Queridos hermanos y hermanas:
- El Adviento, que comenzamos con la invitación apremiante de la Iglesia a vivir en la vigilancia y en la espera, está a punto de concluirse con el día de la fiesta tan deseado, porque es portador de alegría y de paz.
La liturgia nos ha preparado, creciendo poco a poco en intensidad, a la celebración inminente de la Santa Navidad, al mismo tiempo que ofrecía a nuestra reflexión y a nuestra oración los acontecimientos, los dichos y las personas, que han preparado el nacimiento en el tiempo del Verbo Encarnado.
La Palabra de Dios se ha hecho carne y no puede ser superada ni por palabras humanas ni por el ruido del mundo. Es Palabra omnipotente a la que nada puede ofuscar. Sin embargo, para que sea acogida debe encontrar corazones humildes puros, como el de la Virgen María. María reconoció su propia pequeñez ante Dios, a quien se había entregado totalmente, poniendo sólo en Él su confianza porque lo amaba sobre todas las cosas.
Fue precisamente éste el motivo por el que a Ella, la “llena de gracia”, se le concedió la riqueza más preciosa, el Hijo de Dios, y en Ella se realizó en modo altísimo la bienaventuranza que Jesús mismo proclamara: “Bienaventurados los pobres en el espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos”. (Mt 5, 3).
Pidamos, por tanto, a la Madre del Redentor y Madre nuestra que haga partícipes también a nuestras almas de los mismos sentimientos que habitaban en Ella, los días anteriores a la Navidad de Cristo. Asombrados y confundidos por la humildad de Dios, por su generosidad para con nosotros, podremos así reconocer en el Niño, que yace en el pesebre, la amplitud, la altura y la profundidad del Amor divino. (cf. Ef 3, 18).
- El clima inconfundible de serena espera, característico de estos días tan próximos a la fiesta que celebra la venida de Dios entre los hombres, enriquece con un significado particular la audiencia de hoy.
En esta circunstancia me es grato, queridísimos hermanos y hermanas, exhortaros a mantener despierto el sentido de la majestad de Dios. Esto no quiere decir tener miedo de Él, como si fuera un extraño o un rival, a la manera que lo presentan ciertas corrientes filosóficas de nuestra época. Simplemente, Dios exige que reconozcamos su amor sin límites y, llenos de su grandeza y bondad, vayamos a Él para adorarlo.
Acerquémonos, pues al Niño Jesús con fe grande y aprenderemos cada vez mejor de qué modo la humanidad entera es reconciliada en Él, vivificada y hecha grata al Padre. En Cristo, el Omnipotente nos concede un corazón capaz de conocerlo y de volver a Él (cf. Jer 24, 7), por el camino que indicó la “alegre noticia” de un Dios que se ha hecho Hombre para que el hombre pudiese llegar a Dios.
Peregrinos de fe y de amor, pongámonos en camino hacia Cristo. Él es la realización plena de las promesas del Padre.
- Con este pensamiento me dirijo especialmente a vosotros, jóvenes presentes en este encuentro, especialmente a los que habéis venido de la parroquia de Santa María Asunta de Montevecchio, Nocera Umbra. Propongo a vuestra reflexión e imitación el comportamiento de los pastores, que fueron los primeros en recibir de los Ángeles el anuncio del nacimiento del Salvador y acudieron presurosos a la gruta.
Para encontrar a Jesús, a María a José hay que ponerse en camino, dejando atrás compromisos, dobleces y egoísmos, hay que hacerse disponibles interiormente a las sugerencias que Él no dejará de provocar en todo corazón que sabe ponerse a la escucha. Es lo que os deseo en las próximas fiestas navideñas. Que paséis junto con el Niño Jesús y con su Madre Santísima, en serena alegría. estos días benditos.
Un saludo y una felicitación particular deseo dirigiros también a vosotros, queridísimos enfermos. Tengo ante los ojos, en este momento, todas las situaciones trágicas dolorosas de la tierra, a todos los enfermos y a todos los que sufren en sus casas o en los hospitales. Quisiera repetir con fuerza a todos y a cada uno las palabras de Jesús: “Ánimo, soy yo, no temáis” (Mc 6, 50).
El dolor no es necesariamente un castigo o una fatalidad, puede ser la ocasión providencial, aunque misteriosa, para que se manifiesten las obras de Dios (cf. Jn 9, 1-3). ¡Que el Niño Jesús os haga oír a todos vosotros, los que sufrís, su anuncio de paz!
Finalmente, os saludo con afecto también a vosotros, queridos nuevos esposos. Vuestra presencia me hace pensar en el año nuevo, que dentro de poco comenzará. También la humanidad se renueva cada día y la Providencia alimenta con nuevas vidas su Iglesia y el mundo.
Mirad a la gruta de Belén: las personas que veis en ella (cf. Lc 2, 16) pueden ser vuestro modelo y vuestro ejemplo. Como Jesús que ha venido no para ser servido, sino para servir, como María y José que lo han ofrecido a los hombres, así también vosotros aprended a daros, comunicando la felicidad y la alegría de las que Dios os ha colmado.
Con la ayuda materna de María, vuestra nueva familia sea una pequeña Iglesia en la que Jesús venga a nacer.
A vosotros y a todos los presentes deseo una feliz Navidad y de corazón os imparto mi bendición.
Letanías del Divino Niño
Señor, ten piedad. | Señor, ten piedad. |
Cristo, ten piedad. | Cristo, ten piedad. |
Señor, ten piedad. | Señor, ten piedad. |
Dios Padre Celestial, | Ten piedad de nosotros |
Dios, Hijo Redentor del mundo, | Ten piedad de nosotros |
Dios Espíritu Santo, | Ten piedad de nosotros |
Trinidad Santa, un solo Dios, | Ten piedad de nosotros |
Niño Jesús, palabra hecha carne, | Ten piedad de nosotros |
Niño Jesús, descendiente de Abraham, | Ten piedad de nosotros |
Niño Jesús, hijo de José, | Ten piedad de nosotros |
Niño, Dios con nosotros, | Ten piedad de nosotros |
Niño, nacido de María en Belén, | Ten piedad de nosotros |
Niño, adorado por los pastores, | Ten piedad de nosotros |
Niño, glorificado por los Ángeles, | Ten piedad de nosotros |
Niño, perseguido por Herodes, | Ten piedad de nosotros |
Niño, adorado por los Magos, | Ten piedad de nosotros |
Consagrado al Señor con la ofrenda de los pobres, | Ten piedad de nosotros |
Salvación para todos los pueblos, | Ten piedad de nosotros |
Fugitivo en Egipto, | Ten piedad de nosotros |
Signo de contradicción, | Ten piedad de nosotros |
Testimoniado por la sangre de los inocentes, | Ten piedad de nosotros |
Perdido y hallado en el Templo, | Ten piedad de nosotros |
Cumplimiento de todas las Profecías, | Ten piedad de nosotros |
Cordero de Dios, que quitas el Pecado del mundo, | Perdónanos, Señor. |
Cordero de Dios, que quitas el Pecado del mundo, | Escúchanos, Señor. |
Cordero de Dios, que quitas el Pecado del mundo, | Ten piedad de nosotros. |
Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.
Jesús, José y María, asistidme en mi última agonía.
Jesús, José y María, expire en paz con vosotros el alma mía.