Una leyenda judía cuenta que dos hermanos heredaron el campo de su padre y continuaron trabajándolo juntos, dividiendo la cosecha equitativamente al final de cada temporada. Después de un tiempo, uno de los hermanos se casó y tuvo varios hijos, mientras que el otro permaneció soltero.
Un día, el hermano soltero pensó: «No está bien que dividamos la cosecha equitativamente, porque mi hermano tiene una familia más grande que la mía y necesita más dinero para alimentar a sus hijos». Sin embargo, sabía que si le sugería a su hermano que tomara una parte mayor, este se negaría. Así que decidió tomar a escondidas un saco de grano de su parte cada noche y colocarlo entre los sacos de su hermano, para que este lo aceptara sin darse cuenta.
El hermano casado, por otro lado, pensó: «No es justo que dividamos la cosecha equitativamente, porque cuando mi hermano ya no pueda trabajar, no tendrá quién lo cuide, ya que no tiene hijos. Debería recibir más para ahorrar para cuando ya no pueda trabajar». Sabía también que su hermano jamás aceptaría más de una parte equitativa, así que decidió tomar a escondidas un saco de grano cada noche y colocarlo entre los sacos de su hermano.
Así, los dos hermanos comenzaron a regalarse en secreto un saco de grano. Cada mañana, al ir a sus graneros, se sorprendían al descubrir que, aunque habían regalado un saco de grano, el número de sacos no había disminuido. “¡Qué misterio!”, se decían, sin comentarlo con el otro.
Una noche, se encontraron mientras llevaban un saco de grano al granero del otro. Comprendieron el misterio, y la leyenda dice que Dios, que había estado observando este amor fraternal, declaró: «Declaro este lugar santo, porque está lleno de amor». Esta leyenda judía también dice que Salomón construyó el Templo en ese mismo lugar.
Es una hermosa historia de verdadero amor fraternal o amistad, porque la preocupación de cada uno de estos hermanos no era su propio bienestar, sino el de su hermano. Esta es la esencia del verdadero amor: buscar el bien del amado. Por eso se dice que un amigo es amigo del amigo y no de uno mismo, pues uno no busca a un amigo para recibir algo de él, sino para darle algo.
Así, en la amistad que alcanza cierta profundidad, como se ve en la leyenda que acabamos de compartir, se produce una especie de éxtasis, en el que quien ama sale de sí mismo (representado por el pensamiento “mi hermano necesita más que yo” en la leyenda), buscando proveer al bien del amado sin considerar su propio bien.
Pero hay una lección aún más profunda: la declaración de que el lugar donde se encuentra ese amor verdadero es “santo”. A la luz de las enseñanzas de Cristo, este ya no es un lugar físico, sino el lugar donde reside verdaderamente este amor: el alma de quien lo posee. Así, Dios comienza a morar en ese lugar (representado por el Templo construido por Salomón) donde existe ese amor: «Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él» (Jn 14:23).