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Si bien me parecía que ya habíamos festejado a la Virgen de Luján suficientemente, me había olvidado de que a fin de mes de mayo tendríamos la peregrinación con la Virgen de Luján, hasta la capilla que lleva su nombre, a 20 km de nuestra parroquia de Kangeme, en Mazirayo. Años anteriores hemos unido la fiesta patronal de esa aldea, con la peregrinación, pero este año los mismos feligreses pidieron hacerla por separado. El motivo para pedir esto era muy práctico, y es que para poder hacer una fiesta, es decir, festejo con comida, no se puede hacer el día de la peregrinación, porque viene mucha gente. Así pues, el día 10 de mayo tuvimos el festejo con la gente de esa capilla, como les conté en la crónica sobre el triple festejo a la Virgen de Luján. Y la peregrinación la trasladamos al último sábado de el mes de mayo, que además era la fiesta de la Visitación de la Virgen. Lo bueno de atrasar la peregrinación es que nos aseguramos estar en pleno tiempo de sequía, y que de esa manera sabemos que la lluvia no será un problema.
El día viernes 30 de mayo, en la víspera de la peregrinación, vinieron a alojarse a la parroquia de Kangeme un grupo de jóvenes proveniente de la parroquia de Ushetu, y de algunas aldeas lejanas de esa parroquia. Por la tarde tuvimos adoración, rosario y misa, y luego de la frugal cena de arroz y frijoles (porotos), hicieron juegos a modo de eutrapelia, pero para ir a dormirse temprano, pues al día siguiente la caminata comenzaba bien temprano. Tratamos de que se comience a caminar de noche, porque el aire está bien fresco, y para evitar hacer las últimas horas bajo el sol del mediodía. En tiempo de sequía las noches son frescas, y los días calurosos. A las 5:00 am todo el mundo arriba, luego un desayuno rápido, y a las 6:00 entramos a la iglesia para hacer la oración inicial, y comenzar a caminar portando en los hombros el anda con la imagen, durante los 20 km. Este año tuvimos la gracia de estar los tres sacerdotes, ya que el año pasado, debido al accidente de los hermanos Petro y Boniface, no pudimos estar todos. Fue muy bueno tener al Hermano Petro presente en esta peregrinación, ya que estuvo en el coche del audio, dirigiendo toda la procesión, los rosarios, cantos, y animando con sus ocurrencias. Una gracia de la Virgen de Luján, a quien el año pasado le ofrecimos la peregrinación para pedir por la salud de los dos hermanos.
A medida que íbamos avanzando, se sumaba más y más gente. Unos 500 metros antes de llegar a la iglesia, podíamos contar una verdadera multitud. Como siempre, la llegada fue muy festiva, agitando ramos de árboles con las manos, la gente arrojándole flores a la Virgen, cantando y bailando. La iglesia estaba llena, y es un edificio bastante grande. Luego de la misa se brindó almuerzo para todo el mundo: arroz y frijoles, como es costumbre.
Si bien podría terminar aquí el relato de lo vivido el fin de semana en la misión, permítanme al menos hacer mención a la celebración del domingo, de la Ascensión del Señor. Esta fiesta nos da la oportunidad de hablarles a nuestros fieles sobre el Cielo. Una de las verdades más hermosas y consoladoras de nuestra fe. No voy a repetir aquí el sermón que pude predicar, pues no es el objetivo de la crónica, pero me gustaría compartirles un simple pensamiento que brota de este misterio celebrado en la misión. En el tiempo de preparación para esa fiesta, se me venía a la cabeza que el pensamiento del Cielo es uno de los grandes pensamientos del misionero. Claro que en cada misterio de la fe, y de la vida del Verbo Encarnado, encontramos fruto para iluminar nuestro trabajo apostólico, sin embargo el misterio de la Vida Eterna alimenta de manera especial nuestra vocación apostólica.
El Padre Carrascal, de quien cité un texto en la crónica anterior, nos dice que el misionero “oxigena su alma” con el pensamiento de la recompensa que Dios promete a sus apóstoles. Recordar la promesa del premio a los que han dejado todo por seguir a Cristo, es “para que el misionero oxigene su alma de vez en cuando con estas promesas del Redentor y cobre ánimos y fomente en sí un gozo íntimo «que nadie le podrá quitar».”
Ése “gozo íntimo”, proviene de la promesa de Cristo, que le dijo a Pedro, “vosotros… recibiréis cien veces más… y la Vida Eterna”. Al Joven Rico del evangelio, el Señor le dijo: “Ve, vende cuanto tienes, dáselo a los pobres, sígueme… y tendrás un tesoro en el cielo”. La promesa del premio eterno nos alienta, porque el que lo promete, cumple siempre. Porque ya entró en el cielo quien es nuestra Cabeza, y esperamos entrar también allí los miembros de su cuerpo místico. Porque Él mismo nos dijo: “voy a prepararos un lugar”.
Mons. Lavigerie, fundador de los Padres Blancos, misioneros de África, les dijo a los primeros que partían para estas tierras del África oriental: “Solamente el pensamiento de las eternas recompensas que promete a los que perseveren, puede sostener nuestra debilidad”. Aquellos primeros misioneros que se adentraban a pie por esta región, cuando debieron separarse definitivamente, se saludaban de esta manera: “¡Nos volveremos a encontrar en el Cielo!”
El gran apóstol de Uganda, el P. Simeon Lourdel, le escribía a la Madre Superiora de un Carmelo de Francia: “Escribidme de vez en cuando. Me hablaréis del Cielo; tengo necesidad de ello para animarme. Soy sacerdote, soy misionero, ¡pero, ay! ¿Cómo encontrar en mí las virtudes del sacerdote y el celo ardiente del apóstol?”
Así se despedía este Siervo de Dios de sus amigos del seminario: “Adiós, pues, hasta que nos veamos, mi querido amigo, al menos en el cielo. Al dejarnos, nuestros compañeros del seminario nos han dirigido en la estrofa del “Canto de la partida de los misioneros” estas emocionantes palabras:
“Partid al fin, adiós por esta vida,
lejos llevad el Nombre del Señor,
que nos reencontraremos en la Patria un día.
¡Adiós, hermanos, adiós!”
Numerosos mártires se animaban, ante los terribles tormentos del martirio, con la esperanza de que el Cielo estaba próximo. Traigo a colación la historia de los mártires de Uganda, a quienes celebramos ayer y de quienes fue maestro el P. Lourdel. Por ejemplo, Matías Mulumba, al despedirse de uno de sus compañeros de martirio, Lucas Banabakintu, intercambiaron estas palabras: “¡Lucas, hasta la vista! ¡Nos volveremos a ver en el cielo!”, a lo que Lucas respondió: “¡Sí, hasta pronto, en la casa del buen Dios!”. Y líder del grupo de mártires, Carlos Lwanga, se tuvo que despedir del resto de sus compañeros en el martirio, pues el verdugo se reservaba su muerte, para poder hacerlo sufrir más. Los otros mártires morirían juntos en la hoguera, y Carlos Lwanga, torturado con fuego lentamente. Se despide de ellos con estas palabras: “¡Amigos míos, yo me quedo aquí! ¡Hasta la vista! ¡Dentro de una hora nos encontraremos en el Cielo!”.
Pues bien, el domingo pasado, pensando en todo esto, se me ocurría decirles a los feligreses, que esta fiesta es muy especial para todo cristiano, pero tiene un significado especial para el misionero, que debe vivir su misión como nos exhortaba el Apóstol, con los “ojos fijos en el Cielo”. Y debemos perseverar en las pruebas de esta vida, ya que “por una momentánea tribulación, nos espera un peso eterno de gloria incalculable”.
¡Firmes en la brecha!
P. Diego Cano, IVE
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¡Los campamentos comienzan la próxima semana!!!
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¡Muchas gracias!
P. Diego Cano IVE

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