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Los días 19 y 20 de mayo de 2023 (ayer y hoy, considerando cuando escribo este artículo) se ha realizado en Roma una Conferencia Internacional sobre la encíclica Humanae vitae, de san Pablo VI.  La ha organizado la Cátedra Internacional de Bioética “Jérôme Lejeune”. El título, muy sugestivo: “HUMANAE VITAE, la audacia de una encíclica sobre la sexualidad y la procreación. «Mi cuerpo me pertenece»”. Vayan estos datos para que se entienda el contenido de esta entrada. Me mueve principalmente el ofrecer la traducción al español de la conferencia del cardenal Luis Francisco Ladaria, prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, cuyo título es: “Humanae Vitae como encíclica audaz y profética. Su vigencia, hoy”. La claridad, brevedad (hay que hacer honor a esta gentileza no tan común en otros autores) y acierto, explican que me haya apurado a traducir su ponencia sin esperar a que alguna buena mano se tomara el trabajo de hacerlo. Me parece que la exposición es digna de ser leída atenta y prontamente.

Pero, además, también me motiva la publicación de una entrevista a mons. Vincenzo Paglia, presidente de la Pontificia Academia para la Vida, en el sitio web de Vatican News, el mismo día de la conferencia de Ladaria; más aun, apenas un par de horas después de la intervención del prefecto (19 de mayo, 2023, a las 13:12).

En esa entrevista, pedido su parecer sobre el n. 14 de la Encíclica (que afirma que es ilícito todo medio que impida la procreación),  Paglia afirmó que “de [su] parte est[á] de acuerdo con todo pasaje de Humanae vitae”, añadiendo que el entrevistador “no encontrará ningún defensor de la vida humana más feroz y tenaz que [él]”. Expresión, esta, que me dejó un tanto alarmado, acostumbrado, como estoy, a oírla en general en boca de quienes suelen hacer todo lo contrario de lo que dicen (razón por la cual me cuido mucho de aquellos que vocean que “difícilmente haya otras personas más respetuosas de la propiedad privada que ellos”, y suelo mirar con desconfianza a toda señorita que va por ahí declamando que “a duras penas encontraremos alguna otra más pudorosa que ella”). Y que mis recelos no están demasiado descaminados lo demuestra el que a continuación Paglia pase a reclamar que se “abandonen lecturas parciales” de Humanae vitae (giro que con frecuencia quiere decir “que se abandone la interpretación que siempre ha hecho la Iglesia”), y que las juzgue propias de un pasado que veía la píldora como un “mal absoluto” (lo cual, después de haber leído la mayor parte del magisterio moral de Pablo VI y de Juan Pablo II, jamás he encontrado, como tampoco en ninguno de los moralistas y teólogos que expusieron su pensamiento en tanta literatura como hay al respecto; es una pena que Paglia se haya guardado las referencias bibliográficas para él solo). Me pregunto cómo le habrá caído entonces la intervención de Ladaria. Pero sobre todo, el presidente de la Pontificia Academia para la Vida logró hacerme parar los pelillos de la nuca al citar, en la misma entrevista, acomodándola a su favor como hacen los jugadores de billar con la bola blanca cuando el contrincante no los ve, aquella famosa expresión del Papa Francisco que cualquier cristiano debe entender bien para no hacerle decir al Pontífice lo que no puede ni debe decir: “No se puede hacer teología con un «no» delante” (conferencia aérea de prensa del 29-07-22). Porque ¿quién dudaría que se puede entender bien… pero también muy mal? Porque, a decir, verdad, no hay teólogo que no haya hecho y no haga teología con más de un “no” delante. Pues no solo hay que hacer teología de los diez mandamientos, varios de los cuales el mismo Espíritu Santo los ha inspirado con un “no” delante; y el mismo Credo en el que se basa nuestra fe supone tantos “no” como “sí”. Debo hacer teología de la verdad que dice que Dios ha creado el mundo, que es Uno y Trino, que se encarnó… y debo hacer teología sabiendo de antemano que no puedo negar que en Dios haya tres personas, que María es virgen, que resucitaremos al final de los tiempos, que seremos juzgados y que Dios no me va a perdonar los pecados si no me arrepiento de ellos. Y no me siento menos libre ni menos teólogo por saber que no debo saltarme la pared de la fe, como no me siento menos marinero si respeto la orden del capitán de no tirarme por la borda.

Pues, del mismo modo, no veo por qué molesta tanto a algunos que debamos buscar el modo de ayudar a los esposos que tienen dificultades para vivir la castidad sabiendo de antemano que las soluciones “NO” pasarán por la anticoncepción. Del mismo modo que sabemos que la solución de sus problemas de convivencia “NO” pasará por romperse mutuamente el cuello, ni tirar al otro por la ventana, ni arrancarse los pelos y las uñas… A menos que Paglia haga asesoría familiar con la posibilidad de estas variantes.

Por eso, los invito a leer el texto del cardenal Ladaria que, sin más preámbulos, copio debajo.

P. Miguel Ángel Fuentes, IVE


Discurso al Congreso Internacional, titulado “Mi cuerpo me pertenece”.

Humanae vitae: La audacia de una encíclica sobre la sexualidad y la procreación humana.

Luis F. Card. LADARIA

 

Saludo a los participantes

Deseo saludar cordialmente a la Presidenta de la Fundación en España, Dra. Mónica López Barahona, y agradecerle la invitación a participar en este congreso internacional dedicado a la Humanae vitae, organizado por la Cátedra Internacional de Bioética Jérôme Lejeune. Saludo también a todos los participantes, deseándoles una feliz estancia en Roma.

Introducción

La encíclica Humanae vitae abordó temas relacionados con la sexualidad, el amor y la vida, que están íntimamente interconectados. Estos son temas que involucran a todos los seres humanos de cualquier edad. Por esta razón, su mensaje sigue siendo válido y actual. El Papa Benedicto XVI lo expresó con estas palabras: “Lo que era verdad ayer, sigue siendo verdad hoy. La verdad expresada en Humanae vitae no cambia; de hecho, precisamente a la luz de los nuevos descubrimientos científicos, su enseñanza se hace más actual y nos provoca a reflexionar sobre el valor intrínseco que posee” (Discurso a los participantes en el Congreso internacional sobre el 40º aniversario de la Encíclica Humanae vitae, 10 de mayo de 2008).

El mismo Papa Francisco nos invitó, en su exhortación postsinodal Amoris Laetitia, a redescubrir “el mensaje de la encíclica Humanae vitae de Pablo VI” (n. 82), como una doctrina que no sólo debe ser conservada, sino que se nos propone para ser vivida. Una norma que trasciende la esfera del amor conyugal y que es un punto de referencia para vivir la verdad del lenguaje del amor en toda relación interpersonal.

La audacia de la Humanae vitae

Se ha insistido en la audacia de Pablo VI al resistir la presión para que se aprobase el uso de anticonceptivos hormonales en las relaciones sexuales dentro del matrimonio católico. Sin embargo, en mi humilde opinión, la verdadera audacia de la encíclica es mucho más profunda. Es de carácter antropológico y es, en este sentido, que esta encíclica puede ayudarnos hoy a afrontar los desafíos antropológicos que se presentan en nuestra sociedad.

Al responder al problema del uso de los anticonceptivos, la encíclica sitúa su juicio moral en una amplia perspectiva antropológica, con una visión integral del hombre y de su vocación divina (cf. n. 7). La encíclica basa su doctrina en la verdad del acto de amor conyugal en la “conexión inseparable, que Dios quiso y que el hombre no puede romper por iniciativa propia, entre los dos significados del acto conyugal: el sentido unitivo y el sentido procreativo” (n. 12). Sobre este fundamento se opone a la antropología dominante que considera al ser humano constructor de sentido en virtud de sus acciones. En el campo de la sexualidad esto se traduce en la afirmación de que el hombre no puede limitarse a ser un sujeto pasivo de las leyes de su cuerpo, sino que es él mismo quien da sentido a su sexualidad. Es la antropología que antepone la libertad a la naturaleza, como si fueran dos elementos irreconciliables. Pablo VI advierte, sin embargo, que antes de la libertad hay ciertos significados, que el hombre puede captar gracias a la razón y que no han sido elegidos por él, los cuales regulan y dirigen su comportamiento. Si el hombre es capaz de reconocer e interpretar los significados unitivo y procreativo del acto conyugal, realizará rectamente su propia existencia llevándola a su plenitud. Según la encíclica, la naturaleza no está en tensión con la libertad, sino que da a la libertad los significados que hacen posible la verdad del acto de amor conyugal y permiten su plena realización. Esta es, en mi opinión, la verdadera audacia de Humanae vitae, que da a la encíclica su radical actualidad.

Rechazar la encíclica implica no sólo aceptar la moralidad de la anticoncepción, sino asumir una antropología dualista que ve a la naturaleza como una amenaza a la libertad, y que piensa que puede cambiar las condiciones de verdad del acto conyugal manipulando el cuerpo. La posibilidad de un amor que prevea sexo pero no hijos, deriva en realidad de un sexo sin amor, que no solo ha producido una banalización de la sexualidad humana, sino que también ha provocado una transformación de la comprensión de qué es la intimidad sexual y qué son, a nivel social, las relaciones sexuales.

Solo así se explica la incapacidad, presente en las hodiernas sociedades occidentales, de reconocer las diferencias morales entre la unión sexual de un hombre y una mujer y la unión sexual entre dos personas del mismo sexo. Si le corresponde a la persona dar sentido a su sexualidad a través de sus actos libres, entonces no hay problema en admitir, por ejemplo, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo, ya que lo único que importa es que esta “unión afectiva” sea libre y consensuada. Por lo tanto, según esta perspectiva, es la libertad la que determina la verdad de la acción. No se considera necesario que el acto humano, en este caso el acto de amor conyugal, responda a ningún significado preexistente o natural o establecido por Dios, sino sólo que sea un acto libre. La encíclica se opuso a esta antropología y supo anticipar los problemas que de ella se derivaban con una visión profética (n. 17).

El aspecto profético de la Humanae vitae: el cuerpo como problema

El rechazo de la encíclica no sólo ha afectado la visión del amor y la sexualidad, sino también la percepción del propio cuerpo. La antropología anticonceptiva es una antropología dualista que tiende a considerar el cuerpo como un bien instrumental, y no como una realidad personal. La frase que da título a este congreso, ”Mi cuerpo me pertenece, resume este carácter instrumental del cuerpo, este dualismo que reduce el cuerpo a mera materialidad y, por lo tanto, a un objeto susceptible de manipulación.

Esta cosificación del cuerpo no sólo presupone la pérdida de la verdad del amor humano y de la familia, sino que ha generado una alarmante caída de los nacimientos y un aumento del número de abortos. A partir del rechazo de los dos significados, reivindicando la reducción de la tasa de natalidad mediante el uso de anticonceptivos, se ha desarrollado la manipulación artificial de la transmisión de la vida, a través de técnicas de reproducción asistida. Primero se aceptó una sexualidad sin hijos, luego la producción de hijos sin el acto sexual. La vida, una vez fabricada, ya no se considera en sí misma como un “regalo”, sino como un “producto” al que se le atribuye un valor según su utilidad. Esta utilidad, medida en funciones concretas, es lo que actualmente se denomina “calidad de vida”. La calidad de vida se transforma así en un concepto discriminatorio entre vidas dignas y vidas no dignas de ser vividas que, por lo tanto, pueden ser suprimidas: abortos eugenésicos, supresión de discapacitados, eutanasia de enfermos terminales, etc. Todo ello endulzado por una cierta “compasión” hacia quienes se encuentran en esta situación (eliminando al enfermo), compasión hacia sus familiares y hacia una sociedad que se librará de costes innecesarios (cfr. Congregación para la Doctrina de la Fe, Samaritanus Bonus sobre el cuidado de las personas en fases críticas y terminales, 22-09-2020).

Esta manipulación del cuerpo, propia del relativismo moral y presente en la antropología anticonceptiva, se encuentra en dos ideologías actuales: la ideología de género y el transhumanismo. Ambos parten de la premisa de que no existe una verdad capaz de limitar el establecimiento de sus postulados ideológicos. Una vez más, la libertad se coloca en oposición a la naturaleza. Esta exaltación de la libertad sin relación con la verdad hace que ambas ideologías presenten el deseo y la voluntad como garantes últimos de las decisiones humanas. Es por eso que la frase “El cuerpo es mío” continúa: “… y con él hago lo que quiero”. “Lo que quiero” expresa solo el deseo como garante de la decisión moral. Pero es precisamente el propio cuerpo humano el que aparece como un obstáculo, un límite, para la realización del deseo.

Si la ideología de género pretende que los ciudadanos construyan socialmente su propio sexo partiendo de una supuesta neutralidad sexual, entonces se debe negar una verdad antropológica de fondo como el dimorfismo sexual (masculino y femenino) propio de la especie humana. Por lo tanto, la ideología de género niega que la identidad de la persona esté relacionada con su cuerpo biológico: la persona no se identifica con su cuerpo (sexo), sino con su orientación. Se borra cualquier relación con el género binario para proclamar la diversidad sexual.

De la misma manera, en el transhumanismo, la persona se reduce a su mente, o mejor dicho, a sus conexiones neuronales como fundamento de su singularidad. La singularidad es ahora la esencia de la persona, sin el cuerpo, que lo identifica y que puede ser transferido a otro cuerpo humano, a un cuerpo animal, a un cyborg o a un simple archivo.

La ideología de género y el transhumanismo son manifestaciones de esta antropología –rechazada por Humanae vitae– que niega al cuerpo su dimensión personal, reduciéndolo a un mero objeto que puede ser manipulado. La identidad cultural, social y jurídica de la persona no estaría intrínsecamente ligada a su masculinidad o feminidad. Su identidad personal ahora se basaría en la orientación, es decir, sin conexión con su propio cuerpo y sin relación con el cuerpo del “otro”, con el sexo opuesto. Es una antropología que ha separado la vocación al amor de la vocación a la fecundidad. En este sentido es fundamentalmente una antropología a-histórica, que busca sólo el momento presente, una antropología del carpe diem.

En esta antropología el cyborg aparece como su plena realización. A través del cyborg se logrará la verdadera emancipación biológica:

  1. porque hará posible construir el cuerpo y el sexo a través de la biotecnología;
  2. porque el cyborg permite un mundo sin reproducción humana sexual; un mundo sin maternidad: el sueño del feminismo radical.

El cyborg proyecta la ideología de género hacia un futuro post-género y el transhumanismo tiene como objetivo garantizar que, a través del cyborg, este futuro sea post-humano.

La única respuesta posible a estas ideologías pasa por el redescubrimiento de una antropología integral de la persona, como proponía Humanae vitae, como unidad de cuerpo y alma; una antropología capaz de comprender la plenitud y la libertad integradas con la naturaleza humana. Sólo así el ser humano puede ser él mismo. Benedicto XVI lo expresó así en la encíclica Deus caritas est: “El hombre se hace verdaderamente a sí mismo cuando el cuerpo y el alma se encuentran en íntima unidad […] Es el hombre, la persona, que ama como una criatura unitaria, de la cual forman parte el cuerpo y el alma. Sólo cuando ambos se funden verdaderamente en la unidad, el hombre se realiza plenamente” (n. 5).

Conclusión

Ya Juan Pablo II hizo notar, con ocasión del 20° aniversario de la promulgación de la encíclica Humanae vitae, su carácter profético: “los años posteriores a la encíclica” —decía— “a pesar de la persistencia de la crítica injustificada y del silencio inaceptable, han logrado demostrar con creciente claridad cómo el documento de Pablo VI no sólo fue siempre de viva actualidad, sino incluso rico de un sentido profético” (Discurso a los representantes de las Conferencias episcopales en el vigésimo aniversario de la Humanae vitae, 7-11-1988).

El sentido profético de la encíclica se funda en la visión antropológica integral de lo que significa la verdad del amor, la sexualidad y la vida. Una antropología integral que por un lado rechaza el reduccionismo biológico del transhumanismo y por otro la negación del cuerpo propia de la ideología de género. La encíclica sigue siendo válida porque es la respuesta correcta del magisterio a las antropologías dualistas que pretenden explotar el cuerpo y que no representan nuevos humanismos, posmodernos y seculares, sino auténticos antihumanismos. La encíclica nos propone una antropología de la totalidad de la persona, una antropología capaz de conjugar libertad y naturaleza.

También hoy se cumple lo que la encíclica había preanunciado: “Se puede prever que estas enseñanzas no serán quizá fácilmente aceptadas por todos: son demasiadas las voces —ampliadas por los modernos medios de propaganda— que están en contraste con la Iglesia. A decir verdad, ésta no se maravilla de ser, a semejanza de su divino Fundador, “signo de contradicción”, pero no deja por esto de proclamar con humilde firmeza toda la ley moral, natural y evangélica.” (Humanae vitae, 18). También nosotros, en el mundo en que vivimos, estamos llamados a ser “signo de contradicción” proclamando con humildad y firmeza la verdad del ser humano, del amor, de la sexualidad y de la vida.

Espero que este Congreso contribuya a dar testimonio de esta verdad. Gracias.

 

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Comentarios 1

  1. Maria Victoria Cano Roblero dice:

    Mil gracias por este tema. Y a Dios porque siempre a pesar de tantas contrariedades el Espiritu Santo guie nuestros corazones por buscar la Verdad (Jesucristo)., y solo asi seremos iluminados para el verdadero amor.
    Dios este siempre en Usted.

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