El cardenal Stefan Wyszyński no tuvo mayor ponderación, que la que le hizo su íntimo amigo y compañero, san Juan Pablo Magno, quien lo llamó «piedra clave» de la unidad de la Iglesia y del pueblo polaco durante las innumerables vicisitudes del siglo XX, ya que, de no ser por su vida heroica, Polonia no sería lo que es hoy, pues él, fue el «hombre de la Providencia» y el corazón de la Iglesia y patria polacas, quien con su vigorosa personalidad se convirtió en el centro natural de su gente y cultura durante los terribles acontecimientos del siglo pasado.
Siendo un hombre de grandes ideales y empresas, supo cumplir al pie de la letra aquella hermosa sentencia de Nuestro Señor: «sed sagaces como serpientes y sencillos como palomas» (Mt 10,16). Como paloma supo ser un hombre sin doblez ni mentiras. Un hombre recto, jamás tributario. Como serpiente supo siempre salir airoso de la batalla con astucia e inteligencia, revelándose como gran estadista. Cosa que se evidencia en el modus vivendi que intentó establecer con el gobierno comunista, a través del cual buscaba la supervivencia y el desarrollo de la Iglesia sin componendas. Fue el hombre del «Non Possumus»: «No tenemos derecho a poner en los altares del César lo que es de Dios», que no traicionó su conciencia, como él se lo dijo a sus carceleros: «Y es preciso que el Gobierno […] sepa bien esto: no haré nada que pueda contrariar mi conciencia».
Se lo llamó «interrex», porque, como reza su epitafio, fue «el rey no coronado» de su nación, ya que defendió la dignidad del hombre, con tal autoridad moral, que se convirtió en líder de la sociedad oprimida por el comunismo.
Fue un hombre que supo combinar magníficamente una vida de íntima oración con una intensa obra y proyección pastoral y nacional, viendo «la dimensión espiritual del choque que enfrentó el cristianismo contra el bolchevismo, en el que Polonia estaba en primera línea». De tal modo que san Juan Pablo Magno, no dudó en llamarlo «incansable heraldo de la dignidad de cada hombre y del buen nombre de Polonia entre las naciones de Europa y del mundo».
Más aún, fue el hombre que preparó para la Iglesia y el mundo, la colosal y magnífica persona de Juan Pablo Magno.
Fue el hombre del soli Deo. Así rezaba su divisa episcopal. «Quiero dedicar todo el vigor de mi cuerpo y de mi alma únicamente a la gloria de Dios —soli Deo— para la salvación de los que se me han confiado, con la ayuda de la gracia».
Toda su gigante obra no fue sino impulsada por su vocación de pastor y por el cuidado constante y paternal que ejerció sobre toda la Polonia en general y sobre sus diócesis en particular. Se desvivió por el pueblo polaco e hizo que este se volviese el antemurale Christianitatis durante los tiempos del comunismo. Y luego del Concilio Vaticano II, hizo que su nación no sucumbiese a las falsas interpretaciones y aplicaciones de este concilio, preservándolo del tsunami progresista.
Fue un pastor cabal. De aquí que creemos que es necesario entender y presentar su semblanza a la luz del pasaje del Buen Pastor, del evangelio de san Juan, porque, a nuestro entender, no se puede comprender la figura del Primado del Milenio a no ser que se lo conciba primera y esencialmente como pastor. San Juan Pablo II lo llamó «pastor bueno».
Wyszyński lo fue todo… era multifacético. Pero principalmente, y como raíz y centro de su misma persona y santificación, está su vocación y responsabilidad de pastor: «no hay cosa más dura para un obispo que el verse apartado de su ministerio pastoral» decía él, porque para él esto significaba apartarse de sí mismo; desgarrarse.
Y como buen pastor, fue un enamorado de la Virgen, a quien tenía por Dueña y Señora.
Esperamos que estas páginas arrojen luz en estos tiempos de confusión y estimulen a muchos a seguir el valeroso ejemplo de este Gigante de la Fe y Baluarte de la Iglesia.