Al concluir este mes dedicado al P. Julio Meinvielle, reproducimos este valioso texto en el que contrapone a la opción progresista del comunismo-socialismo la visión de la civilización cristiana, presentada de modo constante por el magisterio de la Iglesia:
Al aceptar el carácter progresivo de la civilización moderna, que marcharía del liberalismo hacia el comunismo, el Progresismo cristiano, por huir del capitalismo y del liberalismo, abrazaría formas socialistas y comunistas de civilización. Pero hay en ello un error gravísimo. Estas formas socialistas y comunistas de civilización no significan un progreso con respecto al capitalismo y al liberalismo. Si el capitalismo y el liberalismo son malos, mucho peor son las formas socialistas y comunistas de civilización.
Por ello hoy se hace necesario remontar la corriente capitalista liberal y remontar la pendiente socialista y comunista en que desemboca el liberalismo.
¿Entonces qué, dirá alguno, hay que volver al ancien régime o a la ciudad medieval? Por supuesto que no. Esto no es ni deseable ni posible. Lo que se ha de hacer es teóricamente muy fácil. Reconociendo que, lejos de haber un progreso humano y moral en el hombre de la civilización que se desenvuelve desde el Renacimiento a aquí, y no lo hay porque se han abandonado los principios del orden humano natural y del orden sobrenatural, hay que volver a aquellos principios. Aquellos principios se concretan precisamente en el orden social público cristiano —la civilización cristiana, la ciudad católica— que desde hace casi un siglo propone la Cátedra Romana en su magisterio ordinario al hombre contemporáneo. Esta enseñanza del Magisterio de los Pontífices se puede resumir diciendo que, sin abandonar el hombre los progresos legítimos que ha hecho en los últimos cuatro siglos, debe volver a los principios de la sana filosofía y teología —orden natural y Revelado—, cuyo expositor insuperable es Santo Tomás de Aquino, a quien Paulo VI, el 12 de mayo de 1967, en su visita a la Pontificia Universidad Gregoriana, acaba de llamar el Primero entre los Doctores de la Iglesia.
Por ello, el único remedio a la degradación del hombre de hoy, que del capitalismo liberal camina hacia el comunismo, se encuentra en que, manteniendo el progreso tecnológico moderno, manteniendo el progreso de la legítima promoción de grupos sociales de niveles inferiores a otros superiores de cultura y bienestar que se han operado en estos últimos siglos, acepte, sobre todo en sociología, economía, política y en la vida pública, el Magisterio de la Iglesia. Este magisterio comprende no solamente el ordenamiento social-económico de la Rerum Novarum a la Mater et Magistra, sino también el ordenamiento político enunciado en la Libertas y Diuturnum Illud de León XIII hasta la Pacem in Terris de Juan XXIII, y comprende sobre todo el reconocimiento leal y público de la presencia de la Iglesia en el mundo como lo prescribe la Immortale Dei de León XIII y la Quas Primas sobre la Realeza de Cristo de Pío XI. El Magisterio íntegro de la Iglesia luminosamente expuesto en las innumerables encíclicas y alocuciones del Gran Pontífice que fue Pío XII.
Es precisamente este Magisterio ordinario en lo social de la Cátedra Romana el que no acepta, al menos en su integridad, el Progresismo cristiano. Aceptar el conjunto de enseñanzas sobre el orden público social cristiano del Magisterio Pontificio es maliciosamente calificado de “integrista” y de “reaccionario” por el Progresismo cristiano. Magisterio ordinario solemnemente ratificado en las constituciones, declaraciones y decretos del Concilio Vaticano II, y de modo particular, en la Gaudium et Spes.
Los pueblos viven en ruina porque no tienen techo y pan. Pero ello se debe hoy sobre todo a que no tienen el pan espiritual. Al haberles privado el laicismo de este pan espiritual, el hombre se ha hecho egoísta y se ha llenado de odio. Y entonces no busca sino amontonar riquezas con un desprecio total de la miseria de su hermano. De poco vale que el hombre disponga hoy de una ciencia y de una técnica admirables, capaces de dar bienestar a toda la población del globo. Al no poseer la vida moral que sólo es asegurada por la vida religiosa, usará mal y sólo para sí, con desprecio del bienestar de su hermano, ese inmenso progreso tecnológico. Por ello, la Mater et Magistra de Juan XXIII, que se ocupa del bienestar económico de los pueblos, en sus párrafos finales advierte que sin Dios no hay orden moral y sin orden moral no puede haber en los pueblos un régimen económico de justa distribución de la riqueza. “Se ha afirmado, dice allí Juan XXIII, que en la época de los triunfos de la ciencia y de la técnica, los hombres podrían construir su civilización sin tener necesidad de Dios. La verdad es, por el contrario, que los progresos mismos de la ciencia y de la técnica plantean problemas humanos de dimensiones mundiales que no pueden encontrar su solución sino a la luz de una fe sincera y viva en Dios, principio y fin del hombre y del mundo”.
Por ello, hay que trabajar para la promoción y el bienestar material de los trabajadores y humildes, pero —por esto mismo— porque hay que trabajar para este bienestar que se debe de justicia a los humildes, hay que infundir el espíritu del Evangelio en todos los grupos sociales, también en los más levantados, también en la sociedad y en el poder público, para que así reine de modo efectivo y en favor de los más desamparados la auténtica fraternidad cristiana.
[J. MEINVIELLE, El progresismo cristiano, Cruz y Fierro, Buenos Aires 1983, 35-38. Descargar el libro completo en PDF]
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