El Secreto de María – San Luis María Grignion de Montfort

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La gracia de Dios es absolutamente necesaria.

lo que de ti quiere Dios, alma que eres su imagen viva, comprada con la sangre de Jesucristo, es que llegues a ser santa, como Él, en esta vida, y glorificada, como Él, en la otra.
Tu vocación cierta es adquirir la santidad divina; y todos tus pensamientos, palabras y obras, tus sufrimientos, los movimientos todos de tu vida a eso se deben dirigir; no resistas a Dios, dejando de hacer aquello para que te ha criado y hasta ahora te conserva.

¡Qué obra tan admirable! El polvo trocado en luz, la horrura en pureza, el pecado en santidad, la criatura en su Creador, y el hombre en Dios. Obra admirable, repito, pero difícil en sí misma, y a la naturaleza por sí sola imposible. Nadie si no Dios con su gracia y gracia abundante y extraordinaria puede llevarla a cabo; la creación de todo el universo no es obra tan grande como ésta.

Y tú, alma, ¿cómo lo conseguirás? ¿Qué medios vas a escoger para levantarte a la perfección a que Dios te llama? Los medios de salvación y santificación son de todos conocidos; señalados están en el Evangelio, explicados por los maestros de la vida espiritual, practicados por los santos.

Todo el que quiera salvarse y llegar a ser perfecto necesita:

  • humildad de corazón,
  • oración continua,
  • mortificación universal,
  • abandono en la Divina Providencia
  • y conformidad con la voluntad de Dios.

Para poner en práctica todos estos medios de salvación y santificación, nadie duda que la gracia de Dios es absolutamente necesaria y que, más o menos, a todos se da. Más o menos digo, porque Dios, a pesar de ser infinitamente bueno, no da a todos el mismo grado de gracia, aunque da a cada uno la suficiente. El alma fiel con mucha gracia hace grandes cosas, y con poca gracia, pequeñas. Lo que valora y hace subir de quilates nuestras acciones es la gracia dada por Dios y seguida por el alma. Estos principios son incontestables.

Para hallar la gracia de Dios hay que hallar a María.

Todo se reduce, pues, a hallar un medio fácil con que consigamos de Dios la gracia necesaria para ser santos, y éste es el que te voy a enseñar. Digo, pues, que para hallar esta gracia de Dios hay que hallar a María.

Porque:

Sólo Maria es la que ha hallado gracia delante de Dios, ya para sí, ya para todos y cada uno de los hombres en particular; que ni los patriarcas, ni los profetas, ni todos los santos de la ley antigua pudieron hallarla.

Ella es la que al Autor de toda gracia dio el ser y la vida, y por eso se la llama Mater gratiae, Madre de la gracia.

Dios Padre, de quien todo don perfecto y toda gracia desciende como fuente esencial, dándole al Hijo, le dio todas las gracias; de suerte, que, como dice San Bernardo, se le ha dado en él y con él la voluntad de Dios.

Dios la ha escogido por tesorera, administradora y dispensadora de todas las gracias, de suerte que todas las gracias y dones pasan por sus manos y conforme al poder que ha recibido (según San Bernardino) reparte Ella a quien quiere, como quiere, cuando quiere y cuanto quiere, las gracias del Eterno Padre, las virtudes de Jesucristo y los dones del Espíritu Santo.

Así como en el orden de la naturaleza es necesario que tenga el niño padre y madre, así en el orden de la gracia es necesario que el verdadero hijo de la Iglesia tenga por Padre a Dios y a María por Madre; y el que se jacte de tener a Dios por padre, sin la ternura de verdadero hijo para con María, engañador es, que no tiene más padre que el demonio.

Puesto que María ha formado la Cabeza de los predestinados, Jesucristo, tócale a ella el formar los miembros de esa Cabeza, los verdaderos cristianos: que no forman las madres cabezas sin miembros, ni miembros sin cabeza. Quien quiera, pues, ser miembro de Jesucristo, lleno de gracia y de verdad, debe formarse en María, mediante la gracia de Jesucristo, que en ella plenamente reside, para de lleno comunicarse a los verdaderos miembros de Jesucristo, que son verdaderos hijos de María.

El Espíritu Santo, que se desposó con María, y en Ella, por Ella y de Ella, produjo su obra maestra, el Verbo encarnado Jesucristo, como jamás la ha repudiado, continúa produciendo todos los días en Ella y por Ella a los predestinados, por verdadero aunque misterioso modo.

María ha recibido de Dios particular dominio sobre las almas, para alimentarlas y hacerlas crecer en Él. Aun llega a decir San Agustín que en este mundo los predestinados todos están encerrados en el seno de María, y que no salen a la luz hasta que esta buena Madre les conduce a la vida eterna. Por consiguiente, así como el niño saca todo su alimento de la madre, que se lo da proporcionado a su debilidad, así los predestinados sacan todo su alimento espiritual y toda su fuerza de María.

María es a quien ha dicho el Padre: “in Jacob inhabita”, hija mía, mora en Jacob, es decir, en mis predestinados, figurados por Jacob; María es a quien ha dicho el Hijo: “in Israel haereditare”, hereda en Israel, madre querida, es decir, en los predestinados; María es, al fin, a quien ha dicho el Espíritu Santo: “in electis meis mitte radices”, arraiga fiel esposa, en mis elegidos. Quienquiera, pues, que sea elegido o predestinado, tiene a María por moradora de su casa, es decir, de su alma y la deja echar raíces de humildad profunda, de caridad ardiente y de todas las virtudes.

Molde viviente de Dios, forma Dei, llama San Agustín a María y, en efecto, lo es. Quiero decir que en ella sola se formó Dios hombre, al natural, sin que rasgo alguno de divinidad le faltara; y en ella sola también puede formarse el hombre en Dios, al natural, en cuanto es capaz de ello la naturaleza humana, con la gracia de Jesucristo.

De dos maneras puede un escultor sacar al natural una estatua o retrato: primera, con fuerza y saber y buenos instrumentos puede labrar la figura en materia dura e informe; y segunda, puede vaciarla en un molde. Largo, difícil, expuesto a muchos tropiezos es el primer modo; un golpe mal dado, de cincel o de martillo, basta, a veces, para echarlo a perder todo. Pronto, fácil y suave es el segundo, casi sin trabajo y sin gastos, con tal que el molde sea perfecto y que represente al natural la figura; con tal que la materia de que nos servimos sea manejable y de ningún modo resista a la mano.

El gran molde de Dios, hecho por el Espíritu Santo, para formar al natural un Hombre-Dios, por la unión hipostática, y para formar un hombre-Dios por la gracia, es María. Ni un solo rasgo de divinidad falta en este molde; cualquiera que se meta en él y se deje manejar, recibe allí todos los rasgos de Jesucristo, verdadero Dios; y esto de manera suave y proporcionada a la debilidad humana, sin grandes trabajos ni agonías; de manera segura y sin miedo de ilusiones, puesto que el demonio no tuvo ni tendrá jamás entrada en María, santa e inmaculada, sin la menor mancilla de culpa.

¡Oh alma querida, cuánto va del alma formada en Jesucristo, por los medios ordinarios de la que, como los escultores, se fía de su pericia, y se apoya en su industria, al alma bien tratable, bien desligada, bien fundida, que sin estribar en sí, se mete dentro de María y se deja manejar allí por la acción del Espíritu Santo! ¡Cuántas tachas, cuántos defectos, cuántas tinieblas, cuántas ilusiones, cuánto de natural y humano hay en la primera! Y la segunda, ¡cuán pura es y divina y semejante a Jesucristo!

No hay ni habrá jamás criatura, sin exceptuar bienaventurados, ni querubines, ni serafines de los más altos en el mismo cielo, en que Dios sea más grande que en la divina María.
María es el paraíso de Dios y su mundo inefable, donde el Hijo de Dios entró para hacer maravillas, para guardarle y tener en él sus complacencias. Un mundo hecho para el hombre peregrino, que es la tierra que habitamos; otro mundo para el hombre bienaventurado, que es el paraíso; mas para sí mismo, ha hecho otro mundo y lo ha llamado María; mundo desconocido a casi todos los mortales de la tierra, e incomprensible a los ángeles y bienaventurados del cielo, que, admirados de ver a Dios tan elevado y lejano, tan escondido en su mundo que es la divina María, claman sin cesar: “Santo, Santo, Santo”.

Feliz y mil veces feliz es en la tierra el alma a quien el Espíritu Santo revela el secreto de María para que lo conozca, a quien abre este huerto cerrado, para que en él entre, y esta fuente sellada para que de ella saque el agua viva de la gracia y beba en larga vena de su corriente. Esta alma hallará a Dios sólo, sin las criaturas, en esta amabilísima criatura, a Dios, a la vez, infinitamente santo y sublime, e infinitamente condescendiente y al alcance de nuestra debilidad. Puesto que en todas partes está Dios, en todas, hasta en los infiernos, se le puede hallar: pero no hay sitio en que la criatura encontrarle pueda tan cerca y tan al alcance de su debilidad como en María, pues para eso bajó a ella. En todas partes es el Pan de los fuertes y de los ángeles, pero en María es el Pan de los niños.

Nadie, pues, se imagine, como algunos falsos iluminados, que María, por ser criatura, es impedimento para la unión con el Creador. No es ya María quien vive, es Jesucristo sólo, es Dios sólo quien vive en ella. La transformación de María en Dios excede a la de San Pablo y otros santos más que el cielo se levanta sobre la tierra.

Sólo para Dios nació María, y tan lejos está de ¡retener! consigo a las almas que, por el contrario, hace que remonten hasta Dios su vuelo, y tanto más perfectamente las une con él, cuanto con ella están más unidas. María es eco admirable de Dios, que cuando se grita: María, no responde más que: Dios; y cuando con Santa Isabel se la saluda bienaventurada, no hace más que engrandecer a Dios. Si los falsos iluminados, de quienes tan miserablemente ha abusado el demonio, hasta en la oración, hubieran sabido hallar a María y por María a Jesús y por Jesús a Dios, no hubieran dado tan terribles caídas. Una vez que se ha encontrado a María, y por María a Jesús y por Jesús a Dios Padre, se ha encontrado todo bien, como dicen las almas santas. Inventa, etc. Quien dice todo, nada exceptúa: toda gracia y amistad cerca de Dios, toda seguridad contra los enemigos de Dios, toda verdad contra la mentira, toda facilidad para vencer las dificultades en el camino de la salvación, toda dulzura y gozo en las amarguras de la vida.

Y no es que esté exento de sufrimientos y cruces el que ha encontrado a María mediante la verdadera devoción: lejos de eso, más que a ningún otro le asaltan, porque María, que es la madre de los vivientes, da a sus hijos los trozos del Árbol de la Vida, que es la cruz de Jesucristo; mas al repartirles buenas cruces, les da gracias para llevarlas con paciencia y aun con alegría (de suerte que las cruces que da Ella a los suyos son cruces de dulce, almibaradas más bien que amargas); o si por algún tiempo gustas la amargura del cáliz, que necesariamente han de beber los amigos de Dios, la consolación y gozo que esta buena Madre hace suceder a la tristeza, les alienta infinito para llevar otras cruces, aun más amargas y pesadas.

Una verdadera devoción a María es indispensable.

La dificultad está, pues, en saber hallar de veras a la divina María, para dar con la abundancia de todas las gracias. Dueño absoluto, Dios puede por sí mismo comunicar lo que ordinariamente no comunica sino por medio de María; y negar que alguna vez así lo haga, sería temerario; pero según el orden establecido por la Divina Sabiduría, como dice Santo Tomás, no se comunica Dios ordinariamente a los hombres, en el orden de la gracia, sino por María. Para subir y unirse a Él, preciso es valerse del mismo medio de que Él se valió para descender a nosotros, para hacerse hombre y para comunicarnos sus gracias; y ese medio es una verdadera devoción a la Santísima Virgen. El Secreto de María

 

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Comentarios 2

  1. Jesús Milena Rabanal Holguín dice:

    Podrían enviar el libro en pdf del Secreto de María?

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