COLABORAR

Search
Close this search box.

Medios para alcanzar la perfección III – San Alfonso María de Ligorio

Más leído esta semana

📖 Ediciones Voz Católica

De la oración

El quinto y más necesario medio para conservar la vida espiritual y conseguir el amor de Jesucristo es la oración. Digo, en primer lugar, que Dios, al poner en nuestras manos este medio, nos da a conocer el grande amor que nos profesa. ¿Qué mayor prueba de amor puede testimoniar un amigo a otro que decirle: «Pídeme, amigo mío, cuanto desees, que yo te lo otorgaré?». Pues esto es lo que nos dice el Señor: Pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis [1]. Por donde se ve que la oración se llama omnipotente ante Dios para alcanzar toda suerte de bienes. «La oración, a pesar de ser una -dice Teodoreto-, lo puede todo». El que reza, obtiene de Dios cuanto quiere. Hermosas son las palabras de David: Bendito sea Dios, que no apartó mi súplica, ni su misericordia alzó de mí [2]. Glosando San Agustín este pasaje, dice: «Si de tu parte no falta la oración, ten por cierto que tampoco faltará la misericordia divina». Y San Jerónimo añade: «Siempre se alcanza algo, hasta en el momento de pedir». Cuando oramos al Señor, antes de terminar la oración ya Él nos tiene concedido lo que le pedimos; por tanto, si somos pobres, no nos quejemos de nosotros mismos, porque lo somos porque nos empeñamos en ello, y de ahí que no merezcamos compasión. ¿Qué compasión puede merecer un mendigo que, teniendo un señor sobrado rico, que desea otorgarle cuanto le pida, nada le pide, prefiriendo quedar en su pobreza antes de pedir al señor lo que le es tan necesario? Pues bien dice el Apóstol: Es el Señor de todos, espléndido para con todos los que le invocan [3].

La oración del humilde lo alcanza todo de Dios, pero no olvidemos que no sólo es útil sino también necesaria para salvarnos. Cierto que sin el favor divino es imposible triunfar de las tentaciones del enemigo; a las veces, y en asaltos más duros, pudiera bastarnos la gracia suficiente que Dios nos concede; mas por nuestras perversas inclinaciones no nos bastará y tendremos necesidad de una gracia especial, que no la alcanza quien no la pide, viniendo así a perderse por no rezar. Y hablando singularmente de la gracia de la perseverancia final, o sea, de la gracia de morir en la amistad de Dios, gracia absolutamente necesaria para salvarnos, y sin la cual estaremos perdidos para siempre, dice San Agustín que «Dios no la concede sino a quienes se la piden». Por esto son tan contados los que se salvan, porque contados son también quienes se cuidan de pedir a Dios esta gracia de la perseverancia.

En suma, los Santos Padres están acordes en afirmar que la oración es necesaria, no sólo de necesidad de precepto -de suerte que, según los doctores, incurre en pecado mortal el que en el plazo del mes no encomienda a Dios su eterna salvación-, sino también es necesaria de necesidad de medio; es decir, que sin oración es imposible salvarse. La razón es harto sencilla: porque sin el auxilio de la divina gracia es imposible alcanzar la salvación, y este auxilio Dios solamente lo concede al que se lo pide; y como las tentaciones y peligros de caer en desgracia de Dios son continuos, continua ha de ser también nuestra oración. Por eso escribió Santo Tomás que, si quiere el hombre entrar en el cielo, ha de ser por medio de la continua oración. Y ya antes lo había dicho Jesucristo: Es menester siempre orar y no desfallecer [4], y después el Apóstol: Orad sin cesar [5], porque en el punto mismo en que dejemos de encomendarnos a Dios, el demonio nos vencerá. La gracia de la perseverancia es cierto que no la podemos merecer, como enseña el Concilio de Trento, y, con todo, la podemos merecer en cierto sentido, como dice San Agustín, si insistimos en la oración. El Señor nos quiere dispensar sus gracias, pero quiere que se las pidamos, y hasta, como dice San Gregorio, quiere ser importunado y como forzado por nuestros ruegos. Santa María Magdalena de Pazzi decía que cuando pedimos mercedes a Dios, no sólo nos escucha, sino que, en cierta manera, nos lo agradece. Y, en efecto, siendo Dios bondad infinita, que suspira por comunicarse, tiene, por decirlo así, infinito deseo de comunicarse a los demás, pero quiere que le pidamos esos bienes, y cuando se ve importunado por un alma, es tanto el gozo que recibe, que en cierto modo le queda obligado.

Si queremos, pues, perseverar hasta la muerte en la gracia de Dios, es menester que hagamos el oficio de mendigos y andemos siempre tras el Señor con los labios desplegados para pedirle su auxilio y no cesemos de repetir: Jesús mío, misericordia; no permitáis que tenga la desgracia de separarme de vos; Señor mío, asistidme; Dios mío, ayudadme. Ésta era la continua oración que practicaban los Padres antiguos del desierto: Pléguete, ¡oh Dios!, librarme; Señor, a socorrerme apresúrate [6]. Ayudadme, Señor, y hacedlo presto, porque, si os retardáis, sucumbiría y me perdería. Así nos debemos portar, especialmente en tiempo de tentaciones; no obrar así equivale a estar ya perdido.

Tengamos gran confianza en la oración, pues Dios prometió escuchar a quien le ruega: Pedid, y recibiréis [7]. «¿A qué dudar -exclama San Agustín-, si Dios, empeñando su palabra, se hizo nuestro deudor y no puede dejar de otorgarnos las gracias que le pidiéremos?». Cuando encomendamos a Dios nuestras necesidades, es menester que tengamos confianza cierta de ser escuchados y de alcanzar cuanto pedimos. Es palabra de Jesucristo: Todo cuanto rogáis y pedís, creed que lo habéis recibido, y lo alcanzaréis [8].

Pero, yo soy pecador -dirá alguien- y no merezco ser escuchado; a lo cual responde Jesucristo: Todo el que pide, recibe [9]; todo, sea justo o pecador. Enseña Santo Tomás que la eficacia de la oración para recabar gracias de Dios no estriba en nuestros merecimientos, sino en la misericordia de Dios, que prometió escuchar a quien le rogare. Y el Salvador, para quitarnos todo temor de no ser oídos, dice: En verdad, en verdad os digo: si alguna cosa pidiereis al Padre, os la concederá en nombre mío [10]; como si dijese: Vosotros, pecadores, no tenéis título alguno para alcanzar las divinas mercedes, pero haced esto: cuando queráis alcanzar gracia, pedídsela al Padre en nombre mío, esto es, por mis merecimientos y por el amor que me tiene; pedidle cuanto queráis y os lo concederá todo. Pero recordemos que la expresión en nombre mío significa, como dice Santo Tomás, en nombre del Salvador, es decir, que las gracias que pedimos han de ser ordenadas a la salvación eterna; por lo que será bueno advertir que la promesa no se hizo a las cosas temporales; éstas, cuando son útiles a la salvación eterna, Dios nos las concede o no nos las concede, por lo que las gracias temporales hemos de pedirlas siempre condicionadamente, es decir, si son conducentes al bien del alma. En cambio, cuando se trata de gracias espirituales, no se exige más condición que la confianza, y la confianza firme, repitiendo: Padre Eterno, en nombre de Jesucristo, libradme de esta tentación, dadme la santa perseverancia, dadme vuestro amor, dadme el paraíso. Estas gracias también se las podemos pedir a Jesucristo en su mismo nombre, es decir, por sus merecimientos, pues también en este sentido nos prometió escuchar: Si algo me pidiereis en mi nombre, yo lo haré.

En fin, cuando oremos a Dios, no nos olvidemos de encomendarnos también a la dispensadora de las gracias, María. «Dios -dice San Bernardo- es quien da la gracia, pero la concede por manos de María. Busquemos, pues, la gracia, y busquémosla por María». Si María ruega también por nosotros, estemos seguros de ser atendidos, porque sus ruegos son siempre atendidos y no pueden tener repulsa.

Afectos y súplicas

¡Oh Jesús mío!, quiero amaros cuanto pueda y hacerme santo, y lo quiero para daros gusto y amaros mucho en esta y en la otra vida. Nada puedo, pero vos lo podéis todo y sois quien me queréis santo. Siento ya que, por un efecto de vuestra gracia, mi alma suspira por vos y a nadie busca sino a vos. No quiero seguir viviendo para mí; vos me deseáis todo vuestro y yo quiero darme por entero a vos. Venid y unidme a vos y uníos vos a mí; vos sois bondad infinita, que con tanto amor me ha distinguido; sois amante excesivo y amable sobre cuanto se puede encarecer. ¿Cómo, pues, podré amar otra cosa fuera de vos? Prefiero vuestro amor a todas las cosas criadas; vos sois el único objeto, el dueño único de todos mis afectos. Renuncio a todo para no tener más ocupación que amaros a vos solo, Criador mío, Redentor mío, consuelo, esperanza, amor mío y mi todo.

No desconfío de llegar a la santidad, a pesar de mis ofensas pasadas, pues reconozco que, si habéis muerto, ha sido para perdonar al pecador que se arrepiente. Os amo ahora con toda mi ama, os amo de todo corazón, os amo más que a mí mismo y me arrepiento sobre otro mal de haberos disgustado a vos, sumo bien.

Ya no soy mío, sino vuestro; disponed de mí, ¡oh Dios de mi corazón!, como os pluguiere. Acepto, para agradaros, cuantas tribulaciones queráis enviarme, enfermedades, dolores, angustias, ignominias, pobreza, persecuciones y desconsuelos; todo lo acepto para complaceros. Acepto también la muerte que queráis enviarme, con todas las congojas y cruces que la han de acompañar; bástame que me concedáis la gracia de amaros con todo corazón. Ayuda y fuerza os pido para que pueda reparar, en lo que me restare de vida, las amarguras que en lo pasado os causé, único amor del alma mía.

¡Oh Reina del cielo y Madre de Dios, abogada poderosa de los pecadores, en vos confío!

 

Práctica del amor a Jesucristo – San Alfonso María de Ligorio – Capítulo VIII

[1] Petite, et dabitur vobis: quaerite, et invenietis (Lc., XI, 9).

[2] Benedictus Deus, qui non reppulit precationem meam neque amovit a me misericordiam suam (Ps., LXV, 20).

[3] Dives in omnes qui invocat illum (Rom., X, 12).

[4] Oporter semper orare et non deficere (Lc., XVIII, 1).

[5] Sine intermissione orate (I Thes., V, 17).

[6] Placeat tibi, Deus, ut eripias me; Domine, ad adiuvandum me festina (Ps., LXIX, 2).

[7] Petite et accipietis (Io., XVI, 24).

[8] Omnia quaecumque orantes petitis, credite quia accipietis, et evenient vobis (Mc., XI, 24).

[9] Omnis enim qui petit, accipit (Lc., XI, 10).

[10] Amen, amen dico vobis, si quid petieritis Patrem in nomine meo, dabit vobis (Io., XVI, 23).

Seguir Leyendo

Comentarios 1

  1. Avatar Maria Ines Groppi dice:

    MEDIOS PARA ALCANZAR LA PERFECCIONDA III.

    Gracias! Un regalo de Dios estas ayudas que nos envían.Dios los bendiga!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.