez Madre y Virgen, y según algunos doctores, hizo voto de virginidad desde el momento de su Inmaculada Concepción.

Sólo ella llevó en sus benditas entrañas durante nueve meses al que el Padre eterno lleva en su seno durante toda la eternidad.

Sólo ella alimentó y dio vida al que es la Vida eterna y da vida a todo viviente.

Solamente ella, en compañía de San José, vivió de continuo por espacio de treinta y cuatro años con el adorable Salvador, Cosa admirable! El divino Redentor vino a la tierra para salvar a los hombres y sin embargo, no les concedió sino tres años y tres meses de su vida para instruirles y predicarles y en cambio empleó más de treinta años con su santa Madre, para santificarla más y más.

Oh! qué torrentes de gracias y bendiciones derramaría incesantemente, durante aquel tiempo, en el alma de su bienaventurada Madre, que tan bien dispuesta estaba a recibirlas. Con qué incendios y celestiales llamaradas el divino Corazón de Jesús, horno de amor ardentísimo, abrasaría el corazón virginal de su dignísima Madre! Recordemos la unión estrechisima de uno y otro cuando lo llevó en sus entrañas y cuando le alimentaba con su sagrada leche; cuando lo llevaba en sus brazos y cuando lo estrechaba contra su pecho; cuando vivió en íntima familiaridad con El, bebiendo, comiendo y orando a Dios con El y cuando escuchaba sus divinas palabras que como carbones encendidos, inflamaban más y más su santísimo corazón en el fuego sagrado del amor divino.

Quién, pues, sería capaz de explicar el amor a Dios en que estaría abrasado el corazón de la Madre del Salvador? En verdad, suficiente motivo hay para creer que si su Hijo no la hubiera conservado milagrosamente hasta el momento en que fue trasladada al cielo, hubiera muerto de amor mil y mil veces. Su amor era casi infinitamente más ardiente que el de santa Teresa y ya desde su infancia tenla lo bastante para morir de la muerte mediante la cual su Hijo la llevó a vivir con Él la más dichosa y feliz vida que pueda haber después de la suya.

Digamos también de esta maravillosa Virgen, que sólo ella, fuera de su Hijo, fue subida en cuerpo y alma al cielo, conforme a la Tradición y al sentir de la Iglesia que celebra esta festividad por todo el mundo. Sólo ella ha sido elevada por encima de todos los coros de Ángeles y Santos, colocada a la diestra de su Hijo, coronada como Reina de cielos y tierra.

Sólo ella tiene todo poder en la Iglesia triunfante, militante y purgante: Tiene ella más poder ante su Hijo Jesús, que todos los moradores del cielo juntos. Dice de ella el Cardenal Pedro Damiano: Todo poder me ha sido dado en el cielo y en la tierra.

San Anselmo señala otro privilegio particular, cuando dice: Oh! Señora mía, si Vos no pedís, nadie lo hará, pero cuando pedís, todos los Santos oran con Vos. ¿No resulta de lo dicho que es inmenso el número de privilegios con que nuestro Salvador honró a su Santísima Madre? ?¿Quién lo obligó a ello? El amor ardentísimo que abrasaba su corazón filial.

¿Por qué tanto amor?

1. Porque es su Madre, de quien recibió nuevo ser y nueva vida en la tierra.

2. Porque ella le ama más que todas las criaturas juntas.

3. Porque cooperó con Él en la Redención del mundo, su gran obra.

En efecto, dióle un cuerpo mortal y pasible para que soportara todos los sufrimientos de su Pasión; le proveyó de la sangre preciosa que derramó por nosotros; dióle la vida que inmoló por nuestra salvación y ofreció ella misma su sangre y su vida.

Siendo esto así, ¿no estaremos nosotros obligados a amarla, servirla y honrarla de todas las maneras posibles? Amémosla, pues, juntamente con su Hijo Jesús; y si les amamos, odiemos lo que odian y amemos lo que aman. Tengamos con ellos un sólo corazón que deteste lo que ellos detestan, esto, es, el pecado, en particular contra la caridad, la humildad y la pureza; que ame lo que ellos aman, en especial a los pobres, las cruces y las virtudes cristianas. Oh! Madre de bondad, obtenedme de vuestro Hijo estas gracias

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