Medios para alcanzar la perfección – San Alfonso María de Ligorio

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De la oración mental

El tercer medio para alcanzar la santidad es la oración mental. «Quien no meditare las verdades eternas -dice Gersón-, por maravilla podrá vivir vida cristiana». Y la razón es porque a quien no medita le falta la luz y tiene que caminar a tientas. Las verdades de la fe no se ven con los ojos corporales, sino con los del alma, y precisamente en la meditación. Quien no las medita no las ve, y por eso camina a tientas y, envuelto así en tinieblas, fácilmente se aficionará a las cosas de aquí abajo, con desprecio de las eternas. Santa Teresa escribía al obispo de Osma: «Aunque a nuestro parecer no haya imperfecciones en nosotros, cuando Dios abre los ojos del alma, como en la oración lo suele hacer, parécense bien estas imperfecciones». Y antes escribió San Bernardo que quien no medita no se aborrece, porque no se conoce. La oración, prosigue el Santo, gobierna los afectos de nuestro corazón y encamina hacia Dios nuestras obras; pero, sin meditación, inclínanse hacia tierra nuestros afectos, tras ellos van las obras, y todo anda en desorden.

Terrible es el caso que se refiere en la vida de la Beata Sor María del Crucificado, siciliana. Estando la sierva de Dios en oración, oyó a un demonio que alardeaba de haber hecho abandonar a cierta religiosa la meditación de regla, y vio en espíritu que, después de esta falta, la tentaba el demonio a cometer una falta grave, y que la religiosa estaba a punto de sucumbir. Voló ella a su socorro, la amonestó y la sacó del peligro. Santa Teresa decía que el alma que abandona la oración no tardará en convertirse en bestia o en demonio.

Renunciar, por consiguiente, a la meditación es renunciar al amor de Jesucristo. La oración es la feliz hoguera en que se enciende y conserva el fuego del santo amor: «En mi meditación se encendió un fuego». Santa Catalina de Bolonia escribía: «Quien no frecuenta la oración se priva del lazo que une al alma con Dios, por lo que no será difícil que el demonio, hallando al alma fría en el amor divino, la arrastre a cebarse en cualquier emponzoñada manzana». Por el contrario, decía Santa Teresa: «Si en ella persevera (en la oración), por pecados, y tentaciones, y caídas de mil maneras que ponga el demonio, en fin, tengo por cierto que la saca el Señor a puerto de salvación, como, a lo que ahora parece, me ha sacado a mí». Y en otro pasaje afirma: «El que no deja de andar e ir adelante, aunque tarde, llega. No parece es otra cosa perder el camino sino dejar la oración». E insiste otra vez: «¡Y qué bien acierta el demonio, para su propósito, en cargar aquí la mano! Sabe el traidor que el alma que tenga con perseverancia oración, la tiene perdida, y que todas las caídas que le hace dar la ayudan, por la bondad de Dios, a dar después mayor salto en lo que es su servicio: algo le va en ello». ¡Cuántos bienes se recolectan en la oración! En ella se conciben santos pensamientos, se encienden afectos devotos, se fortalecen grandes deseos y se forman propósitos inquebrantables de entregarse del todo a Dios; en ella el alma sacrifica a Dios todos los afectos terrenos y todos los apetitos desordenados. Afirmaba San Luis Gonzaga que «no habrá mucha perfección donde no hubiere mucha oración». Que no echen en olvido este dicho del Santo los que desean la perfección.

No se ha de ir a la oración para experimentar las dulzuras del amor divino; quien este fin se propusiere perdería el tiempo y sacaría escasa ventaja. El alma ha de darse a la oración solamente para agradar a Dios, es decir, sólo para conocer cuál sea su voluntad y pedirle la necesaria ayuda para cumplirla. El Venerable P. D. Antonio Torres decía: «Llevar la cruz sin consuelo hace volar al alma por el camino de la perfección». La oración desprovista de consuelos sensibles es la más provechosa para el alma. Santa Teresa decía que el alma que abandona la oración no necesita de demonio que la lleve al infierno, pues por sí misma se encamina a él.

De este ejercicio de la oración procede que el alma piense siempre en Dios. «El verdadero amante en toda parte ama y siempre se acuerda del amado. Recia cosa sería que sólo en los rincones se pudiese tener oración», decía Santa Teresa. Y de aquí procede también que las personas de oración hablen siempre de Dios, sabiendo como saben cuánto le agrada que los amadores se deleiten en hablar de Él y del amor que les profesa, procurando de este modo inflamar a los demás en el amor divino. Escribe la misma Santa: «Quiso que viese claro que a semejantes pláticas siempre se hallaba presente, y lo mucho que se sirve en que ansí se deleiten en hablar en Él».

De la oración también nace el deseo de retirarse a lugares solitarios para tratar a solas con Dios y conservar el recogimiento interior aun tratando negocios exteriores necesarios. Digo necesarios, o por razón del gobierno de la familia o de los ministerios que la obediencia impone; porque las personas dadas a oración deben amar la soledad y no derramarse en cosas vanas e inútiles; de no hacerlo así, perderán el espíritu de recogimiento, que es excelente medio para tener al alma unida a Dios. Huerto cerrado eres, hermana mía, esposa [1]. El alma esposa de Jesucristo ha de ser huerto cerrado a toda criatura y no ha de alimentar en su corazón más pensamientos ni más negocios que de Dios y para Dios. Los corazones disipados no pueden santificarse. Los santos que tuvieron por ministerio ganar almas para Dios, aunque predicaban, confesaban, componían enemistades y asistían a enfermos, no perdían el recogimiento. Lo mismo acontece con los que andan metidos entre libros. ¡Cuántos hay que, estudiando para hacerse sabios, no salen ni sabios ni santos, porque la verdadera ciencia es la ciencia de los santos, que consiste en saber amar a Jesucristo, y el amor divino trae consigo la ciencia y todos las demás bienes! Viniéronme los bienes a una todos con ella [2], esto es, con la santa caridad. San Juan Berchmans se entregó al estudio con incansable ardor, y, con todo, jamás el estudio puso trabas, merced a su fervor, al adelantamiento espiritual. El Apóstol dijo: No sentir de sí más altamente de lo que conviene sentir, sino sentir aspirando a un sobrio sentir [3]. Necesaria es la ciencia, y especialmente al sacerdote, porque debe enseñar a los demás la ley divina: Pues los labios del sacerdote deben guardar la ciencia, y la doctrina han de buscar de su boca [4]; sea sabio, sí, pero dentro de la moderación. Quien por el estudio abandona la oración, da pruebas de que no busca a Dios, sino a sí mismo. Quien busca a Dios, antes que dejar la oración dejará el estudio, cuando no sea tan necesario que obligue a dejar la oración.

Otro mal gravísimo que nace de aquí es que sin meditación no se ora. De la necesidad de la oración ya traté en muchas de mis obras espirituales, y en especial en un libro titulado Del gran medio de la oración, por lo que me limitaré a decir en este capítulo algunas palabras sobre el particular. Baste solamente señalar aquí lo que el venerable obispo de Osma Mons. Palafox dejó escrito: «¿Cómo ha de durar la caridad si no da Dios la perseverancia? ¿Cómo la dará Dios si no la pedimos? ¿Cómo la pediremos si no hay oración?… Sin la oración ni hay comunicación de Dios para conservar las virtudes adquiridas, ni para adquirir las perdidas». Y en verdad que es así, pues el que no medita no advierte las necesidades de su alma, desconoce los riesgos que corre su salvación, ignora los medios que debe emplear para vencer las tentaciones, y, no entendiendo la necesidad que tiene de orar, dejará la oración y ciertamente se perderá.

En cuanto a la materia de las meditaciones, no hay cosa más útil que la meditación de los novísimos, muerte, juicio, infierno y gloria; principalmente se ha de meditar en la muerte, imaginándose hallarse moribundo en el lecho, abrazado al crucifijo y presto ya a entrar en la eternidad. Mas para el verdadero amante de Jesucristo, que desea ir siempre adelantando en su santo amor, no hay pensamiento más eficaz que el de la pasión del Redentor. Decía San Francisco de Sales que el monte Calvario es el monte de los amantes. Todos los amadores de Jesucristo suben a este monte, donde no se respiran más brisas que las del divino amor. En presencia de un Dios que muere por nuestro amor, y que muere porque nos ama -Cristo nos amó y se entregó a sí mismo por nosotros [5]-, imposible parece no arder en las llamas de su amor. De las llagas del Crucifijo brotan siempre saetas de amor que hieren los corazones, aunque sean más duros que la piedra. ¡Dichosa el alma que en la cumbre del Calvario tiene fija su morada! ¡Feliz montaña, amable montaña! Querido monte, ¿quién podrá alejarse de ti? Monte eres que despides llamas que consumen a las almas que moran de continuo en ti.

 

 Práctica del amor a Jesucristo – San Alfonso María de Ligorio – Capítulo VIII

[1] Hortus conclusus soror mea, sponsa (Cant., IV, 12).

[2] Venerunt autem mihi omnia bona pariter cum illa (Sap., VII, 2).

[3] Non plus sapere, quam oportet sapere, sed sapere ad sobrietatem (Rom., XII, 3).

[4] Labia enim sacerdotis custodient scientiam, et legem requirent ex ore eius (Mal., II, 7).

[5] Dilexis nos et tradidit semetipsum pro nobis (Eph., V, 2).

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