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Manera de conocer el cambio en el sujeto de este santo amor

Fácilmente conocerás esto, Teótimo, porque si este ruiseñor canta para agradar a Dios, cantará el himno que sabrá que es más agradable a la divina Providencia. Pero, si canta por el placer que siente en la melodía de su canto, no cantará el cántico que es más agradable a la celestial bondad, sino el que más le guste a él y en el cual crea que podrá encontrar mayor deleite. Bien podrá ocurrir que de dos cantos verdaderamente divinos, el uno se cante porque es divino y el otro porque es agradable. El cántico es divino, pero el motivo que nos hace cantar es el deleite espiritual que en él buscamos.

¿No ves —diremos a un obispo— que Dios quiere que cantes el himno pastoral del divino amor en medio de tu grey, que este mismo autor te mandó, por tres veces, apacentar, en la persona del apóstol San Pedro, el primero de todos los pastores? ¿Qué responderás a esto? Que en Roma y en París hay más deleites espirituales, y que el divino amor se puede practicar allí con más suavidad. ,¡Dios mío! no es por vuestro agrado que este hombre quiere cantar, sino por el gusto que siente en ello; no os busca a Vos en el amor, sino el contento que le causa el ejercicio de este amor. Los religiosos desearían cantar el cántico de los prelados, y los casados el de los religiosos, con el fin, según dicen ellos, de poder mejor amar y servir a Dios.

¡Ah! os engañáis a vosotros mismos, mis queridos amigos; no digáis que es para mejor amar y servir a Dios, sino para servir vuestro propio contento, al que amáis más que al contento de Dios. También en la enfermedad se encuentra la voluntad de Dios, y, ordinariamente, más que en la salud. Si amamos, pues, la salud, no digamos que es mejor servir a Dios; porque ¿quién no ve que lo que buscamos no es la voluntad de Dios en la salud, sino la salud en la voluntad de Dios?

Es sin duda, muy difícil amar a Dios sin amar, a la vez, el placer que causa el amarle; pero, no obstante, hay mucha diferencia entre el contento que produce el amor a Dios porque es bello, y el que produce el amarle porque su amor nos es agradable. Debemos, pues, buscar en Dios el amor de su belleza, y no el placer que hay en la belleza de su amor. El que, cuando ruega a Dios, se da cuenta de que ruega no atiende perfectamente a la oración, porque distrae su atención de Dios, a quien ruega. El mismo cuidado que muchas veces ponemos en no distraernos es, con frecuencia, causa de grandes distracciones.

La simplicidad, en las acciones espirituales, es lo más recomendable. ¿Quieres contemplar a Dios? Contémplale y atiende a esto; porque, si reflexionas y vuelvas los ojos hacia ti, para ver como le contemplas, ya no contemplas a El, sino que contemplas tu actitud, a ti mismo. El que ora con fervor, no sabe si ora o no ora, porque no piensa en la oración que hace, sino en Dios, a quien la hace. El que ama con ardor no vuelve su corazón sobre sí mismo, para mirarlo que hace, sino que lo detiene y lo ocupa en Dios, a quien aplica su amor.
El cantor celestial se complace tanto en dar gusto a Dios, que no recibe ningún goce de la melodía de su voz, sino porque ésta agrada a su Dios. ¿Ves, Teótimo, a este hombre que ruega a Dios, y al parecer con tanta devoción, y que es tan fervoroso en los ejercicios del amor celestial? Aguarda un poco y verás si es Dios a quien ama. ¡Ah!, en cuanto cese la suavidad y la satisfacción que sentía en el amor, y lleguen las sequedades, lo dejará todo y no rogará sino como de paso.
Pues bien, si era Dios a quien amaba, ¿por qué ha dejado de amarle, ya que Dios siempre es el mismo? Amaba la consolación de Dios, y no el Dios de la consolación.

Muchos, ciertamente, no se complacen en el amor divino, sino cuando es confitado con el azúcar de alguna suavidad sensible, y fácilmente harían como los niños, los cuales cuando se les da miel sobre un pedazo de pan, lamen y chupan la miel, y echan, después, el pan; porque si la suavidad pudiese ser separada del amor, dejarían el amor y se quedarían con la suavidad. Estas personas están expuestas a muchos peligros”: o al peligro de volver atrás, cuando los gustos y los consuelos faltan, o al de gozarse en vanas suavidades, bien ajenas al verdadero amor.

San Francisco de Sales, “Tratado del Amor de Dios”

(Libro Noveno, cap.IX)

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Comentarios 1

  1. Diana Peregrina Carrizo dice:

    Cuando buscamos en Dios el amor de su belleza no preocupa tanto la desolación , porque acudimos a Él y sabemos que ahí está el verdadero consuelo.

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