La humildad en el misterio de la Encarnación
Es además el misterio de la encarnación un profundo misterio de humildad. La humildad aparece en él desde el principio hasta el fin, desde lo más exterior hasta lo más hondo del mismo.
Humildad de María Santísima
Los sentimientos de la Virgen Santísima fueron de una humildad que enternece.
Recuerden como dice el evangelio que se turbó al oír las palabras del ángel, y cómo esta turbación no es otra cosa que la reacción natural de un alma humilde ante la grandeza y la gloria que se le revela.
Propio es de los humildes turbarse así, con una turbación santa, que parece timidez y es generosidad. Turbación que no oscurece la mente, sino que es una especie de temor sagrado y de adoración ante las misericordias del Señor.
Tales eran los sentimientos de la Santísima Virgen al principio del diálogo que hubo de sostener con el ángel y tales fueron los que tuvo al final del mismo diálogo, pues se llama a sí misma esclava del Señor.
Y se rinde, con perfecto rendimiento, a la voluntad divina. Es el momento en que el Señor la va a levantar a la más grande dignidad que hay en los cielos y en la tierra después de la dignidad de Jesucristo.
Esta humildad profunda de sentimientos está envuelta en un ambiente exterior humilde. Imagínense una casa pobrísima en un pueblo insignificante de la menospreciada Galilea. A su vez no es más que una región pequeña de la diminuta Palestina. Y en esa casita es donde tiene lugar el adorable misterio que contemplamos.
La Virgen vive allí ignorada del mundo, en oscuridad completa.
Es verdad que ella poseía una gloria de las que el mundo estima, pues era de la raza de David. Pero la pobreza es el manto que encubre todas las glorias.
Los descendientes de David estaban sumidos en la pobreza y la Virgen Santísima no tenía ante los hombres la gloria de esa ascendencia, como la hubiera tenido en otras circunstancias.
Todo es pequeño, ignorado, humilde y oscuro en torno suyo. En esa como nubecilla de humildad es donde ella recibió la gran comunicación divina de que depende la salvación del mundo.
Humildad del Jesucristo, que siendo Dios se hace hombre
Pero, sobre todo, pensemos que el más profundo misterio de humildad que hay en la página evangélica que sirve de base a la presente meditación hay que buscarlo en el anonadamiento del Verbo de Dios. La humildad en el misterio de la Encarnación.
San Pablo en su epístola a los Filipenses, expresa esa humillación, diciendo: “Tened en vuestro corazón los mismos sentimientos que tuvo Jesucristo en el suyo. Él cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios; sino que se anonadó a sí mismo, tomando la forma de siervo, hecho semejante a los hombres y reducido a la condición de hombre”. (Flp 2,5-7).
El Apóstol alude en estas palabras al misterio de la encarnación, y el tomar nuestra naturaleza, es decir, la forma de siervo, lo considera San Pablo como un anonadarse del Verbo divino.
No creo que sea posible encontrar una palabra más expresiva para significar la humillación total y perfecta que esta palabra, anonadarse, empleada por el Apóstol de las gentes.
Cierto que el Verbo de Dios, al unirse a la naturaleza humana, no perdió nada de su naturaleza divina; pero también es cierto que todo el esplendor, toda la majestad, toda la gloria suya, quedó como eclipsada, y al hacerse hombre bajó hasta el abismo de nuestra nada.
Este aniquilarse no es más que el primer paso que dio el Verbo divino en el camino de las humillaciones, que hablan de tener su corona en el Calvario.
Si un momento pensamos en lo que significan estos dos términos: Dios y hombre, percibimos la hondura de humillación a que alude San Pablo.
Cuando meditemos este aspecto del misterio de la encarnación y veamos particularmente las humillaciones del Señor.
Se trata de la obra más grande de la gloria de Dios y de la salvación de las almas, que es la redención, y del instrumento más santo para esa obra, que es, indudablemente, la humanidad de Jesucristo, y de la persona más allegada al Redentor divino, que es la Virgen Santísima.
Para llevar a cabo la redención —quien dice redención dice la obra de celo por excelencia—, el primer paso que da el Verbo de Dios es de humildad, y el misterio fundamental se realiza en un ambiente de perfecta humildad, y de humildad hasta el anonadamiento.
San Pablo, que a veces es tan rico y tan abundante en palabras, en esta ocasión cree haberlo dicho todo cuando pone las palabras se anonadó.
Contra el criterio del mundo, aprendamos que, si queremos glorificar a Dios y queremos hacer bien a nuestros hermanos, lo primero que tenemos que hacer es humillarnos con generosidad. El mundo dirá que para poder hacer algún bien se necesita estimación, prestigio, gloria de los hombres; pero Jesucristo nos enseña que lo mejor de todo para hacer ese bien se comienza anonadándose.