Novena de Navidad – Día 4 – 19 de Diciembre

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CONTINUO MARTIRIO DE JESÚS

Mi dolor está siempre presente ante mí. (Sal 37,18)

Consideremos cómo en aquel primer instante en que el alma de Jesús fué creada y unida a su cuerpo, el Padre Eterno intimó a su Hijo la orden de morir en la cruz por la Redención del mundo.

En aquel momento puso a la vista del Redentor la funesta escena de todas las penas que había de sufrir hasta la muerte por salvarnos: trabajos, desprecios, pobreza en Belén, en Egipto, en Nazaret, …dolores y desprecios en su Pasión: azotes, espinas, clavos, cruz, …tedios, agonía y abandono en que había de acabar la vida en el Calvario…

Cuando Abraham conducía a su hijo para el sacrificio, no quiso afligirlo dándole a conocer anticipadamente su intención. Esperó hasta alcanzar la cima del monte… Pero el Padre Eterno quiso que su Hijo Encarnado, víctima para aplacar su justicia por nuestros pecados, padeciese durante toda la vida las penas que sólo con la muerte iban a tener fin.

Ya desde el primer latido de su Corazón sintió Jesús aquella tristeza de Getsemaní, capaz de quitarle la vida.

“Mi alma está triste hasta la muerte” (Mat.24,38).

Desde entonces sufrió vivamente el peso de todos los vituperios y dolores que le esperaban. Los años y la vida de Jesús fueron, por tanto, años y vida de dolor y lágrimas.

“Se consumió mi vida en el dolor y mis años, en gemidos” (Sal. 30,11).

Para su amante corazón divino no hubo un momento libre de dolor. Velando o durmiendo, trabajando o descansando, orando o conversando, …siempre tenían ante sus ojos la amarga imagen de su vida entera. Esta representación daba a su alma mayor tormento que el padecido por todos los mártires. Sufrían sí, los mártires; pero con alegría y fervor, ayudados por la gracia.
Sufre Jesucristo; pero siempre el tedio y la tristeza rebosan en su corazón… Y todo lo aceptó por amor.

 

 

ORACIÓN

Amable Corazón de Jesús que, desde Niño rebosando amargura, agonizabas sin el menor consuelo, sin que hubiese al menos quien te mirase, consolase o compartiera tu dolor… Y todo lo sufriste por pagar las penas merecidas por nuestros pecados.
Padeciste, privado del menor alivio, para salvar al hombre que tuvo la osadía de abandonarte y volverte las espaldas, marchando tras los placeres.
Te damos gracias, Corazón del Señor afligido y enamorado. Para Ti nuestro agradecimiento y compasión.
Te compadecemos al ver cuánto padeciste por amor al hombre, sin que éste se moviera a compasión.
Amor Divino. Ingratitud humana..
Miren, miren a este cordero inocente que agoniza por nosotros para pagar a la justicia divina por nuestras injurias y pecados. Véanlo cómo intercede por nosotros ante al Padre Eterno. Véanlo, mírenlo…
Redentor mío: qué pocos son los que piensan en tus sufrimientos y en tu amor. Qué pocos son los que te aman.
Infeliz de mí que viví tantos años sin acordarme de Ti. Sufres tanto por ser amado. Y nosotros, sin embargo, sin entregarte el corazón…

Perdónanos, Señor, perdónanos. Queremos ya enmendarnos y amarte. Pobre de mí, Señor, si me resistiera a tu gracia y, por ello, me condenara.
La misericordia que me has tenido y, sobre todo, tu invitación apremiante a amarte, habrían de ser en el infierno, nuestras mayores penas.

Amado Jesús, ten piedad de nosotros. No permitas que vivamos por más tiempo ingratos a tu amor. Ilumínanos y fortalécenos para que arrostremos con todo cuanto se oponga a tu voluntad.
Escúchanos por los méritos de tu Pasión. En ella ponemos nuestra esperanza, y en tu intercesión, oh María.
Madre nuestra, socórrenos. Nos has obtenido cuantas gracias hemos recibido de Dios. Te lo agradecemos.
Pero, si dejas de ayudarnos, seguiremos siendo infieles como hasta ahora.

 

San Alfonso María de Ligorio, Meditaciones de Navidad

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