Novena de Navidad: sexto día

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He venido a ser como hombre sin socorro,  libre entre los muertos.  Sal. 87, 5

Factus sum sicut sine adjutorio,  inter mortuos liber. 

considera la vida penosa que tuvo Jesucristo en el seno de su madre,  por la prisión tan larga,   estrecha y oscura que allí padeció por nueve meses.  Es verdad que los otros niños están en el mismo estado;  más ellos no sienten las incomodidades,  porque nos las conocen.

Pero Jesús las conocía bien,  porque desde el primer instante de su vida tuvo perfecto uso de razón.  Tiene sentidos,  y no podía servirse de ellos;  tenía ojos,  y no podía ver,  tenía lengua y no podía hablar;  manos,  y no las podía extender;  pies,  y no podía andar;  así que por nueve meses hubo de estar encerrado como en un sepulcro.  He venido a ser,  nos dice él mismo David,  como hombre sin socorro,  libre entre los muertos.  El era libre,  porque voluntariamente se había hecho prisionero de amor en aquella cárcel;  pero el amor le privaba el uso de la libertad,  y allí le tenía estrechado con cadenas que no le permitían moverse.

¡Oh grande paciencia del Salvador! Exclama san Ambrosio, pensando en las penas de Jesucristo mientras estaba en el seno de María.  Fue para el Redentor el vientre de María cárcel voluntaria,  porque fue prisión de amor;  más por otra parte no fue injusta.

Era a la verdad inocente,  pero se había ya ofrecido a pagar nuestras deudas,  y a satisfacer por nuestros delitos.  Con razón,  pues,  la divina justicia lo tiene de tal manera encarcelada, comenzando con esta pena a exigir del mismo la merecida satisfacción.

Mira a que se reduce un Hijo de Dios por amor de los hombres;  se priva de su libertad,  y se pone en cadenas,  para librarnos de las del infierno.

Mucho,  pues,  merece ser reconocida con gratitud y con amor la gracia de nuestro libertador y fiador,  quien,  no por obligación sí solo por afecto se ha ofrecido a pagar,  y ha pagado por nosotros los débitos y las penas,  dando por ellas su vida divina.

No olvides,  dice el Eclesiástico,  el favor del que te salió por fiador,  porque puso su alma por ti (Ecl 29, 15)

Afectos y súplicas.

Si,  Jesús mío,  tiene razón el escritor sagrado de advertirme que no me olvide de la inmensa gracia que Vos me habéis querido satisfacer por mis pecados con vuestras penas y con vuestra muerte.

Mas,  después de esto,  yo me he olvidado de tan grande gracia y de vuestro amor:  he tenido atrevimiento de volveros las espaldas,  como si no fueses mi Señor,  y aquel Señor que tanto me ha amado.  Pero si hasta aquí me he olvidado,  no quiero,  Redentor mío,  olvidarme más.  Vuestras penas y vuestra muerte serán mi continuo pensamiento;  y estas me recordarán siempre el amor que me habéis tenido.  Maldigo aquellos días en los cuales,  olvidado yo de lo que padecisteis por mí,  abusé tan malamente de mi libertad.

Vos me la habíais dado para amaros,  y me serví de ella para despreciaros.

Pero hoy la consagro a Vos. Libradme,  pues,  Señor mío,  de la desgracia de verme separado otra vez de Vos,  y hecho de nuevo esclavo de Lucifer.  Ea,  encadenad a vuestros pies esta mi pobre alma con vuestro santo amor,  a fin de que no se separe jamás de Vos.

Padre Eterno,  por la prisión de Jesús en el vientre de María,  libradme de las cadenas del pecado y del infierno.

Y Vos,  Madre de Dios,  socorredme.  Vos tenéis dentro de vuestro seno aprisionado y estrechado con Vos al Hijo de Dios.  Ya,  pues,  que Jesús es vuestro prisionero,  él hará cuanto le digáis.  Decidle que me perdone;  decidle que me haga santo.  Ayudadme,  Madre mía,  por aquella gracia y honor que os hizo Jesucristo de habitar por nueve meses en vuestro interior.

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