Camino llano y recto del abandono. Lo defiendo y lo enseño sin ningún temor, y estoy seguro de que todos me comprenden cuando digo que toda nuestra santificación consiste en recibir en cada instante las penas y deberes de nuestro estado como velos que nos ocultan y nos dan al mismo Dios.
En el abandono la única regla es el momento presente. En este estado el alma es ligera como una pluma, fluida como el agua, simple como un niño, móvil como una pelota, para recibir y seguir todos los impulsos de la gracia. Estas almas no tienen la consistencia y rigidez de un metal fundido. Cómo éste acepta todos los trazos del molde donde le fundieron, así estas almas se amoldan y ajustan con la misma facilidad a todas las formas que Dios les va dando. Su disposición, en una palabra, es semejante a la del aire, siempre dócil a todo soplo y siempre configurado a todo.
Una observación importante a todo esto es que en esta actitud de abandono, en esta vía de fe, todo lo que va pasando en el alma y en el cuerpo, en los asuntos y diversos acontecimientos, presenta una apariencia de muerte, que no debe extrañar. ¿Y qué esperabais? Es la condición propia de este estado. Dios tiene sus designios sobre las almas y, bajo oscuros velos, los ejecuta todos muy felizmente. Y entiendo por esos velos las contrariedades, las enfermedades corporales, las debilidades espirituales. En las manos de Dios todo eso prospera, todo se resuelve para bien. Precisamente por esas cosas que son desolación para la naturaleza, Él prepara el cumplimiento de sus más altos designios: «Todas las cosas cooperan para el bien de aquéllos que son escogidos por su libre elección» [Rm 8,28].
Es precisa la fe para encontrar a Dios en todo eso, y hallar esta vida divina que ni se ve ni se siente, pero que se da en todo momento de forma desconocida, pero bien cierta.
Vamos, alma mía, vamos con la cabeza bien alta por encima de todo lo que pasa fuera o dentro de nosotros, siempre contentos de Dios, contentos de lo que El hace en nosotros y nos hace hacer. Guardémonos bien de enredarnos imprudentemente en interminables reflexiones inquietantes, que, como otros tantos caminos perdidos, se ofrecen a nuestro espíritu para engañarle… Salgamos del laberinto de nosotros mismos, saltando por encima, y no tratando de recorrer sus interminables vueltas y revueltas.
Vamos, alma mía, atravesemos por medio de los desalientos, enfermedades, sequedades, durezas de carácter, debilidades del espíritu, lazos del diablo y de los hombres, desconfianzas y envidias, siniestras ideas y persecuciones.
Volemos como un águila sobre todas estas nubes, fija siempre la vista en el sol y en sus rayos, que son nuestras obligaciones…
El abandono en la divina Providencia
Jean-Pierre de Caussade, S.J.
Comentarios 9
En tus manos bajo la sombra del Altisimo
A tus pies, Señor. Abandono toda mi vida, a tu Santa Providencia. Te ofrezco mi vida.
Amor escondido, en el silencio del alma que solo Dios sabe entenderlo y abrazarlo.
Oh Señor, hazme volar por encima de mis laberintos con la mirada puesta en el Sol de Justicia.
Solo deseo salir de ese laberinto…
Se Tu Señor mi tallador
Bendito seas por siempre Señor
Mi alma confía en ti mi señor .
Ver a Dios en todo..ahi está la clave..Que la Virgen nos alcanse la gracia de confiar en la Divina Providencia en los momentos más difíciles.