El don de sabiduría – día noveno
El don de sabiduría
Vamos a considerar finalmente el más elevado de todos los dones del Espíritu Santo, que es el de sabiduría.
Sabemos que la palabra tiene la misma raíz que “saber”, y “sabor”, de allí que en un nivel natural y humano el de aquellos que son realmente sabios es un conocimiento “que produce gusto”, “que hace gustar”.
¿Por qué? Porque ser sabio es llegar a conocer y afirmar las causas más altas de todo lo que existe, en una visión completa, unitaria y simple, y en la cual el alma (hasta donde puede en esta vida) reposa. Y lo hace gozosamente, ya que esto es lo que responde a sus más altas aspiraciones.
Dios ha prometido darnos el don de sabiduría, que proviene de su Sabiduría increada.
Y cuando lo da, “perfecciona nuestra razón (o intelecto especulativo) en cuanto al juicio”, dirá Santo Tomás (I-II 86,4). Esto que suena tan abstracto y difícil, es la razón última de por qué este don de sabiduría es tan elevado, y por qué produce un conocimiento de Dios tan profundo y “por vía de gusto”, por qué nos ilumina dando calor al alma y calienta a la vez iluminando.
En el ámbito natural el sabio “gusta” al conocer la realidad porque por medio del juicio que emite (cuando éste es ajustado a ella, es decir verdadero) se compromete con ella. Y como el fin de la realidad es ser conocida por el hombre (y así dar gloria a Dios), esta unión lo llena, lo hace pleno. El juicio verdadero sobre la realidad es también una afirmación de ella, es un decir “¡es así!” y al mismo tiempo “¡es!”; y en el decirlo vuelca toda su alma en el acto por el cual la recibe como un don, que acepta. Y recibir un don siempre es “sabroso”.
Pues bien, por el don de sabiduría eso que se conoce (aunque será siempre de manera limitada) y afirma es el ser mismo de Dios: “¡Es!”. Esta es la vida eterna, que te conozcan a Ti, Padre (Jn 17,3). El don de sabiduría permite al alma emitir un juicio recto sobre Dios a partir de lo que el mismo Dios comunica al alma y en el alma (por eso no existe este don sin la gracia), y puede reposar y gozar en ello.
Por este don vemos a Dios y vemos todo en Dios, y en Él “lo que más vemos”, si se pudiera decir, o experimentamos, es su Bondad. Afirmar con nuestra capacidad de juicio esa Bondad en sí misma y como referida (participada) a nosotros no puede dejar de comprometernos totalmente.
Cuando el alma se deja llevar por el don de sabiduría, acepta a Dios mismo como don, lo afirma, se compromete, y lo ama. Y goza. Y esto es lo que le da esa visión unitaria y simple de toda la creación, ya que ve todo “por los ojos del Amado”.
Incluso aquello que nadie puede imaginar de Dios como ese premio que nos espera, “a nosotros nos lo ha revelado Dios por el Espíritu; porque el Espíritu lo explora todo, aun las profundidades de Dios” (1Co 2,10); y desde allí, el hombre que ha recibido el Espíritu, “puede juzgar todas las cosas” (Ibid vv. 12.15).
Se juzga de todo “a lo divino”, “por vía de gusto”, “por cierto instinto o connaturalidad”, dirá Santo Tomás. Ya no se trata de “ver las cosas iluminadas” (como es por medio del don de ciencia), sino es verlas en su origen, en la luz misma. Ya no es penetrar en los misterios revelados (como es por el don de entendimiento), es conocer íntimamente al Revelador, y afirmar intuitivamente el porqué último de esos misterios de salvación, un porqué que no es una razón, sino Alguien: un Dios en tres Personas, que es amor. Allí todo se entiende sin ninguna otra explicación, porque es innecesaria.
No podemos aquí desarrollar las maravillas que este don produce en la vida de los cristianos, baste decir que es lo que hace de los hombres amados y amadores de Dios.
Sí podemos mostrar en un solo punto esa nota característica tan propia del don de sabiduría, que es iluminar desde lo inefable y atraer hacia lo incomprensible. Ese punto es lo que se conoce como la “sabiduría de la Cruz”, piedra de toque de la santidad de todos los tiempos. El don de ciencia puede darnos a comprender el sentido del dolor, el de entendimiento hacernos penetrar en el misterio de la cruz de Cristo y ver qué admirable es la Providencia de Dios al elegirlo para nuestra salvación, pero sólo el de sabiduría dará un conocimiento tal de la Sabiduría Encarnada en su misterio de pasión, que hará al alma desear el padecer con Él como se desea la vida: “padecer o morir”, e incluso más, “no morir, sino padecer”.
Cuando el ahora beato José Jordán, en la España de 1936, se despidió de su madre hacia un futuro incierto que podía terminar (como fue) en martirio, ésta le dijo como último saludo: “es que…, si usted muere por Dios, hijo, eso sería muy bonito”.
En cuanto a la bienaventuranza correspondiente, “las almas que poseen en su perfección el don de sabiduría son los pacíficos, y ellos son los hijos de Dios, porque tienen la imagen más perfecta del Hijo de Dios, tienen la adopción perfecta, la filiación perfecta, porque la sabiduría ha grabado en sus almas la imagen más perfecta que puede tenerse sobre la tierra del Hijo de Dios”[1].
Que María Santísima, Sede de la Sabiduría, nos ayude a ser dóciles instrumentos del Espíritu de Amor.
[1] L.M. Martínez, Los dones del Espíritu Santo (Madrid 2015) 76.
P. Miguel Soler, IVE
Letanías al Espíritu Santo
Señor ten piedad – Señor ten piedad
Cristo ten piedad – Cristo ten piedad
Señor ten piedad – Señor ten piedad
Cristo óyenos – Cristo óyenos
Cristo escúchanos – Cristo escúchanos
Dios Padre Celestial – Ten piedad de nosotros
Dios Hijo Redentor del mundo –Ten piedad de nosotros
Dios Espíritu Santo –Ten piedad de nosotros
Santa Trinidad, un solo Dios – Ten piedad de nosotros
Espíritu del Señor, que aleteando sobre las aguas al comienzo de la creación la fecundaste – Ten piedad de nosotros
Espíritu por cuya inspiración han hablado los santos hombres de Dios –Ten piedad de nosotros
Espíritu cuya unción nos enseña todo – Ten piedad de nosotros
Espíritu testigo de Cristo –Ten piedad de nosotros
Espíritu de verdad que nos sugiere toda cosa –Ten piedad de nosotros
Espíritu que te posas sobre María –Ten piedad de nosotros
Espíritu del Señor que llenas la tierra –Ten piedad de nosotros
Espíritu de Dios que habitas en nosotros –Ten piedad de nosotros
Espíritu de sabiduría y entendimiento – Ten piedad de nosotros
Espíritu de consejo y fortaleza –Ten piedad de nosotros
Espíritu de ciencia y de piedad –Ten piedad de nosotros
Espíritu del temor del Señor –Ten piedad de nosotros
Espíritu de gracia y misericordia –Ten piedad de nosotros
Espíritu de virtud, de dilección y de sobriedad – Ten piedad de nosotros
Espíritu de fe, de esperanza, de amor y de paz – Ten piedad de nosotros
Espíritu de humildad y castidad –Ten piedad de nosotros
Espíritu de benevolencia y de mansedumbre –Ten piedad de nosotros
Espíritu de la gracia multiforme – Ten piedad de nosotros
Espíritu que sondeaste también las profundidades divinas –Ten piedad de nosotros
Espíritu que pides por nosotros con gemidos inenarrables –Ten piedad de nosotros
Espíritu que bajaste sobre Cristo en forma de paloma –Ten piedad de nosotros
Espíritu en el cual nacemos –Ten piedad de nosotros
Espíritu por el que la caridad es infundida en nuestros corazones –Ten piedad de nosotros
Espíritu de adopción de los hijos de Dios –Ten piedad de nosotros
Espíritu que te apareciste sobre los discípulos en lenguas de fuego –Ten piedad de nosotros
Espíritu del cual están repletos los Apóstoles –Ten piedad de nosotros
Espíritu que repartes los dones como más te parece –Ten piedad de nosotros
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Perdónanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Escúchanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Ten piedad de nosotros
¡Ave María y adelante!