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¡Que desconocida es la vida interior! – Juan Bautista Chautard

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San Benito «vivía consigo mismo», nos dice S. Gregorio el Grande, mientras en Subiaco daba principio a su Regla, que tanto bien ha hecho en el mundo.

Es lo contrario de lo que les ocurre a la mayoría de nuestros contemporáneos. Vivir consigo, vivir en sí, querer gobernarse a sí mismo, y no dejarse gobernar por las circunstancias, sujetar la imaginación, la sensibilidad y aun la memoria y el entendimiento a la voluntad, y someter incesantemente esta voluntad a la de Dios es un programa que cada vez se aprecia menos en este mundo tan agitado, donde se valora tanto «la acción por la acción».

Cualquier pretexto es bueno para eludir esta disciplina de nuestras facultades. Los negocios, la familia, la salud, el propio prestigio, las necesidades de la empresa, hasta la pretendida gloria de Dios, nos importunan constantemente para que no vivamos en nosotros mismos. Esta especie de delirio exterior ejerce sobre nosotros un atractivo irresistible.

En vista de esto, ¿podrá extrañarnos que la vida interior sea tan desconocida?

Desconocida, es muy poco decir; a veces es menospreciada y hasta ridiculizada, por aquellos mismos que deberían apreciar más que nadie sus ventajas y su necesidad.

Tienen que ser los Papas los que nos pongan en alerta al apóstol sobre los peligros que se siguen de poner toda la confianza en la acción, olvidando el cultivo de la vida interior.

A fin de evitar el trabajo que lleva consigo la vida interior, el apóstol llega hasta desconocer la excelencia de la vida con Jesús, en Jesús y por Jesús y hasta olvidar que en el plan de la Redención todo esta fundado sobre la vida eucarística y edificado sobre la roca de Pedro. Estos admiradores del activismo apostólico relegan lo esencial a un segundo plano.

Aunque crean teóricamente en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, estiman como una pérdida de tiempo la adoración ante el Santísimo expuesto, que no se adapta a las exigencias de la vida moderna.

La comunión, para ellos, ha perdido el sentido que tenía para los primitivos cristianos. Creen en la Eucaristía, mas no ven en ella el elemento de vida imprescindible para ellos ni para sus obras. Y como no tienen ninguna intimidad ni familiaridad con Jesús-Eucaristía, la vida interior se les antoja uno de tantos recuerdos de la Edad Media.

Al oírles hablar de cómo desarrollan su apostolado, podría creerse que el Todopoderoso —el que con solo su palabra creó los mundos de la nada—, no puede prescindir de su actividad. Llevados de un culto exagerado por la acción se entregan a rienda suelta al trabajo exterior, viviendo fuera de sí mismos. Están convencidos de que la Iglesia, la diócesis, la parroquia, la congregación religiosa, etc., necesitan de ellos. En el fondo del corazón impera la presunción y la falta de fe. Incluso a veces llegan al agotamiento por su actividad incesante, y si se les ordena que aminoren su actividad, apenas hacen caso. La excitación por la acción se ha hecho en ellos como una segunda naturaleza, que le impulsa a no parar ni descansar, movidos por múltiples trabajos que les aturden. Les repugna la vida interior y no se dan cuenta de que solo ella puede curar su anemia espiritual.

El barco navega a todo vapor, dirigido par un capitán que está muy ufano de la velocidad de su marcha, pero como carece de un buen timonel, va sin rumbo fijo y corre riesgo de naufragar. Porque lo que ante todo quiere el Señor es que se le adore en espíritu y en verdad. Pero el apóstol que está encandilado de las obras y se deja llevar por el activismo, se engaña pensando que da mucha gloria a Dios con los éxitos aparentes que logra.

Esta forma de pensar y de actuar explica la gran estima que muchos tienen en la actualidad por las obras sociales de la Iglesia (escuelas, universidades, dispensarios, hospitales, etc.), con desprecio de la vida contemplativa, basada en la oración y la penitencia, las cuales apenas valoran. Se desprecia la inmolación oculta, y se califica de gente perezosa y rara a los que viven ocultos en la soledad de los claustros, aunque tengan más ardor por la salvación de las almas que los más incansables misioneros. Y se llega incluso a ridiculizar a los apóstoles que consideran indispensable robar algunos instantes a su tiempo, por muy ocupados que estén, para ir a purificar e inflamar su celo apostólico ante el Sagrario, implorando al Huésped divino que bendiga su apostolado.

 

El alma de todo apostolado -Juan Bautista Chautard

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Comments 1

  1. Avatar Carmen Lagos says:

    Celebro este texto de Chautard que pone en relevancia la vida interior, que es el tronco del cual salen todas las buenas obras hacia el exterior.
    Cómo haremos para demostrar que lo que no se ve, también existe, y que es mas importante que lo exterior, porque es lo que lo sostiene? Sólo pueden ver esto los que lo practican.

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