Empezamos la misa, y como siempre, desanudaron sus gargantas con un sinfín de hermosísmos cantos. El sermón lo tenía ya listo: predicaría sobre la parábola de la oveja y la dracma perdidas, cosas que me darían pie para hablar del amor que el Sagrado Corazón nos tiene.
Comencé la homilía explicando lo que acababan de escuchar en el Evangelio: el pastor sale en busca de la oveja descarriada, aunque todavía tiene otras noventa y nueve. Y les volví a narrar como la mujer encuentra su moneda perdida.
Pero mientras les hablaba, me di cuenta de que no me entendían. Con sus caras, de alguna manera, me preguntaban: “¿Oveja? ¿Qué es eso?”. Aclare , entonces e inmediatamente, que la oveja es un animal del que la gente toma el pelo para hacerse abrigos. ¡Peor! No tienen idea de abrigos… para ellos esas cosas son solo en las películas, si es que las han visto.
Pero Dios es tan bueno que justo en ese momento me dio una gran idea: “No hables de ovejas, habla de peces”. Así que les dije: “Imagínense que están pescando solos con una red muy grande”. Basto decir estas palabras para que sus ojos se abrieron tan grandes como los de la lechuza.
Y continué diciendo: “Imagínense que están pescando solos con una red muy grande, y tienen tanta suerte de atrapar 100 pescados. Están solos y mientras sostienen los dos extremos de la red con sus manos, tiran de ella hacia el barco. Y estando en tan difícil trance, de repente, un pez salta de la red y escapa. ¿Que harían ustedes?”.
Todos me miraron y me respondieron con sus expresivos ojos de Kiribati: “Por supuesto que lo dejaré escapar”.
Y les volví a preguntar: “¿Quién de vosotros iría por ese pez que se escapó , dejando a los noventa y nueve solos?”.
Recién ahí entendieron la parábola: “eso sería una locura… una locura total”.
Y estaba tan inspirado que volví a contar la parábola de la dracma: “¿Quién de ustedes se sumergiría 40 metros en el mar para buscar una moneda perdida de 50 centavos? ¿Pondrían el compresor, los tubos y arriesgarían sus vidas simplemente por una moneda de 50 centavos?” Y de nuevo, me respondieron con sus ojos: “eso sería una locura… una locura total”.
Y concluí el sermón diciéndoles: “Esta locura es la que Cristo tiene por nosotros. Somos la moneda perdida en el profundo mar, somos el pez que se escapa, y Jesús está tan loco que va detrás de nosotros gastando gasolina, tiempo y recursos, y dejando de lado otros noventa y nueve peces, solo para atraparnos”.
Ese dí a aprendí una importante lección, que San Pablo ya la enseñó : “Me he hecho todo para todos, para salvar a algunos por todos los medios posibles” (1 Cor 9,22).
Crónica de un mes en las Islas Salomón