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Aquí en Tanzania tuvimos la gracia de realizar, del 4 al 14 de julio, dos misiones populares, en las aldeas de Nonwe e Ibambala.

Como todos sabemos y hemos experimentado, los tiempos de Misión Popular son siempre tiempos donde Dios derrama muchas gracias especiales.

En Ibambala la misión estuvo dirigida por el Padre Pablo Folz, y el equipo era una mezcla de aspirantes, postulantes, novicios, bedeles y Voces del Verbo. En total éramos 20 misioneros.

El día 4 de julio por la tarde dábamos inicio a la misión popular con la celebración de la Santa Misa y un pequeño fogón.

Al día siguiente empezamos con el tradicional Rosario de la Aurora, seguido de la Santa Misa y la Adoración. Ese momento de la mañana es importantísimo para nosotros misioneros, pues es donde agarramos las fuerzas para ser fieles a la obra de Dios hasta el final del día, para ser testigos y pregoneros suyos.

Después de la mística, la ‘mástica’: tomamos el desayuno y empezamos la visita de casas. El primer día visitamos las casas más cercanas, pero ya a partir del día siguiente se convirtió en una aventura. Caminábamos alrededor de 1 hora para llegar a la zona de casas, y de casa en casa muchas veces había que ir atravesando anchos campos, menos mal que nos acompañaba gente de la zona, porque si no fácilmente nos perdíamos… Aun así, esas distancias se convertían en el momento ideal para conocer a los laicos que nos acompañaban, y también para rezar por la próxima alma que íbamos a visitar.

Nos encontrábamos de nuevo en el centro misionero a las 13h para la comida, retomábamos fuerzas y de nuevo volvíamos a salir para visitar casas. La tarde quedaba realmente estrecha, con suerte uno podía llegar a 4 casas. Aun así, no perdimos el ánimo para ir, pues una sola alma para Dios ya es realmente mucho… por una sola Él igualmente habría sufrido la Pasión entera, entonces, ¿qué es eso comparado con nuestras caminatas?

El acto misionero empezaba a las 17h con la procesión del Rosario, seguido después del cartucho, la controversia y sermón misionero – clave – del Padre. Terminado este, desde el primer día entraban una manada de 200 niños para dejar flores a la Virgen. Cerrábamos todo con el fogón delante de la iglesia, como de costumbre. Lo particular aquí es que todo debía terminar a las 19h, pues entonces empieza a oscurecer y se les hace difícil a la gente volver… como he dicho, ¡algunos están a una hora de distancia a pie!

Cuando volvíamos a estar todos los misioneros juntos, cada uno iba compartiendo las peculiaridades que había encontrado en sus visitas. Realmente es impresionante que Dios quiera trabajar a través de nosotros, siervos inútiles… esos días de misión Dios quiso que fuéramos testigos y pregoneros Suyos…

Fuimos testigos del amor infinito y concreto de Dios por cada alma, pues nosotros mismos caminamos varios kilómetros para llegar a cada casa, en medio de la nada, para recordar a la persona que allí vive que tiene un alma que Dios quiere salvar. Para recordarle a esa alma – Edward, Paulina, Tabu, Makoe, Tatu…- y no a otra.

Pregoneros de que ese amor es real, no es imaginario, y que es para todos, no exceptúa a nadie… pues nosotros mismos lo hemos ya experimentado.

Fuimos testigos de que la obra es Suya, no nuestra. En mi caso, por ejemplo, todavía tengo el swahili ‘crudo’, pero doy gracias a Dios por ello, porque no tenía otra opción que dejar en Sus manos el apostolado. El primer día, por ejemplo, llegamos a una casa donde había un abuelo, llamado Charles, que descansaba a la sombra apoyado en la pared con una mirada perdida. Me acerqué, empecé a hablarle sobre la misión, sobre la verdad de Dios y del destino de su alma después de la muerte… al principio empezó a hacer bromas, se hacía el que no entendía mi swahili, me preguntaba con ironía si yo era la Virgen María… Entre esas ironías, pude descubrir que estaba bautizado pero que después había abandonado la Fe. Entonces insistí, como podía, que yo había llegado ahí solo porque Dios lo quería… lo quería tener de nuevo a él en sus brazos. Entonces él me dijo: “¿de verdad que Dios me quiere? Mira mi pierna…”. En medio de la pierna tenía una herida realmente fea. Hacía 4 años que no podía caminar bien, que había dejado de ser independiente.

Le dije que lamentaba mucho el accidente, pero que, aun así, a pesar de ese defecto, tenía un alma que no iba a morir y que tenía que salvar. Y entonces le tocó la gracia. De un momento al otro, se puso serio y dijo: “Hermana, sí, quiero salvar mi alma”. Le pregunté: “¿Te gustaría confesarte?” “Sí”, respondió. Justo en ese momento, vi de lejos que el Padre llegaba a la iglesia, así que pedí a una aspirante que corriera a llamarle para que confesara a Charles. Vino el Padre, hablaron un rato y lo confesó. Y Charles aceptó prepararse para recibir la Comunión al final de la misión. Ese episodio me dio fuerza para ser pregonera en cada casa hasta el final de la misión de que es Dios que se abaja y viene al encuentro de cada uno, porque realmente quiere el bien de cada una de sus ovejas, a las que conoce por nombre… no quiere que ninguna de ellas se pierda.

Fuimos también testigos de la libertad del hombre, y experimentamos el dolor del Corazón de Jesús al ser rechazado por los hombres que tanto ha amado. Fuimos pregoneros del Juicio Final, que nadie sabe el día y la hora, pero que es una Verdad de la que nadie escapa y todos tienen que escuchar. Había muchas casas en las que se encontraban cosas de brujería, muy normal cuando se trata de ambiente pagano. En algunas casas aceptaron que nos fuéramos con ello para quemarlo, en otras en cambio se mostraron esclavos de esos amuletos, se veían incapaces de sacárselos. Por esas personas, sólo nos queda rezar que antes de su muerte Dios les conceda la gracia de la conversión, pues Él llamó a sus puertas y, a pesar de la insistencia amorosa, lo rechazaron.

Fuimos testigos de la gratuidad de la gracia. Fueron días para dar gracias a Dios por habernos hecho conocer la Verdad desde niños, y especialmente por el llamado a la vocación. Realmente la Fe es don gratuito suyo… ¿qué hicimos para merecerla? Nada. Nos vino gratis data desde la niñez. En cambio, a la mayoría de ellos, les viene presentada en la adultez, o incluso en la vejez, y en caso de que se conviertan, tienen ocasión de participar de los Sacramentos una vez cada mucho, pues la mies es mucha y los obreros son pocos. Por eso, fuimos testigos una vez más del valor de un sacerdote, y del deber que tenemos de seguir rezando para que Dios siga mandando más trabajadores a su viña. Uno podía visitar casa tras casa, dar un rosario, esparcir el agua bendita… pero el culmen para esa alma solo podía llegar a través de la persona del Padre: la unción de enfermos, la Comunión, la Confesión… Tenemos que ser pregoneros de la urgente necesidad de rezar para que Dios mande más sacerdotes, y también recordar entre los nuestros que tenemos el deber de ser todavía más santos, pues es grande la deuda que tenemos por el don recibido de la Fe.

Allí conocimos personas que realmente se dan cuenta del tesoro que es la Fe. Como, por ejemplo, una abuelita de unos 80 años, que vive a una hora de la iglesia, pero que a su paso son dos horas. Esa misma abuelita es de las personas que más veces estuvo presente en la misión. Dos horas de ida y dos de vuelta, las de vuelta ya sin la luz del sol… creo que ya con eso se ha ganado el Cielo.

Hay muchas anécdotas que contar, muchos ejemplos edificantes de generosidad y sacrificio de los tanzanos, pero se me alargaría mucho la crónica.

Realmente los 10 días pasaron como si fueran 2. Tan rápido pasó todo y con tantas cosas buenas por hacer, que la cruz de recuerdo de la misión la estábamos terminando minutos antes de la Misa de clausura. Pero ¡llegamos a todo!

El buen espíritu reinó en el equipo misionero, todos estaban muy bien dispuestos, y eso es también para dar muchas gracias a Dios… especialmente por recordarnos en estos apostolados intensos la gracia que es trabajar en unión como Familia Religiosa.

Ojalá que seamos apóstoles de fuego, que no perdamos el ánimo de gastarnos y desgastarnos por la salvación de las almas. La vida pasa, como les recordábamos a esas almitas en la visita de casas, y con San Ignacio debemos preguntarnos más a menudo: ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué he de hacer por Cristo?

Que el Verbo Encarnado nos conceda la gracia de trabajar sin descanso para el Cielo, de custodiar este tesoro que llevamos en vasijas de barro hasta el fin de nuestros días.

¡Viva la Virgen y viva la misión!
Hna María Morada de Jesús

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