El don de fortaleza – día cuarto
El don de fortaleza
Conocemos la virtud cardinal de la fortaleza, que reúne en torno a sí tantas otras virtudes (paciencia, perseverancia, magnanimidad, fidelidad, etc). Y sabemos que existe también la fortaleza infusa, causada por Dios.
El bien cuesta, hacer el bien presenta dificultades, para ser buenos hay que sufrir el mal y a sus persecuciones, hay que resistir al ataque de las pasiones, hay que enfrentar los ataques del enemigo, y hay que superar todo el sufrimiento que la vida nos presenta.
Para todo esto está la virtud de la fortaleza: la natural para el bien natural, la infusa para los bienes que se refieren a la vida eterna. Sabemos que la fortaleza se ejercita más propiamente en resistir que en atacar. Resistir. Esa es la palabra clave. Perseverar en el bien.
La fortaleza entonces nos sostiene ante las dificultades, peligros y fatigas del camino.
Muchas veces lo primero a vencer son los temores. Temor al sufrimiento que hacer el bien conlleva. Y muchas veces lo que se presenta más hacia el final es “el cansancio de los buenos”.
Que el alma busque el bien arduo, el bien difícil, por más difícil que sea, y se aferre a él, habla de la riqueza y valor de ese bien. Mientras más grande es un bien, más vale la pena pelear para conservarlo. Ese esfuerzo hecho hábito… es la virtud de la fortaleza.
Pero que lo haga “como movido”, instintivamente, y en cierto modo más allá de ese bien concreto mismo, y con respecto a bienes dificilísimos, soportando los mayores males… eso es el don de fortaleza. Hay “fortalezas” que tienen un “modo divino”. ¡Tantas veces lo vemos en las personas que encontramos…! ¡tantos ejemplos tenemos de gente ante situaciones extremas que muestran una fortaleza totalmente inexplicable! Y la prueba es cuando esas mismas personas dicen que “no entienden cómo pueden soportar esto”.
Lo distintivo del don es que sea recibido, y eso muchas veces es consciente, la persona se da cuenta de ello. El otro elemento distintivo es el motivo: el bien por el cual se resiste todo es Dios mismo. “Lo hago por Dios”. Y lo tercero es que el Espíritu conduce a soportar males que son mayores a lo que una persona puede soportar, por el bien de todos. Es cuando une las almas al misterio redentor de Cristo.
Notas características:
Así podemos describir algunas notas características del modo en que este don obra en las almas:
– El conocimiento profundo, a la luz de Dios mismo, de la propia debilidad, vista no ya como obstáculo que impide ejercitar la fortaleza, sino como condición para recibir el don: “mi gracia se muestra en la debilidad” (2Co 12,9). Con ello también viene la conciencia de la grandeza de la obra que se nos pide, que es superior a nuestras fuerzas. Esa conciencia de la propia debilidad está llena de agradecimiento, no de tristeza ni desconfianza.
– De allí se sigue una total, ciega e instintiva confianza en Dios y su gracia, y en el mismo don de fortaleza que infunde en nosotros. Esto tiene una suerte de manifestación psicológica, podemos decir. Como es una fortaleza instintiva, no concentra la atención del alma en lo que hay que sufrir o pasar. Sólo “mide” las dificultades, tentaciones o cruces a partir de la gracia que sabe que recibirá. En la práctica de la virtud de la fortaleza, por poner un ejemplo, antes de subir una muralla uno debe medir las fuerzas, altura, etc. En el caso del don, sabe que será llevado volando (aunque sea pasando por medio del fuego), por lo que la altura de la muralla no interesa. Recibe asombrado y agradecido el que Dios le conceda superarla: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta” (Fil 4,13). La medida no es la fortaleza humana, sino la fuerza de Dios.
– La tercera nota que señalamos es que produce habitualmente en el alma la disposición a sufrir todo lo que sea necesario para llegar a Dios, sin límites ni condiciones. Nos prepara para perder todo, a renunciar a los bienes exteriores e interiores, a sufrir en cuerpo y alma, a dejarnos la salud, nuestros planes y hasta nuestra vida por el camino. Como lo vemos en Jesucristo en Getsemaní, donde tenía plena conciencia de que lo que debía dejar era la vida.
El ejercicio más elevado de este don es la bienaventuranza de los que tienen hambre y sed de ser justos. Porque esa justicia de la que habla es la que viene de Dios, pero para recibirla debemos introducirnos en el misterio de la redención pagando su precio.
Para quien tiene verdadera hambre y sed de la gracia de Dios, el precio es lo de menos. Nunca será un precio elevado, sabe que poder resistir será don divino.
A María Santísima, la Virgen y mujer fuerte con la fortaleza de Dios, pedimos secundar con fidelidad la acción del Espíritu Santo.
P. Miguel Soler, IVE
Letanías al Espíritu Santo
Señor ten piedad – Señor ten piedad
Cristo ten piedad – Cristo ten piedad
Señor ten piedad – Señor ten piedad
Cristo óyenos – Cristo óyenos
Cristo escúchanos – Cristo escúchanos
Dios Padre Celestial – Ten piedad de nosotros
Dios Hijo Redentor del mundo –Ten piedad de nosotros
Dios Espíritu Santo –Ten piedad de nosotros
Santa Trinidad, un solo Dios – Ten piedad de nosotros
Espíritu del Señor, que aleteando sobre las aguas al comienzo de la creación la fecundaste – Ten piedad de nosotros
Espíritu por cuya inspiración han hablado los santos hombres de Dios –Ten piedad de nosotros
Espíritu cuya unción nos enseña todo – Ten piedad de nosotros
Espíritu testigo de Cristo –Ten piedad de nosotros
Espíritu de verdad que nos sugiere toda cosa –Ten piedad de nosotros
Espíritu que te posas sobre María –Ten piedad de nosotros
Espíritu del Señor que llenas la tierra –Ten piedad de nosotros
Espíritu de Dios que habitas en nosotros –Ten piedad de nosotros
Espíritu de sabiduría y entendimiento – Ten piedad de nosotros
Espíritu de consejo y fortaleza –Ten piedad de nosotros
Espíritu de ciencia y de piedad –Ten piedad de nosotros
Espíritu del temor del Señor –Ten piedad de nosotros
Espíritu de gracia y misericordia –Ten piedad de nosotros
Espíritu de virtud, de dilección y de sobriedad – Ten piedad de nosotros
Espíritu de fe, de esperanza, de amor y de paz – Ten piedad de nosotros
Espíritu de humildad y castidad –Ten piedad de nosotros
Espíritu de benevolencia y de mansedumbre –Ten piedad de nosotros
Espíritu de la gracia multiforme – Ten piedad de nosotros
Espíritu que sondeaste también las profundidades divinas –Ten piedad de nosotros
Espíritu que pides por nosotros con gemidos inenarrables –Ten piedad de nosotros
Espíritu que bajaste sobre Cristo en forma de paloma –Ten piedad de nosotros
Espíritu en el cual nacemos –Ten piedad de nosotros
Espíritu por el que la caridad es infundida en nuestros corazones –Ten piedad de nosotros
Espíritu de adopción de los hijos de Dios –Ten piedad de nosotros
Espíritu que te apareciste sobre los discípulos en lenguas de fuego –Ten piedad de nosotros
Espíritu del cual están repletos los Apóstoles –Ten piedad de nosotros
Espíritu que repartes los dones como más te parece –Ten piedad de nosotros
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Perdónanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Escúchanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Ten piedad de nosotros
¡Ave María y adelante!