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Del despojo perfecto del alma unida a la voluntad de Dios

El amor al entrar en un alma, para hacerla morir dichosamente a sí misma y revivir en Dios, la despoja de todos los deseos humanos y de la estima de sí misma, que no está menos adherida al espíritu que la piel a la carme, y, finalmente, la desnuda de los afectos más amables, tales como el afecto que tenía a las consolaciones espirituales, a los ejercicios de piedad y a la perfección de las virtudes, que parecían ser la propia vida del alma devota.

Entonces, puede exclamar con razón: Ya me despojé de mi túnica, ¿me la he de vestir otra vez. Lavé mis pies de toda suerte de afectos, ¿y me los he de volver a ensuciar? Desnudo salí de las manos de Dios, y desnudo volveré a ellas. El Señor me había dado muchos deseos; el Señor me los quitó; bendito sea su santo nombre. Sí, Teótimo, el mismo Señor que nos hace desear las virtudes, en los comienzos, nos quita después el afecto a las mismas y a todos los ejercicios espirituales, para que con más sosiego, pureza y simplicidad no nos aficionemos a cosa alguna fuera del beneplácito de su divina Majestad. Porque, como la hermosa y prudente Judit guardaba en sus cofres sus bellos trajes de fiesta, y, sin embargo, no les tenía afición alguna, no se los vistió jamás en su viudez, sino cuando, inspirada por Dios, marchó para dar muerte a Holofernes; así, aunque nosotros hayamos aprendido la práctica de las virtudes y los ejercicios de devoción, no debemos aficionarnos a ellos ni vestir con ellos nuestro corazón, sino a medida que sepamos que es el beneplácito de Dios.

Y así como Judit anduvo siempre vestida con el traje de luto, hasta que Dios quiso que luciera sus galas, de la misma manera debemos nosotros permanecer apaciblemente revestidos de nuestra miseria y abyección, en medio de nuestras imperfecciones y flaquezas, hasta que Dios nos levante a la práctica de acciones más excelentes.

No es posible permanecer durante mucho tiempo en este estado de privación y de despojo de toda clase de afectos. Por esta causa, según el consejo del Apóstol, una vez nos hayamos quitado las vestiduras del viejo Adán, hemos de vestirnos el traje del hombre nuevo, es decir, de Jesucristo; porque, habiendo renunciado aun al afecto a las virtudes, para no querer, ni con respecto a ellas ni con respecto a otra cosa alguna, sino lo que quiere el divino beneplácito, conviene que nos revistamos enseguida de otros muchos afectos, y quizás de los mismos a los cuales hubiéramos renunciado; pero nos hemos de revestir de ellos, no porque son agradables, útiles y honrosos y a propósito para dar contento al amor que sentimos a nosotros mismos, sino porque son agradables a Dios, útiles para su honor y porque están destinados a su gloria.

Son menester vestiduras nuevas para la esposa del Salvador. Sí, por amor a Él, se ha despojado del antiguo afecto, a sus padres a su patria, a su casa, a sus amigos es necesario que sienta un afecto enteramente nuevo, amando todas estas mismas cosas, pero en el lugar que les corresponde; no según las consideraciones humanas, sino porque el celestial Esposo lo quiere y lo manda; y porque ha dispuesto de esta manera el orden de la caridad .

Si el alma se ha despojado del viejo afecto a los consuelos espirituales, a los ejercicios de devoción, a la práctica de las virtudes y aún al adelanto en la perfección, ha de revestirse de otro afecto del todo nuevo, amando todos estos favores celestiales, no porque perfeccionan y adornan nuestro espíritu, sino porque así el nombre del Señor es santificado, su reino enriquecido y su divino beneplácito glorificado.

Así San Pedro vistióse en la prisión: no por elección suya, sino conforme el ángel se lo fue indicando. Tomó su ceñidor, después sus sandalias y, finalmente, las demás vestiduras. Y el glorioso San Pablo, despojado, en un momento, de todos sus afectos, Señor —dice— ¿qué queréis que haga? es decir, ¿a qué cosas os place que me aficione? pues, al derribarme en tierra, me habéis hecho abandonar mi propia voluntad. ¡ Ah, Señor! poner en su lugar vuestro beneplácito, y enseñadme a hacer vuestra voluntad, porque sois mi Dios. El que ha dejado todas las cosas por Dios, no ha de volver a tomar ninguna, sino en la medida que Dios lo quiera; no ha de alimentar su cuerpo, sino de la manera que Dios lo ordene, para servir al espíritu; no ha de estudiar, sino para ayudar al prójimo y a su propia alma, según la intención divina; ha de practicar las virtudes, mas no las que son de su agrado, sino las que quiere Dios.

El amor es fuerte como la muerte, para hacer que lo dejemos todo, pero es magnífico como la resurrección, para revestirnos de gloria y de honor.

San Francisco de Sales, “Tratado del Amor de Dios”

(Libro Noveno, cap.XIV)

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Comentarios 1

  1. María Vilca Figueredo dice:

    En Tú Presencia estoy, Señor Jesús, no me niegues la ayuda la ayuda que pido, ten piedad de mi, mira dentro de mi corazón y veras mi sufrimiento, y haz que reciba con más frecuencia el PAN DEL CIELO, donde Tú estás presente.
    AMÉN 💥💖💥🙏🙏🙏

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