El temor de Dios – día tercero
El temor de Dios
Podemos comenzar nuestro camino hablando de los dones por el principio. Sabemos que el más elevado de todos los dones es el de la Sabiduría.
¿Y el primero? Siguiendo lo que dice el libro de los Proverbios, el principio será el de temor: “principio de la sabiduría es el temor del Señor” (9,10).
El temor es un don que trabaja sobre la parte apetitiva de nuestro ser, tendencial. Hace que en nuestras inclinaciones que se refieren a todo lo que no sea Dios ni los demás obremos de una manera eminentemente ordenada. Lo que ordena positivamente la voluntad con respecto a Dios y a los demás no es un don específico, sino dos virtudes infusas: la esperanza y la caridad (aunque para dirigir esta relación en las acciones externas tendremos el don de piedad, como veremos). Lo que hace la caridad, el amor de Dios infuso en nuestros corazones, no es necesario que lo haga ningún don.
El objetivo del temor de Dios como don es el mismo de la virtud de la templanza, es decir, apartarnos de todo placer que sea pecado, y de toda ligereza que pueda ser una ofensa a Dios. El libro de los Proverbios dice: Con bondad y lealtad se expía la culpa, con el temor de Yahveh se evita el mal. (Pro 16:6).
El don de temor no es el temor servil (temor al castigo), ni es un temor filial “natural”, sino el temor filial que procede de la filiación por la gracia. Aquí se ve lo que decíamos al principio de estos escritos, de que en el texto de Isaías (11,2) el texto hebreo dice “temor”, y el griego “piedad”. Porque están relacionados: bajo cierto respecto se pueden considerar uno solo (la referencia a Dios en el orden de la facultad apetitiva[1]), y se pueden distinguir bajo cierto otro (uno se refiere a la relación con personas y el otro a cosas por lo que ellas pueden producir, que son los placeres), como ha hecho la tradición.
Se dice bien que el “temor” es temor a ofender a Dios. Esto tiene una contracara positiva que es el de un respeto sobrenatural ante la majestad de Dios, ante su grandeza, y ante el inefable misterio de su paternidad divina sobre nosotros (que surge de la piedad).
Por eso el don de temor mueve a alejarse “instintivamente” de todo lo que pueda ofender esa soberana majestad, aún lo más mínimo.
No necesita más razones para ello. Conlleva un grandísimo respeto por Dios y por las cosas de Dios (se manifiesta en la reverencia a todo lo sagrado), como vemos en los santos. De hecho, en ellos también vemos que a medida que se avanza en la vida de santidad, el respeto reverencial por Dios y su majestad crece.
Sucede lo contrario que en el orden natural (al menos el de naturaleza caída), en que, a mayor conocimiento, mayor confianza y… menos respeto. (“La confianza engendra desprecio”, decimos en español). Por el don de temor, a mayor conocimiento de Dios, mayor temor de ofenderlo y mayor reverencia. Derivadamente teme que, al ofenderlo, lo pierda.
Este don se relaciona directamente con las virtudes de la humildad y la templanza, ésta última incluyendo la serie de virtudes que la acompañan o manifiestan (modestia, castidad, sobriedad, clemencia, estudiosidad, etc). Pero se distingue también de ellas, naturalmente. El don evita todo lo que mínimamente vaya en contra de esas virtudes, no primeramente por la búsqueda del bien creado ordenado, sino en atención al bien divino.
Esto le da instintivamente una especial percepción de los peligros, una vigilancia espontánea que le aparta de toda ocasión de ofensa a Dios, y cada vez con mayor delicadeza… delicadeza para con Dios mismo.
La vida de los santos está llena de ejemplos de esto. Podemos pensar en el sentido de pecado que tenía una Santa Teresita del Niño Jesús, o un San Luis Gonzaga.
El don de temor afina la conciencia, pero en la dirección correcta.No es como en el escrupuloso, en el que el juicio se afina, pero para concentrarse cada vez más en sí mismo, ya que teme más al error o al haber caído que a faltar al Ofendido. El don de temor hace temer la ofensa, no el error, no la fragilidad que no es ofensa de Dios (nunca le hace creer que ha ofendido a Dios sin darse cuenta, porque sabe que no se puede ofender a Dios sin darse cuenta).
El don de temor y las bienaventuranza de la pobreza
Las bienaventuranzas son los actos más excelentes de los dones del Espíritu Santo. El acto más excelente del don de temor es el de vivir la pobreza de espíritu: “bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5,3).
Dios es todo, nosotros nada, y las cosas del mundo y sus placeres menos que nada. En todo dependemos de Él, eso nos lleva a un desprendimiento total de todo lo que nos puede dar un placer o gozo, aceptándolo sólo si eso agrada a Dios. Por eso está tan relacionado con la humildad, y se expresa de manera tan bella en el espíritu de sometimiento a Dios y abandono a su voluntad.
A la Virgen pedimos el don del santo temor de los hijos de Dios.
P. Miguel Soler, IVE
[1] Cfr. I-II, 68,4.
Letanías al Espíritu Santo
Señor ten piedad – Señor ten piedad
Cristo ten piedad – Cristo ten piedad
Señor ten piedad – Señor ten piedad
Cristo óyenos – Cristo óyenos
Cristo escúchanos – Cristo escúchanos
Dios Padre Celestial – Ten piedad de nosotros
Dios Hijo Redentor del mundo –Ten piedad de nosotros
Dios Espíritu Santo –Ten piedad de nosotros
Santa Trinidad, un solo Dios – Ten piedad de nosotros
Espíritu del Señor, que aleteando sobre las aguas al comienzo de la creación la fecundaste – Ten piedad de nosotros
Espíritu por cuya inspiración han hablado los santos hombres de Dios –Ten piedad de nosotros
Espíritu cuya unción nos enseña todo – Ten piedad de nosotros
Espíritu testigo de Cristo –Ten piedad de nosotros
Espíritu de verdad que nos sugiere toda cosa –Ten piedad de nosotros
Espíritu que te posas sobre María –Ten piedad de nosotros
Espíritu del Señor que llenas la tierra –Ten piedad de nosotros
Espíritu de Dios que habitas en nosotros –Ten piedad de nosotros
Espíritu de sabiduría y entendimiento – Ten piedad de nosotros
Espíritu de consejo y fortaleza –Ten piedad de nosotros
Espíritu de ciencia y de piedad –Ten piedad de nosotros
Espíritu del temor del Señor –Ten piedad de nosotros
Espíritu de gracia y misericordia –Ten piedad de nosotros
Espíritu de virtud, de dilección y de sobriedad – Ten piedad de nosotros
Espíritu de fe, de esperanza, de amor y de paz – Ten piedad de nosotros
Espíritu de humildad y castidad –Ten piedad de nosotros
Espíritu de benevolencia y de mansedumbre –Ten piedad de nosotros
Espíritu de la gracia multiforme – Ten piedad de nosotros
Espíritu que sondeaste también las profundidades divinas –Ten piedad de nosotros
Espíritu que pides por nosotros con gemidos inenarrables –Ten piedad de nosotros
Espíritu que bajaste sobre Cristo en forma de paloma –Ten piedad de nosotros
Espíritu en el cual nacemos –Ten piedad de nosotros
Espíritu por el que la caridad es infundida en nuestros corazones –Ten piedad de nosotros
Espíritu de adopción de los hijos de Dios –Ten piedad de nosotros
Espíritu que te apareciste sobre los discípulos en lenguas de fuego –Ten piedad de nosotros
Espíritu del cual están repletos los Apóstoles –Ten piedad de nosotros
Espíritu que repartes los dones como más te parece –Ten piedad de nosotros
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Perdónanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Escúchanos Señor
Cordero de Dios, que quitas el pecado del mundo – Ten piedad de nosotros
¡Ave María y adelante!