La muerte no es muerte – san Alberto Hurtado

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Desde los primeros tiempos el hombre ha sentido pavor ante la muerte. Nadie la conoce por experiencia propia y de los que han pasado por ella ni uno ha vuelto a decirnos lo que es: ha entrado en un eterno silencio. La muerte va ordinariamente precedida de una dolorosa enfermedad, acompañada de una impotencia creciente, que llega a ser total…

El concepto cristiano de la muerte es inmensamente más rico y consolador: la muerte para el cristiano es el momento de hallar a Dios, a Dios a quien ha buscado durante toda su vida. La muerte para el cristiano es el encuentro del Hijo con el Padre; es la inteligencia que halla la suprema verdad, es la inteligencia que se apodera del sumo Bien. La muerte no es muerte.  Lo veremos a Él, cara a cara, a Él, nuestro Dios, que hoy está escondido. Veremos a su Madre, nuestra dulce Madre, la Virgen María. Veremos a sus santos, sus amigos que serán también nuestros amigos; hallaremos nuestros padres y parientes, y aquellos seres cuya partida nos precedió. En la vida terrestre no pudimos penetrar en lo íntimo de sus corazones, pero en la Gloria nos veremos sin oscuridades ni incomprensiones. Muchos se preguntan si en la otra vida conoceremos a los seres queridos. Conociendo la manera de obrar de Dios, ¿no sería una burla extraña en su proceder la de poner en nuestros corazones un amor inmenso, ardiente hacia seres que para nosotros son más que nosotros mismos, si ese amor estuviese llamado a desaparecer con la muerte? Todo lo nuestro nos acompañará en el más allá. Dios no rompe los vínculos que ha creado. Pero, por encima de todo, el gran don del cielo es estar presentes ante Dios. ¡Qué más puedo necesitar! ¿Cuál será la sorpresa y la alegría del cristiano al terminar su vida terrena y ver que su prueba ha terminado? Los dolores pasaron, y ha llegado aquello por lo cual luchó y se sacrificó. ¡Qué precio tan barato por una Gloria eterna! Algunos años difíciles. ¡Pero qué cortos fueron! ¡Qué cosa tan despreciable es la vida humana mirada en sí misma! ¡Qué grande si se considera en sus efectos eternos! ¡Es como una semillita pequeña y barata que germina y madura para la eternidad! Esta vida es preciosa en cuanto nos revela, en sus sombras y figuras, la existencia y los atributos del Dios Todopoderoso; es preciosa porque nos permite tratar con almas inmortales que están como nosotros en la prueba; es preciosa porque nos permite ayudarlas a conocer a Cristo y nos permite remover los obstáculos que el mundo ofrece a la gracia. ¿Dolores? En esta vida tendremos dolores, pero los dolores no son sólo castigo, como tampoco morir es sólo castigo. Es bello poder sufrir por Cristo. Él sufrió primero por nosotros. Bajó del Cielo a la tierra a buscar lo único que en el Cielo no encontraba: el dolor, y lo tomó sin medida por amor al hombre. Lo tomó en su alma, lo tomó en su imaginación, en su corazón, en su cuerpo y en su espíritu, porque “me amó a mí, también a mí, y se entregó a la muerte por mí” (cf. Gál 2,20). Después de Él, María, su Madre y mi Madre, es Reina del Cielo porque amó y sufrió. La vida ha sido dada al hombre para cooperar con Dios, para realizar su plan; la muerte es el complemento de esa colaboración, pues es la entrega de todos nuestros poderes en manos del Creador. Que cada día sea como la preparación de mi muerte entregándome minuto a minuto a la obra de cooperación que Dios me pide, cumpliendo mi misión, la que Dios espera de mí, la que no puedo hacer sino yo. La muerte es la gran consejera del hombre. Ella nos muestra lo esencial de la vida, como el árbol en el invierno, una vez despojado de sus hojas, muestra el tronco. Cada día vamos muriendo, como las aguas van acercándose, minuto a minuto, al mar que las ha de recibir. Que nuestra muerte cotidiana sea la que ilumine nuestras grandes determinaciones: a su luz, qué claras aparecerán las resoluciones que hemos de tomar, los sacrificios que hemos de aceptar, la perfección que hemos de abrazar. El gran estímulo para la vida y para luchar en ella, es la muerte: motivo poderoso para darme a Dios por Dios. Y mientras el pagano nada emprende por temor a la muerte, el cristiano se apresura a trabajar porque su tiempo es breve, porque falta tan poco para presentarse a Aquel que se lo dio todo, a Aquel al que él ama más que a sí mismo. ¡Apúrate alma, haz algo grande y bello que pronto has de morir! ¡Hazlo hoy, y no mañana, que hoy puede venir Él a tomar tu alma! Si comprendemos así la muerte, entenderemos perfectamente que, para el cristiano, su meditación no le inspira temor, antes al contrario, alegría, la única auténtica alegría.

 

SAN ALBERTO HURTADO

UN FUEGO QUE ENCIENDE OTROS FUEGOS

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Comentarios 5

  1. Tere dice:

    Muy buena reflexión para pensar sobre todo en la Vida.

  2. Jorge dice:

    Muy linda reflexión. Pienso en Jesús, al cual tanta veces vemos con sus brazos abiertos en la cruz, con sus brazos abiertos esperándonos en el cielo

  3. Carlos Cárdenas dice:

    Una hermosa reflexión para valorar la vida que Dios nos dio, y con la esperanza de algún momento estar con él para siempre.

  4. Damaris Pérez Castellón dice:

    Importantísima reflexión!!! Gracias, Señor, por el don de la vida! Gracias por haberme creado! Que cada día de mi vida, pueda cooperar con generosidad y alegría en tu plan. Ayúdame a prepararme para el encuentro definitivo contigo.
    Muchas gracias a todos, por el trabajo que hacéis para alimentar nuestra vida cristiana con reflexiones como ésta. Dios los bendiga!!!

  5. Excelente 👌, reflexión…hermosa.
    Para meditar delante del Santisimo.
    GRACIAS

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