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Para perseverar en la vida de oración, es necesario ante todo evitar perderse desde el comienzo por caminos equivocados. Es por lo tanto indispensable comprender lo que es específico en la plegaria cristiana y la distingue de otros caminos espirituales. Esto es tanto más necesario en un momento como el presente, en el cual el materialismo de nuestra cultura suscita como reacción una sed de absoluto, de mística, de comunicación con lo invisible que, aunque buena en sí, lleva a veces a extraviarse en experiencias engañosas e incluso destructivas.

La primera verdad fundamental que debemos aceptar, sin la cual no podremos avanzar mucho, es que la vida de oración –la plegaria contemplativa, para emplear otro término– no es el fruto de una técnica, sino un don que nos es concedido. Santa Juana de Chantal decía: «El mejor método para orar es no tenerlo, porque la oración no se consigue con artificios (hoy diríamos con técnicas), sino con la gracia». No existe un método para orar, en el sentido de un conjunto de recetas, de procedimientos que bastaría aplicar para rezar bien. La verdadera plegaria contemplativa es un don gratuito de Dios, pero se trata de comprender la forma de recibirlo.

Debemos insistir en este punto. Hoy en día sobre todo, a causa de la amplia difusión en nuestra sociedad de los métodos de meditación orientales, como el Yoga, el Zen, etc., en razón también de nuestra actitud moderna de querer reducir todo a técnicas y, finalmente, a causa de una tentación permanente del espíritu humano de hacer de la vida –aun de la espiritual– algo que se puede manipular a voluntad, tenemos a menudo, de forma más o menos consciente, una imagen falsa de la vida de oración. Lo vemos como una especie de «Yoga» cristiano: progresaríamos en la oración a fuerza de procedimientos de concentración mental y de recogimiento, de técnicas adecuadas de respiración, de actitudes corporales, de repetición de ciertas fórmulas, etc. Una vez dominados estos elementos, gracias a la práctica, permitirían al individuo acceder a un estado de conciencia superior. Esta visión de las cosas, subyacente en las técnicas orientales, influencia a veces el concepto que se tiene de la oración y de la vida mística en el Cristianismo, llevando a una concepción de la misma completamente equivocada.

Equivocada porque se funda en métodos, en los cuales en último término lo determinante es el esfuerzo del hombre, mientras que en el Cristianismo todo es gracia, todo es don gratuito de Dios. Es verdad que puede haber un cierto parentesco entre el asceta o el «espiritual» oriental y el contemplativo cristiano, pero este parentesco es totalmente exterior; en lo que se refiere a lo esencial, se trata de dos universos muy diferentes y hasta incompatibles.

[Para profundizar este argumento, ver el libro Des bords du Gange aux rives du Jourdain (De las orillas del Ganges a las orillas del Jordán), Fayard. Tomemos nota de que existe otra diferencia esencial entre la espiritualidad cristiana y aquellas que se inspiran en la sabiduría del Asia no cristiana, y es que la meta del itinerario espiritual según estas últimas es, de hecho y frecuentemente, ya sea por una absolutización del Yo o por una especie de absorción en un gran Todo, una eliminación del sufrimiento por la extinción del deseo y la disolución de la individualidad. Mientras que en el Cristianismo la meta última de la vida de oración es completamente distinta: es una transformación en Dios que es también un cara a cara, una unión de amor de persona a persona. Unión profunda pero que respeta la distinción de personas, justamente para que pueda existir un don recíproco en el amor. Es importante también hoy mantenernos vigilantes frente a las corrientes que bajo la denominación de «New Age» se extienden por todas partes. Se trata de una suerte de sincretismo que mezcla astrología, reencarnación, sabiduría oriental, etc. Es una forma moderna de gnosis que niega completamente el misterio de la Encarnación y representa a fin de cuentas una tentativa ilusoria de autorrealización sin la gracia (exactamente lo contrario de lo que nosotros exponemos en este libro), muy egoísta al mismo tiempo, puesto que el otro no está considerado allí según su propio valor, sino sólo como instrumento de mi propia realización. Es un mundo sin verdadera relación con el otro, sin alteridad, por lo tanto, en último término, sin amor.][1]

La diferencia esencial es aquella que ya hemos señalado: en un caso, se trata de una técnica, de una actividad que depende esencialmente del hombre y de sus capacidades –aun cuando se pretende a menudo apelar a capacidades particulares que estarían «sin cultivar» en el común de los mortales y que el «método de la meditación» se propone justamente revelar y desarrollar–; en el otro se trata, por el contrario, de Dios que se da, libremente y gratuitamente, al hombre. Aun cuando, como ya veremos, tiene allí su lugar una cierta iniciativa y actividad del hombre, todo el edificio de la vida de oración se asienta sobre la iniciativa de Dios y sobre su gracia. Nunca debemos perder de vista esto, puesto que, aunque no caigamos en la confusión descripta anteriormente, recordemos que una de las tentaciones permanentes y a veces sutiles de la vida espiritual consiste en hacerla descansar sobre nuestros propios esfuerzos y no sobre la misericordia gratuita de Dios.

P. Jacques Philippe, en «El tiempo para Dios – Guía para la vida de oración», Ed. San Pablo, Buenos Aires – 2014.

[1] Este párrafo entre corchetes, en el libro original figura como una llamada al pie de página. Nos tomamos la libertad de ponerla dentro del texto por la importancia de su contenido. (Nota de Panis Angelorum).
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Comentarios 2

  1. Ma. De la luz salinas dice:

    Muchas gracias por sus aportaciones es vedas la oración es un don de Dios una pregunta que tanto es recomendable leer a Pablo de ors gracias Dios les guarde

    • vozcatolicablog dice:

      Ma. de la Luz; ese autor no es recomendable… Por ejemplo, en una entrevista, hablando de la meditación decía: “simplemete se trata de estar quietos, de estar atentos al ritmo de la respiración y con la atención en un punto del cuerpo, por ej. en el corazón, y eso es todo”. “Bastante” distinto a la meditación como la entiende la espiritualidad católica (aunque Pablo sea sacerdote)
      Puede servir: https://youtu.be/2jvwwTSKacE
      P. Gustavo Lombardo, IVE

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