El valor de un bordado – Hna. Maria da Expectação

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He escuchado en diversas ocasiones este comentario: “El bordado hecho a mano no tiene el mismo valor que el bordado hecho a máquina”. Es verdad; ¿pero por qué? ¿Qué valor tiene el bordado hecho a mano? ¿Quizás la diferencia está simplemente en el mayor empeño que implica? ¿o en la mayor cantidad de tiempo que se le dedica? o ¿quizás estará en los detalles que son más delicados? Sin embargo, a veces el bordado a máquina, además de estar listo más rápidamente, ¿no sale también más perfecto? ¿más recto? ¿con puntos más precisos y firmes? ¿El dibujo todo rellenado sin espacios vacíos? En fin, ¿cuál es el verdadero valor de un bordado?

Así dice el libro del Cantar de los Cantares: “su interior está recamado de amor, por las hijas de Jerusalén”[1]. Creo que en estas palabras podemos encontrar la raíz más profunda de la respuesta que buscamos. Ya sabemos que el valor de un acto depende principalmente de la intención, como decía San Rafael Arnaíz: “Bástate purificar la intención en todo momento, y en todo momento amar a Dios; hacerlo todo por amor y con amor… El hecho en sí no es nada, y no vale nada. Lo que vale es la manera de hacerlo… (…) ¿Cuándo comprenderás que la virtud no está en comer cebolla, sino en comer cebolla por amor a Dios? ¿Cuándo comprenderás que la santidad no está en hacer actos externos, sino en la intención interna de un acto cualquiera?”[2] .

Creo que es, precisamente este, el punto clave de la cuestión, la diferencia esencial entre el bordado hecho a máquina y el bordado hecho a mano no es la perfección del bordado en sí, sino la perfección de la persona que realiza la obra. El ser humano, por el hecho estar constituido de un alma inmortal dotada de inteligencia y voluntad, hecha a la imagen y semejanza de Dios y con un destino eterno, es infinitamente superior a una máquina. Profundicemos un poco más en el tema. ¿Quién es la persona que borda? ¿Qué intención pone en cada punto que realiza? ¿Cuál es la finalidad de este acto?

El versículo citado anteriormente dice que el bordado está hecho de amor por las hijas de Jerusalén, pero ¿quiénes son ellas? Pienso que son todas las almas que están vivas en el seno de la Iglesia, son las almas que aún están en via vitae, es decir, son peregrinas en el camino de la vida hacia la Jerusalén Celestial. Son almas que pertenecen a la Iglesia militante y, por ello, no pueden bajar los brazos en la lucha de cada día, pues aún no han atracado el barco en el puerto definitivo y, por lo tanto, necesitan seguir luchando hasta alcanzar la perfección del amor. Quien no es perfecto necesita más coraje para caminar por el camino de la perfección que para sacrificar su vida en un instante mediante el martirio. Lo que pasa es que la perfección no se alcanza rápidamente, a menos que Dios conceda esta gracia por un privilegio especial.

¿Y qué buscan estas hijas de Jerusalén mientras bordan? Si son verdaderas hijas de Jerusalén, lo único que deben buscar en esta vida es la unión con el Divino Esposo, unión que se logra esencialmente mediante la caridad, ya que “Dios es amor, y el que permanece en el amor, en Dios permanece y Dios permanece en él”[3]. Es precisamente el amor el que da forma a todos los puntos del bordado.

El bordado depende esencialmente de las manos que lo bordan, así como el efecto depende de su causa. Pero este ser racional, infinitamente superior a su obra, de alguna manera, también necesita de la obra para crecer en el amor a su Creador y Señor, pues la fe sin obras es muerta[4]. Necesita de ella para realizar tantos actos de fe como puntos tiene un bordado y para aprender a esperar el Cielo con paciencia y fidelidad. El bordado es testigo de esta lucha, porque, en el silencio y la soledad de una celda, entre un punto y otro, muchos son los espíritus que intervienen en el alma; hora son los propios pensamientos los que buscan distraerla con cosas de poca importancia, hora los espíritus malignos que intentan llevarla al pecado y, cuando no, al menos intentan turbarla con falsas razones para hacerle perder la paz. En otras ocasiones, cuando el alma calla, es Dios mismo quien actúa sin ruido de palabras, tratando de instruirla en la ciencia del Amor, de tal manera que el bordado muchas veces es el desierto al que el Divino Esposo la lleva a hablarle al corazón[5], por lo que aquí, en la soledad de los enamorados, no es posible entrar, pues hay secretos que si pierden su misterio pierden también su belleza.

Además de todo esto, el bordado, hecho a mano, requiere necesariamente tiempo, no es posible terminarlo en un instante fugaz, no es como tantas cosas de este siglo ansioso e impaciente, que ya no sabe más esperar. El bordado educa en la constancia, en la paciencia, en la perseverancia y en la longanimidad porque obliga a seguir con el trabajo incluso cuando se pierde el entusiasmo del inicio, cuando empiezan a surgir pensamientos de que no vale la pena dedicar tanto tiempo a algo que podría realizarse en unas pocas horas en una máquina, cuando parece que, a pesar de que los puntos se multiplican el bordado sigue estancado, dando la impresión de que el trabajo no es productivo y que toda una vida no será suficiente para completarlo. Es difícil realizar el trabajo cuando llegan momentos de tedio, cuando el bordado se vuelve extremadamente ascético, cuando todas las demás cosas parecen mil veces más atractivas que él, pero éste es el momento más propicio para recordarle al alma que el fin principal no es el trabajo en sí, sino el fin por el cual se lo realiza, lo que importa es la intención y no el acto; y en este caso el fin buscado es la unión con Dios, es la salvación de las almas, es prepararse para el encuentro definitivo con el Divino Esposo y, por tanto, a pesar de todos los contratiempos es necesario seguir adelante porque el fin de este bordado tiene un destino eterno. Como decía Marcelo Morcella: “La santidad es trabajo de toda una vida” [6].

Sin embargo, si el alma es decidida y persistente, tarde o temprano terminará el bordado, y paradójicamente, este mismo bordado, tarde o temprano, también terminará, como se acaban todas las cosas en esta tierra perecedera. Pero, existe otro bordado que no se corrompe, que permanece eternamente, me refiero al realizado por el Divino Esposo en el interior del alma, este es de una belleza y perfección infinitamente superior “que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó”[7], como sabiamente decía Saint-Exupéry “Lo esencial es invisible a los ojos” [8]. Mientras las hijas de Jerusalén bordan los vestidos de esta tierra, el Divino Esposo les prepara los vestidos de las nupcias eternas, para que aparezcan todas espléndidas ante Él con vestidos en oro recamados[9] que ni la polilla ni la herrumbre podrán corroer[10], donde la inevitable corruptibilidad del tiempo ya no podrá alcanzarles porque son bordados por el Amor y “la caridad no se acabará nunca” [11].

Creo que este es el verdadero valor del bordado hecho a mano: La santificación de un alma. Ésta es la razón fundamental que hace que él sea tan valioso, ya que “el hombre es más precioso a los ojos de Dios que toda la creación” [12] y la santificación de un alma es de un valor inestimable. Como afirmaba poéticamente Pemán: “La vida interior importa más que los actos externos; no hay obra que valga nada si no es del amor reflejo” [13].

 

Hna. Maria da Expectação

 

[1] Ct 3,10

[2] San Rafael Arnaíz, Dios y mi alma, 13/04/1938

[3] 1 Jn 4,16

[4] Cf. Stg 2,16

[5] Cf. Os 2,16

[6] M. A. Funtes, Soy capitán triunfante de mi estrella, p 59

[7] 1Cor 2,9

[8] A. S. Exupéry, El principito

[9] Cf. Sl 44,14

[10] Cf. Mt 6,20

[11] 1 Cor 13,8

[12] San Juan Crisostomo, Sermones in Genesim, 2,1: PG 54, 587d-588a

[13] Cf. J. M. Pemán, El divino impaciente

 

 

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Comentarios 3

  1. Miriam Porras dice:

    Quienes bordan o tejen (como yo) nos llaman Camareras. Y es muy hermoso. Son regalítos de amor para el Amado y excusas para estar cerca de Él.

  2. Verónica dice:

    Hermosa reflexión Hermana. Muy buena ¡Gracias!

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