Carta al Presidente Bierut («Non possumus») (fragmento) – Cardenal Stefan Wyszynski (1901-1981)

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He aquí un fragmento de la emblemática carta enviada por el Cardenal Wyszynski -como primado de su país y junto con todo su episcopado- al gobierno comunista que sojuzgaba a la católica nación polaca. Recientemente beatificado, amigo y mentor de San Juan Pablo II, es modelo del pastor, abnegado y valeroso, que por amor a Dios y a la Iglesia, ofrece la vida por el bien de su rebaño.

Cracovia, 8 de mayo de 1953,

en la fiesta de San Estanislao, mártir.

[…]

27. Nos cuesta creer que este estado de cosas escape a la atención de los dirigentes marxistas o que pongan en tela de juicio la buena voluntad de la Iglesia. Porque cualquier persona de buen sentido y juicio íntegro captaría inmediatamente la situación. No es la Iglesia quien sabotea la paz y la unión entre todos los polacos, sino el odio inexorable del partido a la religión en general y al catolicismo en particular. A la luz de los hechos, se verá bien por qué se viene todos estos últimos tiempos tratando de convencer al pueblo de que el Papa es enemigo de Polonia y de la paz, o que los obispos favorecen el revisionismo. ¿No se trata de afilar las armas contra el sumo Pontífice y contra los obispos para justificar la lucha contra la Iglesia?

Nosotros no acusamos a nadie. Estamos convencidos de que el odio que nos cerca se debe mucho más al sistema que a los hombres con quienes discutimos. Sí, nuestros coloquios directos se han desarrollado en una atmósfera más bien amigable. No podríamos admitir que ellos ignoren verdaderamente nuestra situación, nuestra buena voluntad y la cruel injusticia infligida a la Iglesia.

La gran responsable es la doctrina del diamat[1]. Su dialéctica entraña el odio, la discordia y la lucha. ¿Cómo podría ella tolerar el Evangelio del amor, del perdón y de la paz? ¡No es posible! Habiéndole colgado a la religión el capirote de «superestructura de la base económica» y de «instrumento de opresión de las masas obreras», el partido tiene que acosarla sin piedad. Y se pregunta uno cómo una ideología que se dice a sí misma «científica» y fundada en la experiencia, puede así formular tesis puramente apriorísticas, sin control empírico, sin confrontación con la realidad concreta, sin cuidarse de que un día esta realidad puede infligir un sangrante mentís a estructuras ideales, construidas en el aire.

28. Todos los obispos polacos consideramos un deber de conciencia señalar la situación trágica de la Iglesia en Polonia y dar a conocer la opresión de que es víctima, así como los motivos de inquietud, más, de agobio que crece sin cesar, de nuestro pueblo católico.

En el fondo de todo este mal está el odio. Es él el que mina las fuerzas vivas de nuestra nación y presagia terribles conflictos.

No escribimos esto para desencadenar vanas polémicas. Nuestra única inquietud es dar con una solución honesta y recta a este estado de cosas, por el interés de la Iglesia, pero asimismo por el bien del Estado. Pues nada nos repugna tanto como lesionar la unidad, sembrar la discordia o propagar el odio. ¡No renunciamos a esperar la paz! Una vez más nos ofrecemos de buena voluntad para que entre en vigor el Acuerdo cerrado entre la Iglesia y el Estado el 14 de abril de 1950.

Sin embargo tenemos que recalcar que el éxito de nuestra gestión depende exclusivamente de la actitud que adopte el gobierno. Todo el problema está ahí: ¿querrá o no querrá renunciar a su hostilidad radical para con la religión católica? ¿Renunciará a sus planes de exterminio y esclavitud, que tienden a relegar a la Iglesia al simple papel de un instrumento del Estado?

29. Querríamos que el gobierno se diera buena cuenta de lo que supone para la Iglesia el decreto sobre los nombramientos eclesiásticos. Recordamos que por este acto –al que la constitución priva de toda validez– el gobierno se arroga el derecho a inmiscuirse sin tregua en los asuntos de la jurisdicción eclesiástica, si hace al caso hasta en las cuestiones que dependen de la conciencia de los sacerdotes. Desde el punto de vista de la Iglesia, tal pretensión es totalmente inaceptable.

Ante todo, la jurisdicción versa sobre asuntos propiamente religiosos, internos y sobrenaturales, como son la predicación de las verdades reveladas, la enseñanza de la moral cristiana, la distribución de los sacramentos, el culto religioso y la sagrada liturgia, la dirección de conciencia y de las almas. ¿En nombre de qué derecho podrían estos dominios puramente religiosos depender del poder del Estado, encargado de la gestión de los asuntos seculares y temporales? Pero ¿qué decir cuando este poder se inspira en una doctrina atea que persigue a la Iglesia con un encono irreductible?

La Iglesia no admite ni admitirá jamás otra jurisdicción que la que dimana del Papa y de los obispos por conductos rigurosamente jerárquicos. Por consiguiente, siempre que el brazo secular usurpa la jurisdicción de la Iglesia, se apropia el bien ajeno y quebranta no sólo la ley eclesiástica sino también la ley divina.

¿En qué nombre podría el gobierno exigirnos a los obispos polacos que reconozcamos la validez de un acto que está en flagrante contradicción con la estructura interna de la Iglesia y sus derechos?

Poco tiempo después de la promulgación del decreto del 9 de febrero, algunos representantes del episcopado polaco remitieron al gobierno una protesta formal. Hoy somos todos los obispos polacos los que protestamos de consuno. Conscientes de nuestra misión, declaramos de forma categórica y solemne que no podremos reconocer validez a este decreto, contrario a la constitución del Estado popular y que viola los derechos de Dios y de la Iglesia. Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

No nos negamos a tomar en consideración las razones del gobierno, mas en lo concerniente a las funciones eclesiásticas, no podemos confiarlas más que a aquéllos a quienes en conciencia juzgamos aptos y dignos.

¿Cómo silenciar la ineptitud y triste incompetencia para estas funciones de aquéllos que, bajo el efecto de la presión política, se dejan manejar como instrumentos de disensión en el seno mismo de la Iglesia? ¿Qué garantías pueden ofrecer esos sacerdotes, si en caso de necesidad asumiesen la defensa de los derechos imprescriptibles de Dios y de su Iglesia?

Si en lo sucesivo nos impide el brazo secular promover a los puestos eclesiásticos a los que juzguemos dignos, estamos decididos a dejarlos vacantes antes que confiar el gobierno de las almas a manos indignas. Quienquiera que acepte un cargo eclesiástico de otras manos que las nuestras, sepa desde ahora que incurre en excomunión.

Y si se nos coloca ante la alternativa de elegir entre someter la jurisdicción eclesiástica al poder civil o hacer el sacrificio de nosotros mismos, no vacilaremos un solo instante. Lo arrastraremos, fieles a nuestra conciencia sacerdotal y a nuestra vocación apostólica. Venga lo que viniere, no seremos nosotros quienes demos la espalda a las persecuciones. Si el sufrimiento es nuestra porción, lo será únicamente por Cristo y su Iglesia. No tenemos derecho a poner en los altares del César lo que es de Dios. «¡NON POSSUMUS!».

En nombre del bien de nuestra nación, pedimos a los jefes del partido comunista que revisen su principio de odio irreductible y ostracismo a la religión, a la Iglesia y a Dios. El episcopado polaco encarece al Consejo de Ministros que haga el honor al artículo 32, párrafo 7, de la constitución de la República popular, y asegure a los católicos los derechos que allí se les garantizan.

* En «El Calvario de Polonia – Un Obispo al servicio de Dios», 5ª edición. Ediciones Secretariado Trinitario – Salamanca – 1982. 

[1] «Diamat». Acrónimo ruso referente al «Materialismo dialéctico». (Nota de «Decíamos ayer…»).

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Comentarios 3

  1. Susana dice:

    Lamento,pero el mundo de hoy no conoce lenguajes de amor.necesito ser más madura para saber cómo llenar de comprensión a mí querida pquia..en mí caso particular

  2. Claudia dice:

    Pareciera que describe lo que en estos tiempos se ha estado construyendo en el mundo, específicamente en mi país. Poco a poco el gobierno va colaborando en la construcción de estructuras de odio a la Iglesia.

  3. Clemencia Arévalo dice:

    Tenemos que ser fieles a Dios no a los gobiernos de odio.

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