El Espíritu Santo en el Catecismo de la Iglesia Católica

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Introducción

 El Catecismo de la Iglesia Católica tiene por fin presentar una exposición orgánica y sintética de los contenidos esenciales y fundamentales de la doctrina católica tanto sobre la fe como sobre la moral, a la luz del Concilio Vaticano II y del Conjunto de la Tradición de la Iglesia. Sus fuentes principales son las Sagradas Escrituras, los Santos Padres, la Liturgia y el Magisterio de la Iglesia. Está destinado a servir como un punto de referencia para los catecismos o compendios que sean compuestos en los diversos países.

El plan de este catecismo se inspira en la gran tradición de los catecismos, los cuales articulan la catequesis en torno a cuatro “pilares”:

la profesión de la Fe Bautismal (el Símbolo),

los Sacramentos de la fe,

la vida de la fe ( los Mandamientos),

la oración del creyente (el Padre Nuestro).

Es en esta primera parte titulada La Profesión de la fe en donde se trata el tema del Espíritu Santo ya que “los que por la fe y el bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su fe Bautismal delante de los hombres. Para esto el Catecismo expone en primer lugar en que consiste la Revelación por la que Dios se dirige y se da al hombre, y la fe,por la cual el hombre responde a Dios. El Símbolo de la fe resume los dones que Dios hace al hombre como Autor de todo bien, como Redentor, como Santificador y los articula en torno a los “ tres capítulos” de nuestro Bautismo-la fe en un solo Dios: el Padre Todopoderoso, el Creador ; y Jesucristo , su Hijo, nuestro Señor y Salvador; y el Espíritu Santo, en la Santa Iglesia.”

Artículo 8: “Creo en el Espíritu Santo

El Espíritu Santo con su gracia es el “primero” que nos despierta en la fe y nos inicia en la vida nueva que es: “que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo”. No obstante es el último en la revelación de las personas de la Santísima Trinidad. San Gregorio Nacianceno, explica esta progresión por medio de la pedagogía de la “condescendencia” divina:

“El Antiguo Testamento proclamaba claramente al Padre, y oscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento revela al Hijo y hace entrever la Divinidad del Espíritu. En efecto no era prudente, cuando todavía no se confesaba la Divinidad del Padre, proclamar abiertamente la del Hijo, y cuando la Divinidad del Hijo no era aún admitida, añadir la del Espíritu Santo como un fardo suplementario si empleamos una expresión un poco atrevida… Así por avances y progresos de “gloria en gloria”, es como la luz de la Trinidad estalla en resplandores cada vez más espléndidos.”

 Creer en el Espíritu Santo es, por tanto, profesar que es una de las personas de la Santísima Trinidad, consubstancial al Padre y al Hijo, “que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria”. El Espíritu Santo coopera con el Padre y el Hijo desde el comienzo del Designio de nuestra salvación y hasta su consumación. Pero es en los “últimos tiempos” inaugurados con la Encarnación, cuando el Espíritu se revela y nos es dado, cuando es reconocido y acogido como persona.

El Espíritu que nos “desvela” a Cristo “no habla de sí mismo”. Un ocultamiento tan discreto, propiamente divino, explica por qué “el mundo no puede recibirle, porque no le ve ni le conoce”, mientras que los que creen en Cristo le conocen porque El mora en ellos.

La Iglesia es el lugar de nuestro conocimiento del Espíritu Santo:

-en las Sagradas Escrituras que Él ha inspirado;

-en la Tradición, de la cual los Padres de la Iglesia son testigos siempre actuales;

-en el Magisterio de la Iglesia, al que El asiste;

-en la liturgia sacramental, en donde el Espíritu nos pone en comunión con Cristo;

-en la oración en la cual intercede por nosotros;

-en los carismas y ministerios;

-en los signos de vida apostólica y misionera

-en el testimonio de los santos, donde El manifiesta su Santidad y continúa la obra de la Salvación.

 

  1. LA MISION CONJUNTA DEL HIJO Y DEL ESPIRITU

 Aquel al que el Padre ha enviado a nuestros corazones, el Espíritu de su Hijo es realmente Dios. Consubstancial con el Padre y el Hijo, es inseparable de ellos. Pero al adorar a la Santísima Trinidad vivificante, consubstancial e indivisible, la fe de la Iglesia profesa también la distinción de las Personas. Cuando el Padre envía al Verbo, envía también su aliento: misión conjunta en la que el Hijo y el Espíritu son distintos pero inseparables. Sin duda, Cristo es quien se manifiesta, pero es el Espíritu Santo quien lo revela.

Jesus es Cristo, “ungido”, porque el Espíritu Santo es su Unción y todo lo que sucede a partir de la Encarnación mana de esta plenitud. Cuando Cristo es glorificado puede a su vez, junto al Padre, enviar el Espíritu a los que creen en El: Él les comunica su gloria, es decir, al Espíritu que lo glorifica, la misión del Espíritu será unirlos a Él y hacerles vivir en Él:

La noción de la Unción sugiere …. que no hay ninguna distancia entre el Hijo y el Espíritu. En efecto, de la misma manera que entre la superficie del cuerpo y la unción del aceite ni la razón ni los sentidos conocen algún intermediario, así es inmediato el contacto del Hijo con el Espíritu… de tal modo que quien va a tener contacto con el Hijo por la fe tiene que tener antes contacto necesariamente antes con el óleo. En efecto no hay parte alguna que esté desnuda del Espíritu Santo. Por eso es por lo que la confesión del Señorío de Cristo se hace en el Espíritu Santo por aquellos que la aceptan, viniendo el Espíritu desde todas partes delante de los que se acercan por la fe”. (San Gregorio Niceno, Spir.3, 1).

 

 2. EL NOMBRE, LOS APELATIVOS Y LOS SIMBOLOS DEL ESPIRITU SANTO.

El nombre propio del Espíritu Santo

 

El término “Espíritu” traduce el término hebreo “Ruah”, que es su primera acepción significa soplo, aire, viento. Jesús utiliza precisamente la imagen sensible del viento para sugerir a Nicodemo la novedad trascendente del que es personalmente el soplo de Dios, el Espíritu Divino. Por otra parte, Espíritu Santo son atributos comunes a las Tres Personas Divinas. (?)

Los apelativos del Espíritu Santo

Jesús, cuando anuncia y promete la Venida del Espíritu Santo, le llama el “Paráclito”, literalmente “aquel que es llamado junto a uno”, “advocatus”, “Paráclito” se traduce habitualmente como “Consolador”, siendo Jesús el primer Consolador. El mismo Señor llama al Espíritu el “Espíritu de Verdad”.

En San Pablo se encuentran los siguientes apelativos: el Espíritu de la promesa, el Espíritu de la adopción, el Espíritu de  Cristo, el Espíritu del Señor, el Espíritu de Dios, y en San Pedro, el Espíritu de gloria.

Los símbolos del Espíritu Santo

El agua: El simbolismo del agua es significativo de la acción del Espíritu Santo en el Bautismo, ya que, después de la invocación del Espíritu, esta se convierte en el signo sacramental eficaz del nuevo nacimiento. También es el Agua viva que brota de Cristo Crucificado como de su manantial y que en nosotros brota en vida”.

La unción: En la iniciación cristiana es el signo sacramental de la Confirmación, llamada en las Iglesias de Oriente “Crismación”. Para captar la fuerza que este significado tiene debemos recordar que Cristo es el “Ungido” de Dios de una manera Única: la humanidad que Cristo asume está totalmente “ungida por el Espíritu Santo”. Por lo tanto constituido plenamente “Cristo” en su Humanidad victoriosa de la muerte, Jesús distribuye profusamente el Espíritu Santo hasta que los Santos constituyan, en su unión con la Humanidad del Hijo de Dios, “ese hombre perfecto…que realiza la plenitud de Cristo”.

El fuego: Simboliza la energía transformadora de los actos del Espíritu Santo. Juan Bautista “que precede al Señor con el Espíritu y el poder de Elías”, anuncia a Cristo como el que “bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego”, Espíritu del cual Jesús dirá: “He venido a traer fuego sobre la tierra y cuanto desearía que ya estuviese encendido”. Bajo la forma de lenguas de fuego es como se posó el Espíritu Santo sobre los discípulos la mañana de Pentecostés.

La nube y la luz: Desde las teofanías del Antiguo Testamento, la Nube, unas veces oscura, otras luminosa, revela al Dios vivo y salvador, tendiendo así un velo sobre la trascendencia de su gloria. Él es quien desciende sobre la Virgen María y la “cubre con su sombra” para que Ella conciba y dé a luz a Jesús. Es la misma nube la que ocultó a Jesús a los ojos de los discípulos el día de la Ascensión, y la que lo revelará como Hijo del Hombre en su Gloria el día de su Advenimiento.

El sello: es un símbolo cercano a la Unción. Es Cristo a quien “Dios ha marcado con su sello” y el Padre nos marca también en El con su sello. La imagen del sello indica el carácter indeleble de la Unción del Espíritu Santo en los Sacramentos del Bautismo, de la Confirmación y del Orden, esta imagen se ha utilizado en ciertas tradiciones teológicas para expresar el carácter imborrable impreso por estos tres sacramentos.

La mano: Imponiendo las manos Jesús curaba enfermos y bendecía a los niños. En su nombre los apóstoles harán lo mismo. Mediante la imposición de las manos de los apóstoles el Espíritu Santo nos es dado. Este signo de la efusión todopoderosa del Espíritu Santo, la Iglesia lo ha conservado en sus epíclesis sacramentales.

El dedo: Si la ley de Dios ha sido escrita en tablas de piedra “por el dedo de Dios”, la “carta de Cristo” entregada a los apóstoles “está escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo”; no en tablas de piedra, sino en las tablas de carne del corazón. El himno “Veni Creator” invoca al Espíritu Santo como “digitus paternae dexterae”.

La paloma: Cuando Cristo sale del agua de su bautismo, el Espíritu Santo, en forma de paloma, baja y se posa sobre El. El Espíritu desciende y se posa en el corazón purificado de los Bautizados. En algunos templos la Santa Reserva Eucarística se conserva en un receptáculo metálico en forma de paloma “el columbarium”, suspendido por encima del altar.

 

3. EL ESPIRITU Y LA PALABRA DE DIOS EN EL TIEMPO Y LAS PROMESAS

 En la Creación

La palabra de Dios y su Soplo están en el origen del ser y de la vida de toda creatura.

“Es justo que el Espíritu Santo reine, santifique y anime la creación porque es Dios consubstancial al Padre y al Hijo… A El se le da el poder sobre la vida, porque siendo Dios guarda la creación en el Padre por el Hijo”. (Liturgia Bizantina)

 El Espíritu de la Promesa

La Promesa hecha a Abraham inaugura la economía de la Salvación, al final de la cual el Hijo mismo asumirá “la imagen” y la restaurará en “la semejanza” con el Padre volviéndole a dar la gloria, el “Espíritu que da la Vida”.

Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia, como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo. En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra. Esta descendencia será Cristo en quien la efusión del Espíritu formará “la unidad de los Hijos de Dios dispersos”.

En las Teofanías y en la Ley

Las Teofanías (manifestaciones de Dios) iluminan el camino de la Promesa, desde los Patriarcas a Moisés y desde Josué hasta las visiones que inauguran las misiones de los grandes profetas. La Tradición cristiana siempre ha reconocido que, en estas Teofanías, el Verbo de Dios se dejaba ver y oír, a la vez revelado y “cubierto por la nube del Espíritu Santo”.

En el Reino y en el Exilio

Después de David, Israel sucumbe en la tentación de querer convertirse en una nación como las demás. El Reino objeto de la promesa hecha a David será obra del Espíritu Santo; pertenecerá a los pobres según el Espíritu.

El olvido de la Ley y la infidelidad a la Alianza llevan a la muerte: el Exilio, aparentemente fracaso de las Promesas, es en realidad fidelidad misteriosa del Dios Salvador y comienzo de una Restauración Prometida, pero según el Espíritu. Era necesario que el Pueblo de Dios sufriese esta purificación; el Exilio lleva ya la sombra de la Cruz en el designio de Dios, y el Resto de pobres que vuelven del Exilio es una de las figuras más transparentes de la Iglesia.

La espera del Mesías y de su Espíritu

A continuación se describen aquellas profecías en que aparece sobre todo la relación del Mesías y de su Espíritu:

– Los rasgos del rostro del Mesías esperado comienzan a aparecer en el libro del Emmanuel en particular en Isaias 11, 1-2: “Saldrá un vástago del tronco de Jesé,

y un retoño de sus raíces brotará.

Reposará sobre El el Espíritu del Señor:

espíritu de sabiduría e inteligencia,

espíritu de consejo y fortaleza,

espíritu de ciencia y temor de Dios.”

Los rasgos del Mesías se revelan sobre todo en los Cantos del Siervo, los cuales anuncian el sentido de la Pasión de Jesús , e indican así como enviará el Espíritu Santo para vivificar a la multitud: no desde afuera, sino desposándose con nuestra “condición de esclavos”. Tomando sobre si nuestra muerte, puede comunicarnos su propio Espíritu de vida.

– Los textos proféticos que se refieren directamente al envío del Espíritu Santo son oráculos en los que Dios habla al corazón de su Pueblo en el lenguaje de la Promesa, cuyo cumplimiento proclamará San Pedro la mañana de Pentecostés. Según estas promesas, en los últimos tiempos, el Espíritu del Señor renovará el corazón de los hombres grabando en ellos una Ley nueva; reunirá y reconciliará a los pueblos dispersos y divididos; transformará la primera creación y Dios habitará en ella con los hombres en la Paz.

 

4. EL ESPIRITU DE CRISTO EN LA PLENITUD DE LOS TIEMPOS

Juan, Precursor, Profeta y Bautista

Juan es Elías que debe venir: El fuego del Espíritu lo habita y le hace correr delante del Señor que viene. En Juan el Precursor, el Espíritu Santo culmina la obra de “preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”.

Juan es “más que un profeta”. En él, El Espíritu Santo consuma el “hablar por los Profetas”. Juan termina el ciclo de los profetas inaugurado por Elías. Anuncia la inminencia de la consolación de Israel, es la “voz” del Consolador que llega.

Con Juan Bautista, el Espíritu Santo, inaugura, prefigurándolo lo que realizará con y en Cristo: volver a dar al hombre la “semejanza” divina. El bautismo de Juan era para el arrepentimiento, el del agua y del Espíritu será un nuevo nacimiento.

 Alégrate, llena de Gracia”

María, la Santísima Madre de Dios, la siempre Virgen es la obra maestra de la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la Plenitud de los tiempos. Por primera vez en el designio de Salvación y porque su Espíritu la ha preparado, el Padre encuentra la Morada en donde su Hijo y su Espíritu pueden habitar entre los hombres.

En Ella comienza a manifestarse las “maravillas de Dios”, que el Espíritu va realizar en Cristo y en la Iglesia:

-El Espíritu Santo preparó a María con su gracia: con justa razón el ángel la saluda como la “Hija de Sión”: “Alégrate”. Cuando Ella lleva en sí al Hijo eterno, es la acción de gracias de todo el Pueblo de Dios, y por tanto de la Iglesia, esa acción de gracias que Ella eleva en su cántico al Padre en el Espíritu Santo.

-En María el Espíritu Santo realiza el designio benevolente del Padre: la Virgen concibe y da a luz al Hijo de Dios con y por medio del Espíritu. Su virginidad se convierte en fecundidad única por medio del poder del Espíritu y de la fe.

En Maria,el Espíritu Santo manifiesta al Hijo del Padre hecho Hijo de la Virgen: Ella es la zarza ardiente de la teofanía definitiva: llena del Espíritu, presenta al Verbo en la humildad de su carne dándolo a conocer a los pobres y a las primicias de las naciones.

-Por medio de María, el Espíritu Santo comienza a poner en Comunión con Cristo a los hombres: “objeto del amor benevolente de Dios”, los humildes son siempre los primeros en recibirles.

-Al término de esta Misión del Espíritu, María se convierte en la “Mujer”, nueva Eva “madre de los vivientes”: Así como ella está presente con los Doce, que “perseveraban en la oración, con un mismo espíritu”, es en el amanecer de los últimos tiempos que el Espíritu va a inaugurar en la mañana de Pentecostés con la manifestación de la Iglesia.

Cristo Jesús

 Toda la Misión del Hijo y del Espíritu Santo en la plenitud de los tiempos se resume en que el Hijo es el Ungido del Padre desde su Encarnación: Jesús es Cristo.

Jesús no revela plenamente el Espíritu Santo hasta que El mismo no ha sido glorificado por su Muerte y su Resurrección. Sin embargo, lo sugiere poco a poco, incluso en su enseñanza a la muchedumbre cuando revela que su Carne será alimento para la vida del mundo. Solamente cuando ha llegado la hora en que va a ser glorificado, Jesús promete la Venida del Espíritu, ya que su muerte y su Resurrección serán el cumplimiento de la Promesa hecha a los Padres. Jesús entrega Su Espíritu en las manos del Padre en el momento en que por su Muerte es vencedor de la muerte, enseguida da a sus discípulos el Espíritu Santo dirigiendo sobre ellos su aliento. A partir de esta hora, la misión de Cristo y del Espíritu Santo se convierte en la misión de la Iglesia.

 

 5. EL ESPÍRITU Y LA IGLESIA EN LOS ULTIMOS TIEMPOS

Pentecostés

 El día de Pentecostés, la Pascua de Cristo se consuma con la efusión del Espíritu Santo que se manifiesta, da y comunica como Persona Divina desde su plenitud, Cristo, el Señor, derrama profusamente el Espíritu. En este día se revela plenamente la Santísima Trinidad. Desde ese día el Reino anunciado por Cristo está abierto a todos los que creen en El: en la humildad de la carne y de la fe, participan ya en la Comunión de la Santísima Trinidad. Con su Venida, que no cesa, el Espíritu Santo hace entrar al mundo en los “últimos tiempos”, el tiempo de la Iglesia, el Reino ya heredado, pero todavía no consumado.

El Espíritu Santo, El Don de Dios

 “Dios es Amor” y el Amor que es el primer don, contiene todos los demás. Este amor “Dios lo ha derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado”.

Puesto que hemos muerto, o al menos, hemos sido heridos por el pecado, el primer efecto del don del Amor es la remisión de nuestros pecados. La Comunión con el Espíritu Santo es la que, en la Iglesia, vuelve a dar a los bautizados la semejanza divina perdida por el pecado.

Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar frutos. El que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos “el fruto del Espíritu que es caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza”. “El Espíritu es nuestra Vida”: cuanto más renunciamos a nosotros mismos, mas “obramos también según el Espíritu”.

El Espíritu Santo y la Iglesia

 La misión de Cristo y del Espíritu Santo se realiza en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y Templo del Espíritu Santo. Esta misión conjunta asocia desde ahora a los fieles de Cristo en su Comunión con el Padre en el Espíritu Santo: el Espíritu prepara a los hombres, los previene por su gracia, para atraerlos hacia Cristo. Les manifiesta al Señor resucitado, les recuerda su palabra y abre la mente para entender su Muerte y su Resurrección. Les hace presente el misterio de Cristo, sobre todo en la Eucaristía para reconciliarlos, para conducirlos a la Comunión con Dios, para que den “mucho fruto”.

El Espíritu Santo en todo el Catecismo

El objeto del próximo artículo tratará sobre la misión de la Iglesia, la cual no se añade a la de Cristo y del Espíritu Santo, sino que es su sacramento: con todo su ser y en todos sus miembros ha sido enviada para anunciar y dar testimonio, para actualizar y extender el Misterio de la Comunión de la Santísima Trinidad.

En la Segunda parte del Catecismo se tratará el tema de que el Espíritu Santo puesto que es la Unción de Cristo, es Cristo, Cabeza del Cuerpo, quien los distribuye entre sus miembros para alimentarlos, sanarlos, organizarlos en sus funciones mutuas, vivificarlos, enviarlos a dar testimonio, asociarlos a su ofrenda al Padre y a su intercesión por el mundo entero. Por medio de los sacramentos de la Iglesia, Cristo comunica su Espíritu Santo y Santificador, a los miembros de su Cuerpo.

La Tercera parte habla de las “maravillas de Dios”, ofrecidas a los creyentes en los Sacramentos de la Iglesia, producen frutos en la vida nueva, en Cristo, según el Espíritu.

Finalmente el objeto de la Cuarta parte será sobre “el Espíritu que viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir lo que nos conviene, más el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables”. El Espíritu Santo, artífice de las obras de Dios es el Maestro de toda oración.

 

 

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Comentarios 1

  1. Gabriela Llorente dice:

    Padre,muy interesante y necesaria su lección sobre el Espíritu Santo, sobre todo para los laicos como yo que creemos en la Santísima Trinidad pero ignoramos la profundidad de Su Misterio. Esto nos permite crecer mas en la Fe a los que ya tenemos el corazón humildemente preparado para recibir a Cristo en la Eucaristía pero adolecemos de conocimientos que nos permitan prepararlo con mas ahínco para perfeccionar nuestra relación con Dios y de esa manera dar mas y mejores frutos. Gracias por su generosidad intelectual!

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