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Hay una parábola en la tradición oriental que habla de un poeta: los poetas en la cultura oriental son considerados líderes morales, aquellos que guían al pueblo con su sabiduría. Por eso, se les considera hombres que tienen una misión importante o divina. El poeta de esta parábola estaba triste por su situación, porque aunque hacía el bien con su poesía, recibía muy poca compensación y por eso era muy pobre.

Un día decidió acudir a Dios para protestar por su situación. Cuando llegó ante Dios, este le preguntó: «¿Cuál es la razón por la que estás aquí? ¿Qué te trae por aquí?». El poeta, sin ninguna introducción, empezó a quejarse de su situación, diciendo que él se pasa todo el tiempo haciendo el bien y, sin embargo, vivía en la pobreza, mientras que hay tantos hombres que hacen poco o ningún bien o incluso hacen el mal y, sin embargo, son ricos y están acomodados. El poeta termina diciendo: «¡No es justo en absoluto!».

Dios le respondió pacientemente «No debes quejarte porque has hecho una buena elección al elegir ser poeta. Por tanto, debes alegrarte, porque tu recompensa es mayor que cualquier riqueza de este mundo. Tu recompensa es el bien que haces, que llena tu alma de bondad y le da satisfacción. Los bienes materiales solo engrosan el cuerpo, pero empobrecen el alma. Hacer el bien es lo que verdaderamente enriquece al hombre». El poeta se quedó pensativo. No esperaba esa respuesta, y Dios continuó: «Has recibido un gran talento del cielo y al elegir la vocación de poeta te has dedicado a hacer fructificar ese talento. No mires atrás, has hecho una buena elección, sigue haciendo el bien y no te quejes, pues lo que recibes es mucho más valioso que las riquezas que no recibes.»

A veces, incluso las grandes almas, las que han preferido las cosas que enriquecen a la persona como persona y no a la persona como alguien en el mundo, tienen la tentación de pensar como el poeta, de lamentar la elección que han hecho, de sentirse frustradas por la poca recompensa material o humana que reciben. Muchas veces, les sucede lo que a Nuestro Señor Jesucristo, que recibió el mal a cambio del bien que vino a traernos.

Esto puede ocurrir no solo cuando elegimos una vocación para hacer el bien, como enfermero, policía, religioso, etc., sino también cuando nos negamos a nosotros mismos para hacer el bien a otra persona y luego no somos recompensados como esperábamos. Esta parábola nos enseña que las buenas obras se pagan solas, por lo que no debemos buscar ser recompensados por hacer el bien. Podemos perder el bien que recibimos por las buenas obras que hacemos, al caer en la tentación de hacer el bien sólo para ser recompensados y no por el acto de hacer el bien en sí.

Hacer el bien es lo que realmente nos satisface como seres humanos o como personas libres, es lo que embellece nuestra alma y esto es exactamente a lo que Nuestro Señor se refería cuando hablaba de los fariseos. Les dice a sus discípulos que no hagan como los hipócritas, que buscan la recompensa aquí en la tierra; se pierden lo mejor, que es la recompensa de hacer el bien. Hacer el bien engrandece el alma del que lo hace, y por eso la obra del bien se paga sola, porque el que practica el bien recibe más que el que se beneficia de la buena acción de su prójimo.

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Comentarios 1

  1. Avatar Lesbia dice:

    Me gusto la forma de cómo nos hace ver de el que hace el bien siempre esta es bien

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