Tihamér Tóth cuenta que cuando los normandos atacaron Irlanda, su líder les prometió —para incitarlos a la batalla con un verdadero incentivo— que el primero que tocara con sus manos el suelo de la isla recibiría la recompensa del condado más cercano.
Uno de los guerreros estaba decidido a ser el primero. Ya estaba muy cerca de la orilla cuando vio que la canoa de un camarada estaba a punto de alcanzarlo y tocar tierra antes que él. Se dice que entonces se le ocurrió la siguiente idea: apoyó la mano en el banco de la barca, la cortó con su hacha y la lanzó con tal fuerza que, tras trazar un gran arco en el aire, aterrizó en la orilla. De esta manera, su mano fue la primera en tocar el suelo de la isla. Y suyo fue el Condado de Ulster.
La enseñanza de esta historia es que «el sacrificio es la forma de pagar por lo que vale la pena». Debemos dejar de lado la brutalidad del acto, ya que tal acto no es admirable en sí mismo, pues no vale la pena cortarse la mano para ser alcalde de un condado. Nuestra mano, o cualquier parte del cuerpo, es mucho más valiosa que ser alcalde de un condado.
Sin embargo, la enseñanza es valiosa en sí misma: las cosas importantes o que valen la pena implican sacrificios, y esos sacrificios son la forma de pagarlos. Quisiera aplicar esta enseñanza a una empresa muy importante: ser ciudadanos del cielo. Todo lo que debamos renunciar por el Cielo es un precio que vale la pena pagar. De hecho, Jesús dijo: « El reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan» (Mt 11,12). Para crecer en nuestra vida cristiana, es esencial ofrecer sacrificios. La vida cristiana se desarrolla mediante los sacrificios y no puede crecer sin ellos.
Cuando hablamos de desarrollar nuestra vida cristiana mediante el sacrificio, no nos referimos solo a algunos sacrificios, ni solo a los que elegimos hacer, sino a sacrificar en todos los aspectos de nuestra vida. Es muy común encontrar cristianos que viven una vida de sacrificio en un aspecto específico, pero no están dispuestos a sacrificar en otros.
Debemos estar dispuestos a sacrificar todo lo necesario, en cada aspecto de nuestra vida, si queremos ser una de esas personas violentas de las que habla Jesús en el Evangelio. Por lo tanto, para ser una persona violenta, o para ejercer violencia contra uno mismo —la violencia aquí se relaciona con el sacrificio más que con la agresividad—, necesitamos tener un espíritu de sacrificio, no solo realizar algunos sacrificios, aunque sean grandes. Este espíritu de sacrificio suele lograrse mediante la práctica continua de pequeños sacrificios en nuestra vida diaria.
Comentarios 1
Muy buena reflexión. Muchas gracias.