Doblo las rodillas ante ti, Señor Jesucristo, a quien contemplo suspendido en la cruz por mí.
Te saludo, venerable imagen de mi Señor Jesucristo crucificado, por cuya sangre fui rescatado de manos del enemigo.
Te agradezco, Salvador del mundo, que por mí hayas afrontado esta dolorísima muerte.
Dulcísimo Jesús, ruego por la abundancia de tu misericordia que me concedas compadecerme de todo corazón de tus penas y también de los dolores de tu Santísima Madre, y derramar abundantes lágrimas al pie de la cruz junto con tu predilecto discípulo Juan, su fidelísimo custodio.
Ten por cierto que para mí sería un alivio si, frente a la imagen de tu cruz, pudiese derramar lágrimas incluso exteriormente a causa de la intensidad de mi compasión por ti, que derramaste toda tu preciosa sangre por mí.
Como de ti proviene todo don, acepta en tu honor este deseo mío: que a partir de este momento y para siempre en mí se encienda, crezca y sea cada vez más profundamente sensible la memoria de tu santísima pasión, como también el recuerdo particular de tu gloriosa Madre, junto con tu predilecto discípulo y su custodio Juan; pero acepta igualmente el deseo de que mi vida sea mejor.
Te ruego, además, que tu crucifixión esté en el centro de mi reflexión, que mi estímulo sea el dolor de tu Madre, y mi intercesión el llanto de san Juan. Te ruego que la imagen desgarradora de tu muerte no permanezca sin producirme una profunda compasión del corazón.
Haz de modo tal que, cuando recuerde tu pasión, o vea un crucifijo, sienta dentro de mí lo que les permitiste sentir a muchos devotos, tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Imitación de María (siguiendo los escritos del beato Tomás de Kempis).
Libro IV, ROGAR Y CANTAR A MARÍA, Capítulo II