Al inicio de la crucifixión, como era costumbre, se ofreció a Jesús una bebida calmante para atenuar los dolores insoportables. Jesús la rechazó. Quiso soportar totalmente consciente su sufrimiento (cf. Mc 15,23). Al término de la Pasión, bajo el sol abrasador del mediodía, colgado en la cruz, Jesús gritó: «Tengo sed» Un 19,28). Como solía hacerse, se le ofreció un vino agriado, muy común entre los pobres, que también se podía considerar vinagre; se la tenía como una bebida para calmar la sed.
Un desafío dado por Jesús a las almas
“Deseo que, durante la cuaresma, me hagan especialmente compañía en mi pasión, meditando con más frecuencia sobre mis sufrimientos, el precio de la redención del hombre, y, sobre todo, imitando a la verónica, enjugando mi rostro por amor”.
“El alma será el lienzo en el cual yo imprimiré, a medida de su aplicación a mis divinos rasgos”.