Fuente: https://lamurallacatolica.com
¿Cuándo fue que España dejó de ser España? ¿Cuándo fue que abdicó de la bravura y del arrojo? ¿Cuándo quiso dejar de ser cuna de héroes, santos y conquistadores? ¿Cuándo olvidó sus hazañas?
¿Ya no existen las proezas imposibles?
Covadonga, las Navas de Tolosa, Lepanto, el Alcázar, los tercios, la Falange, los Requetés, la División Azul, ¿tan lejos han quedado?
La España que conocí de chico es el Cid, es Isabel y es Fernando, es Carlos V y Felipe II. Y es el Greco, es el Quijote, es Teresa y es Ignacio.
Y es la España de los mártires, que se cuentan por millares.
España fue más que España.
España es la América católica. Son los franciscanos y jesuitas desembarcando a la par de los conquistadores. Es San Roque González y San Francisco Solano. Es Hernán Cortés. Es Hernandarias. Es Gabriel García Moreno.
Es la España eterna, la que amamos desde antaño. Que no se necesita haber nacido en la península para saberla nuestra.
Nunca fue España el mercado, las finanzas, la usura, “el debate democrático”. Siempre fue la cruz y la espada. El honor y la gloria.
Y fueron los monasterios y los monjes. Dos tercios de los conventos contemplativos que hay en el mundo estaban en su suelo.
Y a pesar de los borbones, España seguía siendo ella misma. Y estaban José Antonio, Onésimo y Ramiro, brazo en alto y cara al sol. Y volvió a reír la primavera con la Cruzada victoriosa.
Y llegó la paz, con su paso alegre, de la mano del Caudillo.
Por casi cuarenta años reinó el progreso y la prosperidad. España, conducida por Franco, salió de la miseria y de la tragedia.
Pío XII condecoró al Caudillo con la Cruz de los Caballeros de las Milicias de Cristo.
Francisco Franco, junto a Oliveira Salazar han sido, quizá, los mejores ejemplos de gobernantes católicos en el Siglo XX.
Hoy gobiernan los enanos. Hoy a España se le animan los peores.
Y van contra el último gran prócer. Van por el Caudillo, por sus despojos.
Que remoto suena el “Franco, Franco, Franco” de las multitudes en la Plaza de Oriente.
Hasta la Iglesia, protegida y sostenida por el Generalísimo, le da vilmente la espalda.
Hoy no hay un Cardenal Cisneros; no están los obispos que cargaron, espada en mano, junto a los tres reyes, en las Navas de Tolosa. Hoy al Islam se lo enfrenta con velas en las plazas. Campean los Tarancones y se alaba “la transición” que no fue otra cosa que la sumisión al poder internacional.
La Iglesia española se muestra indiferente ante lo que es, ni más ni menos, que la venganza de la izquierda masónica derrotada por el Generalísimo hace ochenta años.
España es hoy como aquel descendiente de nobles que sólo usufructúa las glorias de sus antepasados y no entiende que para ser noble, que para ser digno de la nobleza de quienes nos han precedido, lo primero es reeditar y acrecentar la nobleza heredada.
¿Cómo es que la España eterna ha dejado que se enseñoreen sobre su tierra la felonía y la ingratitud?
España yace ahora. ¿Está postrada? ¿Está muerta? ¿No es eterna?
Seguramente no, que no está muerta. Solamente duerme, borracha de victorias o confiada en su grandeza. Quizá solo descansa de mil batallas por el Bien, la Verdad y la Belleza.
Ya es hora de que sacuda la pereza. Ya es hora de volver a barrer a impíos y blasfemos.
Que no la vean dormida.
El mundo no es el mundo sin la vieja España. El mundo sin ella es lo que vemos: vergüenza de la raza, afrenta e ignominia.
Ya es tiempo de calzarse las alpargatas, tomar la boina y el fusil.
Y que, de nuevo, comience a amanecer.
Arriba España.
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