El mes de septiembre está dedicado a los Santos Ángeles. Nos enseña hermosamente el Catesismo de la Iglesia Católica:
“Los ángeles son criaturas espirituales que glorifican a Dios sin cesar y que sirven sus designios salvíficos con las otras criaturas: Ad omnia bona nostra cooperantur angel (“Los ángeles cooperan en toda obra buena que hacemos“) (Santo Tomás de Aquino, S. Th., 1, 114, 3, ad 3).”
Los ángeles rodean a Cristo, el Señor y le sirven particularmente en el cumplimiento de su misión. Ellos colaboran fielmente en la obra de la salvación y cuidan de cada uno de nosotros. Nos intruyen y aconsejan para seguir el camino del bien. Nos protejen de los peligros y nos enseñan cómo adorar a Dios.
Con toda la Iglesia debemos venerarlos , y aprender a seguir sus inspiraciones.
Dios, que es infinitamente sabio, quiso la diversidad de sus criaturas, entre las cuales están las espirituales (ángeles), las espirituales y corporales (hombres) y todas las demás creaturas materiales.
Él le otorgó a cada una la bondad peculiar que le es propia, su interdependencia y su orden. Él destinó todas las criaturas materiales al bien del género humano. El hombre, y toda la creación a través de él, está destinado a la gloria de Dios. Y para esto tenemos la incondicional ayuda de los ángeles.
Debemos recordar al mismo tiempo que respetar las leyes inscritas en la creación y las relaciones que derivan de la naturaleza de las cosas es un principio de sabiduría y un fundamento de la moral.
Todo debe contribuir para llegar a nuestro último fin, el cielo, la felicidad eterna, donde toda la creación dará gloria a Dios. Lo que nos separe de ese fin no es bueno, ni es de Dios y por tanto debe ser rechazado, como obra de aquel que quiere nuestro mal.