El gobierno de los tiranos es máximamente injusto. Esto se echa de ver con toda claridad si se consideran los males que causan los tiranos; porque cuando el que gobierna, olvidado del bien común, busca el suyo particular, consecuentemente agravia a los súbditos en diversas cosas, según que por sus pasiones es inclinado a procurar su bien en diferentes cosas; porque al que le mueve la codicia roba los bienes de los súbditos, de donde dijo Salomón: “El Rey justo ensalza la tierra y el injusto la destruye” (Prov 29, 4). Y si es inclinado a la ira con poca razón se moverá a derramar sangre; por lo cual en el vigésimo capítulo de Ezequiel se dice: “Sus príncipes serán entre ellos como lobos que arrebatan la presa para derramar la sangre” (Ez 22, 27). De este modo de gobierno nos amonesta el sabio que debemos huir, diciendo: “apártate del hombre que tiene potestad para matar” (Eclo 9, 18), porque no da la muerte según la justicia, sino con abuso del poder y por la pasión de su voluntad.
Así que en tal estado no puede haber ninguna seguridad y todo es incierto. Cuando el gobierno se desvía de lo justo, no puede haber firmeza en nada que esté puesto en la voluntad de otro, por no decir en el capricho. Y no sólo dañan a los súbditos en los bienes corporales, sino que les impiden los bienes espirituales, puesto que se preocupa más de figurar que de servir e impide el progreso general de aquéllos, sospechando que cualquier superioridad de sus súbditos supone un perjuicio para su dominación inicua. Los tiranos más temen de los buenos que de los malos, y siempre la ajena virtud les es espantosa, y así se esfuerzan por procurar que sus súbditos no sean gente de virtud ni tengan pensamientos magnánimos, para que no dejen de sufrir su mal gobierno, y que entre ellos no haya conciertos, ni amistades, ni gocen de la correspondencia de la paz, porque así, no fiándose unos de otros, no puedan intentar nada contra ellos; por lo cual siembran entre sus súbditos discordias, y fomentan las que están comenzadas, y prohíben todo lo que entre los hombres es causa de amistad, como matrimonios, banquetes y otras cosas semejantes, que en los ciudadanos suelen causar familiaridad y confianza. Procuran también que no se hagan ricos ni poderosos, porque, teniendo por su malicia sospecha de la voluntad de los súbditos, así como ellos con su poder y riqueza les dañan, temen que el poder y riqueza de los vasallos se vuelvan peligrosos para su perdición; y así en el decimoquinto de Job, se dice: “El sonido de terror esta siempre en sus orejas, y cuando hay paz”, esto es, no intentando nadie hacerle mal, “él siempre sospecha traiciones” (Job 15, 21).
Y así por esto acontece que como a los que gobiernan como malos les pesa de la virtud de sus súbditos, y la impiden con todas sus fuerzas, debiendo inducirlos a ella, donde gobiernan tiranos siempre hay pocos hombres de valor, porque conforme a la sentencia del filosofo: “allí se hallan hombres fuertes, donde son honrados los que son excelente en fortaleza”, y como dice Tulio: “Siempre prosperan poco las cosas que son por muchos reprobadas”. Y así es cosa natural que los hombres criados en servidumbre se hagan de animo servil y pusilánimes para cualquiera obra varonil y grande, como lo muestra la experiencia en las provincias que han sido mucho tiempo gobernadas por tiranos; de donde el Apóstol, escribiendo a los colosenses, dice: “Padres, no provoquéis la indignación de vuestros hijos, para que no se hagan pusilánimes” (Col 3, 21).
Y considerando estos daños de los tiranos, Salomón dice: “Las ruinas de los hombres son causadas por los reyes impíos” (Prov 28, 12), porque por la maldad de los tiranos se apartan los súbditos de la perfección de la virtud. Y otra vez dice: “gemirá el pueblo cuando los impíos tomen el poder” (Prov 29, 12). Y otra vez: “Cuando se levantaren los malos, se esconderán los hombres” (Prov 28, 28), para escapar de la maldad de los tiranos; y no hay que sorprenderse, porque el hombre que gobierna sin razón, según el apetito de su alma, no difiere en nada de las bestias. Y así dice Salomón: “El Príncipe impío es un león enojado y un oso hambriento sobre su pueblo” (Prov 28, 15); y por tanto los hombres se esconden de los tiranos como de bestias crueles, ya que que estar sujeto a un tirano equivale a ser presa de una bestia voraz.
[S. TOMÁS DE AQUINO, De Regimine Principum, l.1, c.3]